viernes, 12 de enero de 2007

El Supremo Recurso de la Rebelión

No conozco a ninguna persona que en algún momento en su vida no se haya rebelado contra algo o alguien. La rebelión es muchas veces resultado del enojo, una emoción legítima, adecuada sobretodo cuando hay una buena motivación que la cause.

Hay varias cosas que a mi me causan enojo hasta el punto de rebelión: el americano que vive con una menor de apenas 14 años, utilizando el cuerpo de una niña que aún no es mujer, amparado por un pago irrisorio hecho cada mes a los padres de la niña; el europeo que confiesa ser una de esas personas cuyas inversiones están “ayudando a destruir a esta isla”; el albañil que sin pedir permiso se roba el agua de mi casa para hacer su trabajo en la propiedad frente a mi casa; el adolescente irresponsable, calibrando por la calle Carmen; el basurero interminable al lado del puente en Caño Seco, esperando las lluvias para eventualmente convertirse en adorno sobre la arena de nuestras playas; empleados del hospital sin cobrar durante meses; los camioneros que echan basuras en los montes, cañadas y badenes; el abuso exorbitante del Grupo Piñero, convirtiendo a Portillo, Samaná y Cayo Levantado en basureros privados enterrados bajo lodo y arena, mientras nuestras autoridades no hicieron ni pito para que cambiaran las cosas. Y como esas tantas otras situaciones.

No, no vivo constantemente en enojo porque, afortunadamente, son muchas más las cosas que me causan placer: la risa dulce y apacible de mi hijo menor Kiran, el beso de mi esposa Annette, la creatividad de mi hijo Salim, la nietecita que mi hijo mayor José y su esposa Marlene traerán a la vida la misma semana que nuestra bebé va a nacer, convirtiéndome en padre y abuelo casi al mismo tiempo, la sonrisa satisfecha de la niña de 8 años que hizo una tarjetita llena de colorido durante uno de los talleres en la Biblioteca Anacaona, los niños y niñas jugando fútbol por primera vez en sus vidas, como también esa bendición constante de los atardeceres terreneros, rodeados de ese mar increíblemente bello, de ese cielo adorablemente escénico, de esas colinas interminablemente sublimes, de una gente sorprendentemente alegre y de grandes esperanzas sentidas muy profundamente de que mi pueblo va a mejorar, va a crecer, va a progresar y va a vivir mejor.

La historia humana está llena de enojos individuales y colectivos, muchos de los cuales terminaron en grandes rebeldías y revoluciones. Los Estados Unidos de Norteamérica proclamaron su Declaración de Independencia en el 1776 diciendo “Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos…” y así lucharon para que esos vínculos con una Gran Bretaña prepotente dejaran de existir. En Julio de 1789 el pueblo francés rechazó el autogolpe del Rey Luis XVI y asaltó La Bastilla para proteger a sus representantes, los que reunidos en Asamblea Constituyente proclamaron La Declaración de l os Derechos del Hombre y los Ciudadanos, el 28 de Agosto de 1789, porque consideraron que “la ignorancia, la negligencia o el desprecio de los derechos humanos son las únicas causas de calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos.” Fue esa gran declaración la que creó la frase: “Los hombres han nacido, y continúan siendo, libres e iguales en cuanto a sus derechos..”

El gérmen de la revolución cubana se sembró cuando Batista violentó el proceso electivo que se avecinaba en el 1952 y que seguramente sería ganado por el Partido del Pueblo Cubano. Fidel Castro y otros creyeron que el pueblo cubano merecía mejores condiciones y el 26 de Julio de 1953 (Julio parece ser el mes favorito para las revoluciones), un grupo de hombres dirigidos por Fidel asaltaron al Cuartel Moncada, dando comienzo a una lucha revolucionaria que lidereada igualmente por Che Guevara y Camilo Cienfuegos daría al traste con la dictadura de Batista, creando la revolución más larga y permanente en suelo Americano.

En esta isla, don Tomás Bobadilla redactó en enero de 1844 la “Manifestación de los Pueblos de la Parte Este de la Isla,” en la que se expresabas las causas de la separación de la República Haitiana, hecha como una “indestructible resolución de ser libres e independientes, a costa de nuestras vidas y nuestros intereses, sin que ninguna amenaza sea capaz de retractar nuestra voluntad.” La misma iba a ser leída ante las autoridades haitianas la noche del 27 de Febrero de 1844 cuando se efectuaría la Declaración de Independencia. En el 1965, Caamaño y muchos otros héroes se levantaron en rebelión para reponer al gobierno democráticamente elegido de Juan Bosch, dando paso a uno de los episodios más heroicos en nuestra historia.

Ya sea individual o colectivo el enojo puede ser catártico o transformador. Si usted encuentra razón legítima para enojarse, hágalo. Si encuentra causa para una rebelión, llévela a cabo. En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se clama por un régimen de derechos para que el ciudadano no se vea impelido “al supremo recurso de la rebelión.” No hay mejor cosa para un gobierno malo (municipal o nacional) que una ciudadanía apática e incapaz de rebelarse contra la inacción, la ineficiencia o la corrupción. No todos podremos ser un George Washington, un Caamaño, un Fidel, un Ché o un Juan Pablo Duarte. Pero aún así podemos enojarnos y rebelarnos, haciéndolo siempre bajo el amparo del derecho, de la ley y del respeto a los demás.

Me rebelé contra lo que hicieron el Grupo Piñero y sus Bahía Príncipe Hotels and Resorts en la provincia Samaná, así que canalizé mi rebelión a través de una denuncia cuyos procesos no han terminado aún. Si no lo has hecho ya, visita http://terreneros.blogspot.com para que sepas más al respecto. Constructivamente, también he decidido impulsar una agenda verde en la provincia, así que visita http://samanaverde.blogspot.com y UNETE.

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