SOY EXTRANJERO (Apuntes al Margen 1)
Por José R. Bourget Tactuk (21 de julio, 2022)
Soy extranjero, no cuento. Nacido en la capital y casi criado en Constanza, soy también uno de miles de migrantes “extranjeros” en Las Terrenas. O sea, no soy terrenero. Como tal soy visto con una paciencia y tolerancia indescriptible por parte de los nacidos aquí, soy tolerado con una generosidad abundante y florida. Les doy las gracias.
Nosotros, los “extranjeros”, venimos de haber visto cosas, oído cosas, hecho cosas, experimentado cosas y reflexionado sobre muchas cosas en otras partes y en otras vivencias, pero es bien conocido entre los terreneros que lo que no se ha visto aquí, lo que no se ha hecho aquí, lo que no se ha experimentado aquí, lo que no ha nacido aquí, pues, bueno, no cuenta o cuenta muy poco. Parecería que nada supera al ejercicio medalaganario, al azar y democrático de haber nacido aquí, o haber nacido en Sánchez, o en Nagua, o en Santa Bárbara o hasta en la capital, pero de padres de aquí. Eso es lo que te da derecho de ser un terrenero con bandera, escudo e himno terrenero. Todos los demás somos extranjeros.
Hay algo efectivamente lúcido en verle la cara a alguien y conocer su nombre sabiendo que es de una de las familias de aquí. Todos los terreneros se conocen, saben el árbol genealógico hasta la tercera generación, conocen los apodos, las señas y las relaciones consanguíneas, porque por causa de “torpezas” que todos conocen pero nadie comenta una gran parte de la población es prima entre sí y el que no está emprimao es como si lo estuviera. Ese emprimamiento, ese color, ese sabor, esa textura, esa relación, esa familiaridad, esa consanguinidad, ese seño y fruncido “local” es lo que hace a una persona terrenera. Los “extranjeros” no los tenemos.
Pobre de nosotros los extranjeros. Lo primero que nos hacen es delatar nuestra extrañeza, el hecho de que no somos conocidos por nadie, que no tenemos los apellidos ni las señas vitales. Nuestra opinión pierde 80% de su valor desde que sale de nuestras bocas y nuestras ideas o convicciones carecen de peso o relevancia por el hecho de ser producto de un cuerpo humano y una mente extraña y lejana. Por eso cuando opinamos, protestamos, nos quejamos o deseamos que las cosas sean diferentes somos puestos a un lado, o desechados totalmente.
Nada tiene más poder que esa pertenencia y aunque a algunos de nosotros ciertas conductas o inconductas, respuestas o apatías, acciones o inacciones, por parte de los nativos nos parezcan desacertadas y hasta autodestructivas, son mil veces superadas por el simple y vocativo gesto de decir “así es como lo queremos los terreneros”. Muchos forasteros de origen han descubierto el poder de atarse a lo nativo adoptando formas, colores, texturas y sentimientos terreneros, por lo que son convertidos en hijos adoptivos por aceptación popular, aunque siempre llevan una muletilla, un lunar, una cicatriz, del origen ajeno al lugar.
Admiro esa vocación intra-patriótica que tienen los terreneros. Recientemente, ese sentimiento de extrañeza en mi se ha sentido más profundamente, como si de repente he estado aquí por veinte años pero realmente no he estado, aparentemente siendo sólo un fruto de mi imaginación. Cada vez que un terrenero me pregunta que de cuál país soy, o que mis apellidos no son vistos como dominicanos, me hace sentir más y más extraño. Pero lo más notable e impactante es que parezco mantener opiniones sobre la vida en comunidad, sobre el liderazgo político, sobre el medio ambiente y sobre las acciones gubernamentales que son muy “raras”, extrañas y notoriamente no terreneras, a juzgar por las opiniones de la mayoría de los terreneros. Eso me hace un fracasado aspirante a la adopción como terrenero, afirmando más que nada la naturaleza forastera de mi pensar y de mi ser.
Me río porque aunque me haya tocado vivir, viajar y trabajar en un sin número de países, nunca me había sentido tan extranjero, tan raro, tan extraño, como aquí en Las Terrenas y los lazos que creí forjado en esta esquina y en la otra han resultado ser invisibles, frágiles e inexistentes. No me puedo comparar a nadie notable, pero entiendo ahora más que antes como es sentirse extraño en su propia tierra.
Bendecidos son los que pueden reclamar raíces aquí porque Las Terrenas es una tierra bendecida, aunque poco a poco las acciones de muchos han hecho daño imperecedero a sus entrañas. Malditos nosotros, los forasteros, los que embuídos de orgullo y fanatismo pretendemos luchar por las cosas que a los mismos terreneros no les interesa. Y bendito el universo, el que a su tiempo dará a cada cual lo que le pertenece.