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martes, 11 de mayo de 2010

Justicia Poética

El historiógrafo ingles Thomas Rymer acuñó el término “justicia poética” (poetic justice) para describir la manera en que una obra de literatura podría inspirar al comportamiento moral por medio del triunfo del bien sobre el mal. Aunque en la vida no siempre se logra la justicia, una obra de literatura puede hacer que el bien sí triunfe sobre el mal, logrando así la justicia en palabras y en pensamientos.

El mejor ejemplo de poesía poética se puede encontrar en la Biblia, el texto sagrado para personas de orientación judeo-cristiana, porque al fin de todo lo dicho y hecho y después del juicio final el bien triunfa sobre el mal y los malos son destruídos.

En el cuento de La Caperucita Roja, después de todo lo malo que hace el lobo, engañando a la caperucita, comiéndose a la abuelita, al final es destruído.

En el cuento de Blanca Nieves la hermosa princesa es maltratada por la cruel madrastra y finalmente muere envenenada. Pero viene un príncipe que la salva y se casa con ella, haciendo que la odiosa madrastra vista unos zapatos de hierro al rojo vivo y así muere de dolor y sufrimiento.

En casi todas las telenovelas el final es una justicia poética, cuando la mujer más bonita y más sufrida termina con el amor del galán más apuesto, después de haber pasado miles de vicisitudes, dolores y quebrantos. Todas desean ver al final donde por fin se acaba el sufrimiento, se castigan a los malvados y los buenos salen vencedores, felices y contentos para siempre.

Hay algo en nuestro fuero interno que proclama a viva voz el deseo ardiente de que siempre triunfe la justicia.

Pero, si es así, ¿cómo es que casi siempre son los malos los que triunfan en la política? Son los malos los que tienen más recursos, los que cometen peores barbaridades, los que más manipulan, los que más engañan, los que más corrompen, los que usan métodos ilegales y los que parecen hacer pacto con el mismísimo demonio con tal de salir vencedores. Al final terminan en el poder, disfrutando cuatro años de privilegios, de abusos y de mediocridades.

Claro está, no todo es tan crudo como suena, pero sí tenemos qué preguntarnos en qué momento es el pueblo el que gana y sale con el premio grande de la justicia, del buen servicio, de la honestidad y de una mejora en su calidad de vida. La justicia poética parece ser un asunto puramente poético, hecho para la literatura; mientras que la injusticia es reina en la vida real.
Hay otra cosa que nos enseña la literatura y también la historia, que todo lo que se necesita para que el mal triunfe es que la gente buena no haga nada. Dicho de otra manera, permitir una injusticia es abrirle el camino a todas las demás (Willy De Brandt). Tanto en las historietas de Supermán, Batman o de Superwoman, el héroe o la heroína aparecen como los únicos actores capaces de hacer vencer el bien sobre el mal, pero casi siempre después de que los malos han hecho mucho daño. ¿Es que tiene que ser así?

En verdad, en el mundo real raramente algo es totalmente blanco o totalmente negro, hay muchos tonos grises y hay diferentes tonos de blanco y diferentes tonos de negro. Cuando identificamos a un candidato político como “el menos malo” difícilmente podemos decir que es menos blanco o que es menos negro, es el resultado de una percepción emocional, el sentido de que no puede ser tan malo como el más malo.

Pero para mi la peor de las tragedias es cuando por encima de todo lo que se desea es ganar. Mucha gente, aún entre los más sofisticados y educados, se esclavizan ante el yugo de la costumbre. La costumbre es ganar, nadie quiere perder y aunque hayan nuevas y mejores posibilidades reales la gente prefiere ir con su costumbre.

Humanamente hablando es razonable, la gente prefiere el mal conocido al bien por conocer. Al fin y al cabo, la literatura ya nos ha enseñado que al final de la historia el bien vencerá al mal, aunque se tome 100 años porque, como dice el dicho, “no hay mal que dure 100 años ni cuento que lo aguante.”

La tragi-comedia de la victoria electoral se nos presenta en una nueva escena del Teatro de Las Terrenas. El miedo hacia lo bueno posible empuja la gente al malo por conocer. No hay nada ni poético ni justo en ello, es una tragedia.

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