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miércoles, 6 de mayo de 2020

Tu Bella


Soliloquios—12
Por José R. Bourget Tactuk





Hola Marcos:
            Te escribo esta carta porque, francamente, a esta altura del juego ya no sé qué más hacer.  Cuando varios meses atrás me prometiste el cielo y la vida no te tomé en serio porque, ¿a quién se le ocurre ofrecer tales cosas?  En tus ojitos verdi-azules noté ese tono ensoñador de los que saben muy poco de la vida, o sea, de la vida que vivimos aquí.  Yo sé que conoces de la vida, después de todo no naciste ayer y, de hecho, tienes más años que yo.  Pero mi vida ha sido dura, muy dura, muy pobre, muy jodida, lo que me hace una persona menos confiada, más cuidadosa y menos soñadora.

            Esto no quiere decir que no tenga mis sueños y mis decepciones. Me acuerdo de las muchas veces que me quería ir, lejos de ti, de tus abrazos, de tu salamería, de la melcocha de tus besos espantados por el calor del mediodía sobre sábanas que no aguantaban un sudor más.  Después de esos momentos de estupor, de verte bajo el peso de mi cuerpo suspirando vanamente los placeres con los que te engañaba, terminaba volviendo mi rostro hacia la pared para no ver más en tu rostro la satisfacción que a mi misma me hastiaba.  Hubiese querido que fuese “mi primera vez” con un enamorado, pero no, Marcos, ya han sido cinco, séis, diez, o más y tú tampoco has podido marcar sobre mi cuerpo la herida mortal del amor para siempre. 

            No me siento culpable porque no te he dejado solo, porque cada noche que vengo donde ti me entrego, siguiendo melodiosamente tus caricias y comportándome como el cocotero del patio bajo la brisa, extendiendo mis brazos para acompañar el movimiento incansable de tus labios sobre mis pechos.  Confiesas que tengo la piel más dulce y más suave que jamás hayas conocido.  Ay, mi Marcos, te puedo llevar a cualquier barrio en Las Terrenas y vas a descubrir que en cada calle hay veinte o trenta chicas como yo, cada uno prometiendo piel de melao y suavidad de seda entre pecho y pecho.  ¿A quién quieres engañar?  Será a ti mismo, porque hace años que a mi ya no me engaña nadie, ni siquiera el padre de mi hija quien fue el primero que me enseñó que no hay tal cosa como  una mentira amarga.  Todas son dulces, las que te dicen al oído o en los callejones, en susurros o en maldiciones.  Hasta los engaños repetidos cada noche son endulzados con melao aunque al amanecer tengan sabor de trapo viejo en la boca.

            Marcos, Marcos, párate ahí, devuélvete, móntate en la guagua y súbete en el avión.  Regresa a tu país, llévate en tus maletas el recuerdo que creaste para satisfacer tus propias fantasías.  De aquí no me saca nadie, ni sueños ni promesas, ni yola ni Yolanda, ni dólares ni Dolores, ni visas ni Euros.  Cuando llegues allá mirarás atrás y pensarás en mi.  Sí, eso lo sé, carajo, porque hice lo imposible para que no te olvidaras de mi, de mi piel ni de mis senos, de mis entrañas ni de mis abrazos, de mis risas ni de mis placeres, los que son fórmula macabra, embrujadora, marcándote para siempre con el veneno mortal de recuerdos imperecederos.  
Concepto de pasión, mano femenina que rasguña la espalda masculina ... Se te caerán los dientes, Marcos, y todavía pensarás en mi, en el sudor inagotable de cada amor que hicimos en cada esquina de la casa.  

"Tu mundo y el mío nunca se encontrarán, son líneas paralelas que nunca se cansan de verse a distancia."


Mientras hurtabas el placer de mi cuerpo nunca supiste el color del techo, yo sí Marcos.  Nunca supiste el olor de las cayenas al otro lado de la ventana, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste los perros, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste al platanero ni al que compra hierros viejos, yo sí Marcos. Cuando te parabas de la cama lo primero que decías era “tengo hambre”.  Por eso, en parte, nunca confié en tus palabras porque si recién me acababas de comer viva y habías bebido inagotablemente del elixir de la vida entre mis piernas, ¿cómo diantre podías tener hambre? ¿O es que nunca te diste cuenta de toda la energía que me costaba amarte?  Si había alguien con hambre debí haber sido yo.  Por qué mentirte como lo hacía cada vez que hacíamos el amor, viendo cómo me sacabas todo lo que tenía por dentro.

            Te escribo estas media verdades cuando estás al otro lado del mundo, del cual no quiero que vuelvas.  Por lo menos no vuelvas a buscarme, no vuelvas con nuevas (o viejas) promesas.  Séis mil setecientos kilómetros me separan físicamente de ti, pero para mi son séis mil setecientos mundos, porque en el otro mundo, en el sensato, el real, el de cada día, el de no tener nada y desearlo todo, en ese mundo mío, muy mío, ahí vivo con mi distancia.  Tu mundo y el mío nunca se encontrarán, líneas paralelas que nunca se cansan de verse a distancia.  Entre tú y yo hay demasiados espacios vacíos de por medio que nunca se llenarán y, Marcos, más que nada, hay millones de cosas que nunca sabrás y que ni en ésta ni en la otra vida podrás descubrir.  

Como lo dice Zacarías, "es tan difícil", Marcos, pero así es.

Tu Bella.

El amor me encuentra

Soliloquios 2
Por José R. Bourget Tactuk



Nadie sabe cuándo lo encuentra a uno el amor. 

Es fácil para un bebé, es instantáneo, automático, incuestionable, irrefutable e inevitable porque desde el vientre hasta los brazos, la madre lo es todo y “amor” es sólo otro nombre para “madre”. 

Para un niño el amor no existe, sólo la necesidad de comer, dormir, jugar y recibir todo lo que quiere o desea.  Viven su vida esperando lo que le van a dar, o esperando que le den, o deseando que le den.  Entre jugar y joder la paciencia se van los 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12 años.

Un adolescente comienza a ver el amor desde dentro hacia afuera, sus hormonas impulsando reflejos desconocidos, inaguantables e irremediablemente inseguros.  El amor se siente hacia cualquiera que toca esos sentimientos y cuando se mezclan la carne con el espíritu entonces cualquiera es bueno o buena para el momento.  El adolescente siente amor por todo lo que se mueve, lo que se siente, lo que se mira, lo que se aprieta, lo que se besa y, bueno, lo que se adentra.

Por otro lado, hay muchos adolescentes que se cansan de que los jodan tanto en la casa, se desesperan y entonces se juntan para reproducir sus inquietudes e infelicidades en la carne de los carajitos que procrean.

Uno deja la adolescencia creyendo que la persona que uno ha escogido es el todo y responsable de todo y culpable de todo, desde el sentimiento de confianza hasta amueblar la casa, desde vestir hasta tener un orgasmo dos o tres veces al día, o más.  La gente se une o se casa joven para evitar pensarlo demasiado, porque si de verdad lo piensan no se casan.  

Por eso la gente en sus 30 y pico se aguantan tanto, lo piensan tanto y luego razonan que está mejor así.  Por eso es que el que quiere casarse tiene que hacerlo en sus veinte para poder decir que se volvió loco, que la razón no importa, que sólo la pasión, el placer y la profunda convicción de que nos merecemos lo mejor del mundo bastan para vivir con otra persona.

Algunos y algunas en sus 20 y tanto descubren tanto de su cuerpo que se quedan estancados ahí.  Ya tuvieron sus hijos y ya conocen lo que pueden y no pueden hacer.  Descubren que si no lo buscan no lo consiguen.  A muchos el amor no les llega muy lejos, se les queda estancado entre el vientre y el cuello.  Y como ese tipo de amor necesita variedad (porque hasta el azúcar empalaga) muy pronto descubren que pueden saltar y brincar hasta más no poder.  Si no me creen, paren a cualquiera en sus veinte y pregúntenle, varón o hembra, que cuántas veces ha brincado.

Ya en los trenta uno se da cuenta que todo sigue funcionando bien, pero uno comienza a moverse con un poco más de calma, saboreando cada momento para que dure un chin más.  En lugar de tirarse dos o tres veces en media hora uno busca uno que dure media hora.  ¿Quién puede decir cuál es mejor?  Lo bueno es que en esta etapa además de hacerlo uno habla un chin y comienza a descubrir cosas que ni uno sabía que pensaba o sentía.

En los cuarenta y después, bueno, ni vale la pena escribirlo, porque es tanto, tan complejo, tan diverso, tan colorido y, también, a veces tan confuso.  Ya lo superficial y lo superfluo es más obvio, las preguntas son más certeras, los riesgos más grandes pero con conocimiento, las lujurias más largamente intensas, los errores más lastimeramente trágicos, las decisiones más fáciles pero más imperfectas y las mentiras se vuelven más sofisticadas, más ocultas, más perfectas, como cuando nos decimos que no nos estamos poniendo viejos.

El amor nos encuentra bajo el cocotero, bajo las sábanas, en los sueños, en un poema, en un dolor, en un beso y en ilusiones que no fueron más que el engaño procreado día a día.  Con el tiempo esos mismos engaños se vuelven pesados, tan pesados que arrastran con ellos a todas las cosas que amamos, hasta a nosotros mismos. 


Encontrarnos con el amor es la aventura de cada día, el laberinto en el que nos perdemos en cada giro del pensamiento.  Muchos sienten ese amor con total certeza, otros pensamos que nunca lo hemos tenido.  Nos toca el malogro de un gran engaño para descubrir que lo que pensamos tener fue tan escapista que ni la brisa en su turbio trayecto trajo el perfume de las flores por donde cruzó.


Sísifo y el Fénix

  LA DESGRACIA DE SÍSIFO Y LA PROMESA DEL FÉNIX (Escrito en el 2009) Todo el mundo tiene una idea de lo que se debe hacer en Las Terrenas. T...