Mostrando entradas con la etiqueta amantes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta amantes. Mostrar todas las entradas

miércoles, 6 de mayo de 2020

Ramón Antonio


Soliloquios—7
Por José R. Bourget Tactuk





El joven Ramón Antonio me confiesa que está cansado, hastiado, desencantado de la vida.  Para una persona de apenas 22 años es mucho para decir, habiendo sucumbido ante la desesperanza y la obsesión por el bien vivir, inalcanzable para él. Su compañera se le fue, me dijo que ella le dijo hace dos noches que aunque es buen muchacho y de buen corazón “no sirve pa’na”, no consigue trabajo, no puede hacer nada, no tiene cuartos y no puede ofrecerle nada.

Ramón Antonio me confiesa que su compañera es muy bonita, “muy sersy”, con ojos claros que alumbran un rostro de nariz aguileña, labios llenos y mejillas levantadas.  Cuando vi su foto comprendí lo que decía, Luisa se veía de lado, sonrisa a flor de piel, juguetona en sus ojos y con esa aura de entrega que puede volver loco a cualquier amante que se le acerque a dos pulgadas de distancia. 

Harta de pasar hambre salió unas noches antes a uno de los bares donde van turistas, “pa’verlo que aparece” y se le apareció un tipo que la engalanó, la sedujo y le ofreció lo que Ramón no podía darle:  una buena cena, una cama cómoda y sexo impredecible, sorprendente, cautivante y prohibido.  Y dos mil pesos en la cartera.  Descubrir tantas cosas en una sola noche era más de lo que podía soportar su pobre corazón de 17 años y desde ese momento descubrió que tenía vocación para sentir placer, dar placer y ganarse la vida haciéndolo.  A partir de ahí no había camino de regreso, el sendero oculto de la vida se le hizo claro, pernicioso y ganancioso. 

La  vida es amplia, compleja y, hasta cierto punto, infinita.  Sus secretos se convierten en descubrimientos estrafalarios, sus guaridas son impredecibles, sus cuevas y escondrijos pueden ser indescriptibles y hasta nefastos.  Como en muchas otras instancias de la vida, a veces es mejor vivir en ignorancia que delatar los secretos que pueden hacernos felices. Luisa y Ramón Antonio descubrieron vidas diferentes, una llena de desesperanza y la otra, llena de placeres y sorpresas.

Vivimos vicariamente las experiencias de trabajadores sexuales que vemos a nuestro alrededor.  Nos preguntamos cómo es porque ya entendemos el por qué.  Yo admiro profundamente a los y las personas que se buscan la vida ofreciendo placer a cambio de dinero.  No me atrevo a levantar un solo dedo de condena ni de acusación, porque con qué virtudes propias puedo criticar la realidad más evidente de todas:  hay que vivir y hay que ayudar a vivir a los que amamos.  Si tu arte es ser plomero, vive de tu plomería; si es ser carpintero, vive de tu carpintería; pero si es tu arte es seducir y conquistar, ofertando placeres de otra forma inalcanzables para algunos, regalando fantasías, sueños bacanales y mentiras piadosas, entonces vive de tu arte.

Yo sé, muy dentro de mi, que si estuviera en iguales circunstancias probablemente estaría haciendo lo mismo para vivir, para que mis hijos vivan, para mantener a mi madre, para ayudar a mi familia.  O, simplemente, porque me da placer, independencia y control.  No señores, se merecen respeto, aunque en el fondo sintamos la inevitable sospecha de lo prohibido, del sendero oculto que avistamos como autodestructible.

Me gustaría encontrarme con Luisa, dejarme seducir por sus ojos claros, por su sonrisa coqueta, por sus besos plenos de placer. Quisiera me abrazara en sus cabellos, me apretara con sus manos y me hiciera disfrutar lo prohibido.   ¿No es eso lo que buscan todos?  Siento pena por Ramón Antonio, por ese pobre diablo que no puede hacer nada para cambiar su destino.  Es muy tarde para él cuando apenas amanece para Luisa.

Así es la vida, nos trae sorpresas en cada esquina. Si ven a Luisa por ahí, por favor díganle que quiero conocerla, que si desea platicar con un viejo calvo, rechoncho y aburrido que yo soy un buen candidato, que deseo me ayude a descubrir el sendero oculto que sólo ella me podrá develar.

domingo, 10 de abril de 2011

Ven Listo



           Esa noche Yahaira dijo las palabras que Rafael había esperado por muchos meses.  “A las ocho, en el lugar de siempre,” y las palabras mismas eran recordadas como ecos retumbantes dentro de las paredes de su cuerpo, de su corazón, de su alma.  No se trataba solamente del deseo carnal sino de sentimientos ancestrales, de unir esa necesidad constante y cortante de la carne con la pujante monstruosidad del deseo de poseer, de tener, de adueñarse de algo ajeno, prohibido pero eternamente ansiado.

            A todos nos llega un momento como ese, el secreto que sólo dos conocen con todo lujo de detalles, la ansiedad, la palpitante agonía de querer que los días, horas, minutos y segundos desaparezcan como el viento de cuaresma.  La boca se hace agua, como cuando vemos los mangos colgados de sus ramos, tentando nuestros ojos y nuestras manos y aunque estén verdes (y lo sabemos) le tiramos piedras sólo para verlos caer.  No importa el desperdicio de cientos de mangos si termina en que nos comamos una docena de ellos.  Debajo de cada mata de mango hay cientos de piedras y de mangos verdes, el recuerdo de momentos en que la lujuria de la mordida no pudo aguantarse y sucumbimos al intenso placer del zumo agridulce de la codicia.

            Rafael podía probar en su boca ese jugo agridulce e interminable de la anticipación, porque nada es tan suculento como la sorpresa que se anticipa, el pecado que convertirá deseos en placeres, el abrazo que derretirá todas las ansiedades engavetadas para transformarlas en dulce de coco empalagantemente delicioso.

            ¡Cómo es posible que ocho palabras calaran tan profundo en el interior de un ser humano!  “A las ocho, en el lugar de siempre.”  Eso sólo lo entienden otras personas que han escuchado las mismas palabras, los que han visto el maratón de sangre y aire corriendo por arterias y pulmones, el palpitar incesante que repite en sus adentros “sí, sí, sí!!!!”  Las personas raras veces entienden el impacto que sus palabras causan en llos demás.  El niño que constantemente escucha lo malo terminará un fracasado, la mujer que incesantemente oye su desgracia termina siendo una asesina de sus propias verdades, el hombre que oyó vez tras vez que es un inútil termina sirviendo solamente para cambiar los bombillos de la casa.  Los seres humanos nos hablamos constantemente y constantemente nos edificamos o nos destruímos.

            Rafael quería saber más, quería que Yahaira le anticipara mejor el momento, deseaba en lo más profundo de su ser escuchar dos palabras más:  “ven listo.”  Listo, sí, para todo, para llegar hasta el fin del mundo, para hacer girar las horas en dirección opuesta, para parar todos los vientos y todas las olas, para decirle al sol que regresara de donde vino, para ordenarle a la luna que se ocultara para siempre, para recordarle a las estrellas que podía hacer que brillaran eternamente, para hacer que el calor de dos cuerpos encontrados fuese capaz de encender todos los volcanes en la bolita del mundo y se derramaran todas las botellitas de sangre que existan en el universo.  “Ven listo” era una promesa, era una orden, era un imprevisto, era una ansiedad, era una condena, era la soga en el cuello y la espada contra la pared.  “Mardita!!", alcanzó a decir Rafael, “tú me vas a dar un ataque al corazón.”  Yahaira no escuchó esas palabras, ya había colgado el teléfono, pero si pudiera ver a Rafael en secreto se hubiera arrepentido de haberle causado semejante consternación.  Como ocurre a menudo, las mujeres no saben totalmente lo mucho que los hombres dependen de ellas.

            Si yo pudiera contarles lo que ocurrió es posible que ustedes también pensaran lo que yo pensé.  Llegó el día, llegó la hora, llegó el minuto, llegó el segundo, no en hora dominicana sino en “hora gringa.”  Eran las ocho en punto y Rafael esperaba en el lugar de siempre.  Se maldijo mil veces por no haber hecho pipí antes de venir, allí estaba él y la vejiga casi se le explotaba.  “Ven Yahaira, ven Yahaira, ven Yahaira,” se repetía vez tras vez.  Pasaron las ocho, luego las ocho y media, después las nueve y, finalmente, a las diez Rafael comprendió que Yahaira no cumpliría con la promesa.  En ese momento comprendió muchas cosas, sus ojos se fueron abriendo poco a poco, su ansiada esperanza, sus deseos anticipados se convirtieron en bilis amarga y espesa.  En su angustia llegó a abrazar el sentir de tantas personas que han escuchado semejantes promesas en toda la historia de la humanidad.  No hay nada tan pesaroso y tan azaroso como las mentiras y las promesas incumplidas.

            Millones de preguntas se enconden detrás de la frase "por qué no vino?"  Los que sobrevivimos a esas hecatombes continuamos sembrando esperanza.  Cuando el azaroso incumplimiento del más profundo de nuestros deseos cambia nuestras verdades es tiempo de que sembremos nuevas esperanzas y nuevas realidades.  Pobre Rafael.  Felices nosotros.

Sísifo y el Fénix

  LA DESGRACIA DE SÍSIFO Y LA PROMESA DEL FÉNIX (Escrito en el 2009) Todo el mundo tiene una idea de lo que se debe hacer en Las Terrenas. T...