jueves, 15 de diciembre de 2011

Mi Deseo de Navidad *


            El hombre que me miraba a los ojos lo hacía de manera persistente, inquisitiva pero con la calma de la sabiduría.  No me acuerdo su nombre pero era un homme sagé (hombre sabio), uno de esas figuras que se encuentran en todas partes del mundo, en aldeas y ciudades, en callejones y balcones, inspirando vidas y aspirando mundos.  Era lunes de noche frente al mercado central de Djenné, en Mali, Africa Occidental y como todos los lunes se había terminado el mercado libre del pueblo.  Algunos vendedores guardaban sus cosas y detrás de las cortinas y particiones se podían ver las columnas de barro de la afamada mezquita de Djenné, dedicada por la UNESCO como una de las contribuciones culturales universales.  

            El fuego de la hoguera daba a los ojos de este hombre la languidez del djeli, el griot que transporta cientos de años de historia sobre sus hombros, su mente y su corazón, los que interpreta con su música utilizando la tradicional kora, una especie de arpa construída con el coparazón de un jilguero..   Estaba vestido con un boubou morado brillante (vestido tradicional del oeste africano) y era tan brillante que la luz de la hoguera hacía que el boubou pareciera la pantalla de una televisión sobre la cual se proyectaba la historia de los mándingas (uno de los grupos étnicos mayoritarios).  A su lado, una mujer Fulani miraba al fuego cabizbaja, sus gigantescos aretes de oro puro reposando mansamente sobre sus hombros. (Djeli a la derecha).

            Eran casi las diez de la noche y el cielo estrellado me revelaba mucho más de ese universo especial, allende al Sahara, con el harmattan (nube de polvo que baja del desierto) todavía entre mis narices y el recuerdo todavía reciente de la chica francesa bajo el flamboyán gigante tocando guitarra, sus senos esculturales abiertos al universo como mangos injertos rellenos de azúcar y miel, mientras todos nosotros, hombres y mujeres, cantábamos con ella, suspirábamos por ella e idealizábamos fantasías imposibles bajo aquél cielo repleto de estrellas, repleto de historias, de experiencias y de máscaras senoufos, bámbaras y dogones al lado del río Niger.

            El djeli agarró su kora y entonó canciones inmortales en un idioma arrancado directamente del edén, como Salif Keita cantando “Moussoulou” mientras dos mujeres del callejón hacen fufu en el pilón (fufu es el mangú pero hecho en pilón de café).  Juro por todos los vientos que en ese momento de esa noche quería morir para que mi espiíritu se quedara girando para siempre sobre Djenné, abrazado a los pechos de esa trovadora anónima, tomando café hecho por el djeli y escuchando su música ancestral hasta que el polvo de mis entrañas regresara para siempre al Sahara montado en un bote sobre el Niger justo a la puesta de sol.  (Izq., Mujer Fulani de Mali, esos son aretes de puro oro).

Juro por todos los vientos que en ese momento de esa noche quería morir para que mi espiíritu se quedara girando para siempre sobre Djenné,

            Mi djeli me miraba mientras cantaba, pero no me miraba solamente a mi.  Me imagino que al mirarme pensaba en todos los otros rostros de todas partes del mundo, en todos los idiomas, de todas las nacionalidades y con todas las esperanzas que habrían llegado ante la puerta de su hogar frente a la plaza de Djenné.  Mientras el relataba con su canto historias perpetuas nosotros los oyentes creábamos nuestras propias historias, nuestras memorias, nuestra música y nuestros ensueños y fantasías.  Todo lo que se necesita para distanciarnos de la realidad es crear una memoria nueva, ardiente, tajante, crujiente, que nos acerque más al deseo universal que todos tenemos de poder abrazar a la humanidad más completa y más total, dejando atrás todas las pequeñeces y estupideces que cantan en nuestros oídos los demonios de la ignorancia.

            Ver el atardecer sobre las paredes de la mezquita de Djenné es una experiencia insuperable, ulular al compás de la melodía milenaria del djeli es abrazarse al presente besando el letargo del pasado; y, más que nada, sentir ese enlace profundo que une un alma al universo de nuestra compartida humanidad es tocar al paraíso con pies y manos.  (Der., puesta de sol sobre el río Niger, los colores tienen mucho que ver con el polvo del Sahara).

Mi deseo de navidad*

           Yo sólo espero que mis hermanos y hermanas de todo el mundo que pisan este terruño terrenero por primera vez puedan llevarse consigo memorias igualmente imperecederas, marcando sus vidas para siempre con la hospitalidad y el cariño de gente como nosotros, aspirantes de una visa al paraíso, no al Montecarlo degraciao ese que nos tiene casi jxdidxs.  Quiero un paraíso que se disfrute un día a la vez, un segundo a la vez, un canto a la vez, una bachata a la vez, un beso a la vez, pero repitiendo ese beso mil cuchocientas veces.  (abajo, puesta de sol en Las Terrenas, un mismo sol, un mismo universo).





Ali Farka Toure tocando la Kora



Dos gigantes, Salif Keita (Mali) y Cesaria Evora (Cabo Verde)



miércoles, 7 de diciembre de 2011

Sicofancia


                  Hay diferentes modelos para identificar las orientaciones sociales en relación al tiempo entre las culturas del mundo.  Sociedades asiáticas, africanas y del pacífico se les identifica como orientadas hacia el pasado por lo que sus idiosincracias, costumbres sociales, religiosas y políticas incluyen respeto a los ancestros y dar un rol preponderante a los padres, abuelos y ancianos. 

                  Las sociedades industriales como las del norte de Europa y en Norte América tienden a ser orientadas hacia el futuro.  Un valor cultural preponderante es el de mejorarse a uno mismo porque creen que el futuro siempre está lleno de posibilidades y las cosas siempre pueden cambiar hacia lo mejor. 

                  Hay otras sociedades, como la nuestra, que están preponderantemente orientadas hacia el presente. Sin duda alguna muchos de nosotros en Dominicana pensamos en el futuro y demostramos cierto nivel de respeto hacia nuestros antepasados y ancianos, pero la gran mayoría de nosotros vive enfocada hacia el presente, hacia el hoy, hacia lo que podemos ver, tocar, sentir y obtener en el presente.  De hecho, entre nosotros el futuro siempre se presenta como incierto, no sabemos quién va a gobernar, ni si las cosas van a ser mejores o peores.  Aquéllos en posición de poder o de control hacen promesas que muchas veces no cumplen y por eso nos sentimos empujados a darle más valor a lo que podamos conseguir ahora mismo.  En lenguaje eleccionario, romo en mano es mejor que barrica en almacén.

                  Cada cosa tiene sentido en su propio contexto por lo que no sirve de mucho valorizar o despreciar alguna de estas orientaciones pero sí vale la pena explorar y comprender mejor las implicaciones que puede tener para una sociedad emergente como Las Terrenas el vivir preponderantemente en el presente, o el tener percepciones y actitudes incoherentes e improductivas hacia el pasado.

                  En el ambiente socio-político local encuentro lamentable que los líderes actuales constantemente critican y desvalorizan a los servidores públicos del pasado argumentando que no hicieron nada y que es ahora cuando se ven obras hechas. Tal discurso es muy lamentable a parte de estar errado y refleja una nefasta vileza espiritual de parte de sus exponentes.  A diferencia de los individuos la vida en comunidad es realmente una red viviente de enlaces entre pasado, presente y futuro.  El mejor presente y el mejor futuro no se edifican sobre la mezquina desvalorización del pasado; por el contrario, debemos construir sobre el pasado, aprendiendo del mismo y honrando a los que han precedido y entonces, con nuevos bríos y con mayores recursos, continuamos en el camino del progreso presente y futuro. Pretender destruir el pasado de otros para levantar sobre sus escombros un ego-presente es una soberbia imperdonable e insensata por parte del que la propugne.

                  El discursillo salvífico de los que ostentan el poder local me acuerdan de la sicofancia, esa práctica alcahueta que se convirtió en arte en la antigua Roma y que consistía en acusar a opositores sin motivos razonables, o simplemente para sacar ventajas personales y políticas.  Hacia el final de su historia el imperio romano se corrompió en múltiples formas y, como ejemplo, los abogados no podían cobrar por sus servicios pero los que se inventaban acusaciones podrían percibir hasta una cuarta parte de lo que se cobrara injustamente, por lo que era más beneficioso convertirse en acusador (sicofante) que en defensor.  En esa nefasta época los cobradores de impuestos se inventaban acciones que terminaban en desalojo y pérdida para los que no se podían defender, los magistrados invitaban a sus casas a los poderosos para negociar acuerdos y posiciones burocráticas.   Beneficios económicos se otorgaban al mejor postor mientras que los políticos compraban votos con fondos personales o del estado para asegurarse una constante gestión de poder.  Los sicofantes inventaban acusaciones para desplazar enemigos y posicionarse en el favor de los que estaban dispuestos a creerles, utilizando inclusive a otros sicofantes como pistoleros a sueldos de la mentira.  Detrás de todo ello había un verdadero sistema de corrupción amparada por un imperio decadente y en franca descomposición, por lo que los corruptos locales se protegían por medio de los corruptores imperiales y todo en nombre de la República.

                  Si de algo nos puede servir esa historia pasada y ajena es para crear una memoria sobre lo que puede estar ocurriendo en el presente.  Lo que hicieron o no los pasados servidores públicos en el municipio debe servirnos para afinar el presente no para cementar nuevos y peores errores.  Acusar de ineptos a los líderes del pasado pone una carga espeluznante sobre los hombros de los sicofantes actuales y constituye un mísero cimiento para el futuro promisorio al que todos aspiramos.

(derecha:  Dios mío, cuándo se acabará esta mediocridad? )

Sísifo y el Fénix

  LA DESGRACIA DE SÍSIFO Y LA PROMESA DEL FÉNIX (Escrito en el 2009) Todo el mundo tiene una idea de lo que se debe hacer en Las Terrenas. T...