lunes, 12 de junio de 2006

Comienzos

Los comienzos y los finales son muy difíciles. Comenzar una amistad, un noviazgo, un negocio, una construcción son ejemplos de comienzos que pueden ser difíciles porque conllevan establecer confianza, tomar decisiones, abandonar a veces viejas costumbres y empezar unas nuevas. Terminar una relación, una etapa en la vida, una esperanza o un sueño son ejemplos de finales difíciles porque conllevan a veces cambios bruscos, a veces inesperados, pérdidas de confianza y de esperanza y hasta de valor personal.

Por naturaleza al ser humano le gusta la estabilidad, que las cosas continúen siendo como siempre han sido, ver siempre el mismo panorama, las mismas cosas, las mismas costumbres, las mismas expectativas y el mismo andar. En otras palabras, la rutina de siempre. Imagínense que llegue la hora de comida y cuando usted se sienta a la mesa para llenar los buches con arroz y habichuelas, se le aparecen con piernas de sapo fritas. Yo estoy seguro que lo primero que se le ocurriría sería un par de malas palabras. O, quizás, si usted espera a su novio en casa y llega tarde porque, dizque, le estaba haciendo ojo bonito a una vecina coquetísima que se acaba de mudar al lado. Yo estoy seguro que lo primero que se le ocurriría sería decirle al novio que se regrese por donde vino y que se vaya a seguir ayudando a mudarse a la nueva vecina por el resto de su vida.

Otra de las cosas más difíciles es cuando los hijos comienzan a tomar decisiones por cuenta propia. Ya no es ni mami ni papi los que deciden, si no ellos mismos. Algunos padres no pueden aguantar eso, o sea, no pueden aceptar el cambio de que sus hijos e hijas son ya entes independientes. Quieren seguir manteniéndolos debajo de la falda materna o de la correa paterna cueste lo que cueste.

Pero, quizás lo más difícil de la vida es abandonar un sueño. Uno de esos sueños acariciados de cada día, los que uno se repite de día y de noche, pasándoles la mano del deseo por su cabecita y, a veces, hasta echándoles una que otra lagrimita para que nos sepan más a realidad. Puede ser el sueño de casarnos con una persona que consideramos especial, de llegar a una mejor posición en el trabajo, de conseguir una buena ventaja comercial, o de ganar unas elecciones. En todos esos casos se invirtieron tantas energías, esperanzas, deseos, recursos, emociones y hasta una partecita de nuestro ser. Es duro tener que abandonar el sueño, saber que no se nos dio, que ese noviecito o noviecita escogió a otra persona, que ese negocio no se dio, que no hay esperanza de avanzar en el trabajo y que, como acabó de suceder recientemente, que los votantes no nos favorecieron sino que escogieron a otros.

Cuántas veces el amante o la amante, el esposo o la esposa, se repite constantemente que “las cosas van a cambiar,” “él va a cambiar,” “ella va a cambiar.” Con el tiempo se descubre dolorosamente que el cambio no viene, que era sólo el fruto de nuestra imaginación, esa lucha constante por mantener la estabilidad de nuestros pensamientos, las creencias que nos sostienen y nos dan de dónde aferrarnos. Señores, es duro cuando el piso donde estamos parados se nos hunde y caemos al vacío desconocido. ¿Qué vamos a hacer? ¿Hacia dónde iremos? ¿Quién nos va a ayudar? El peor de los miedos no es el que ya conocemos sino el que nos falta por descubrir.

La verdad es que cuando se nos presentan cambios inesperados y sentimos que nos va a tragar la tierra es la mejor manera de descubrir nuestros temores ocultos, los que a veces tememos revelarnos a nosotros mismos. Aunque algunos sueños terminen contrario a como los esperábamos, siempre hay nuevas noches para soñar otra vez. Y también nuevos días. En realidad, a veces los sueños no realizados son puertas ocultas a través de las cuales podemos transitar hacia horizontes inesperados y hasta insospechados, pero igualmente productivos y felices. Yo estoy igualmente seguro que cualquier persona a la que se le haya truncado un sueño muy pronto descubrió que existen otras realidades paralelas, que la visión de túnel—esa percepción de que las cosas sólo pueden ser de una manera, la nuestra—era un simple engaño de nuestra imaginación, un cruel espejismo, una adivinanza fortuita.

Los cambios, o sea, cuando las cosas dejan de ser como siempre han sido para nosotros, o cuando las circunstancias cambian y se colocan fuera de nuestro control, pueden ser muy difíciles y traumáticos. Sin embargo, el cambio es la constante más permanente en la existencia humana y en la naturaleza, lo que pasa es que nuestros ajustes al cambio ocurren de manera imperceptible; o sea, que no nos damos cuenta de lo bien que nos estamos ajustando. Así como nos atemorizan los cambios así también tenemos dentro de nosotros las capacidades para lidiar con ellos.

Cuando le pongan patas de sapo fritas en su mesa, diga las dos malas palabras que le salen por la lengua, pero también atrévase a probarlas y así se dará cuenta de que, después de todo, también saben a pollo frito.

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