Hay pocas cosas en este mundo capaces de despertar la pasión y la fuerza que se sienten cuando nace una nueva vida. Me acordé de estas cosas filosofando sobre la benevolencia de la vida al concederme en el espacio de dos semanas el nacimiento de una hija, Ana Evelyn Eysha (nacida el día de San Valentín, a la derecha con su hermanito Kiran) y una nieta (mi primera) Sophia Grace (nacida el 28 de febrero, abajo con su padre y abuelo). Dos niñas, dos vidas, dos esperanzas, dos realidades y dos empeños más en apenas dos semanas.
Sophia nació en Chicago (USA) justo dos semanas después del nacimiento de su tía Ana Evelyn en Hillsboro (Oregón, USA). Por una de esas cosas de la vida a las 4 de la mañana del 28 de febrero le cambiaba el pañal a mi hija Ana en la costa pacífica de los Estados Unidos y a las 4 de la tarde del mismo día le cambiaba el pañal a mi nieta Sophia en el centro norte de los Estados Unidos. Entre excreta y excreta, entre sueño y cansancio mi cuerpo y mi alma se regocijaban al poder tomar en mis brazos tantas esperanzas, tantas emociones y tantos buenos deseos.
Todo padre al ver al ver el fruto de su esperma piensa aunque sea por un momento lo que implica traer a la vida otra vida y, por obligación, piensa sobre lo que significa la paternidad, el reconocimiento de que “carne nuestra” quiere también decir “responsabilidad nuestra”. A mi se me ocurren varias cosas.
Primero, que por encima de todas las cosas lo que más deseo para estas criaturas es salud. No hay cosa más terrible que ver a una criatura enferma y sentir que uno no puede hacer nada. Yo quisiera que esa gripe, que ese golpe, que ese pinchazo, que esa caída me hubiese ocurrido a mi, como si de esa manera pudiera evitarles el dolor, el llanto y el sufrimiento. Es algo inflado, ¿no?, porque eso es lo mismo que decir que nosotros podemos soportarlo todo [y en realidad no es así], cuando en realidad los mismos niños vienen equipados con capacidades inmensas.
Segundo, se me nace un deseo inmenso de que haya paz. No quisiera que mi criatura sufriera la tortura de la guerra, de la intranquilidad social, de la inestabilidad causada por circunstancias mortales. Y al hablar de paz hablo de la no violencia, de la ausencia permanente de causas que puedan provocar la afrenta de un ser humano contra otro ser humano, sea con pistola, palo o mano, sea en palabra, pensamiento u obra. Matamos hasta con el deseo, hacemos del odio el pan nuestro de cada día, pero yo quisiera que estas criaturas vivieran sin tener que pensar en desearle algo mal a alguien ni que nadie les desee mal a ellas. En el sentido universal de las cosas la mayor necesidad entre los seres humanos es la paz.
Finalmente, no puede haber paz sin equidad y tampoco podrá haber paz sin justicia. Por eso deseo para mi y mi esposa, para mi hijo mayor y su esposa, el poder crear equidad y justicia, el poder trabajar para crear lo necesario para dar y recibir lo que necesitamos; pero, sobretodo, trabajar para que otros puedan vivir en igual dignidad, porque esa es la mejor garantía para que estas niñas recién nacidas crezcan en paz. Conozco que la principal y mayor fuerza interna de todo ser humano es la de vivir para sí, la de sobrevivir, la de rodearse de lo esencial para la vida y la de buscar—aún a costa de la vida de otros—lo que es importante en nuestras vidas. Pero sé también que si existimos solamente con la preocupación de nuestras propias satisfacciones entonces no habrá paz ni en nuestras casas, ni en nuestras comunidades, ni en nuestros países y tampoco en el mundo.
Me pregunto qué pasa por la mente de una criatura recién nacida. Hablo metafóricamente, porque un recién nacido no ha desarrollado aún su potencial cognoscitivo para poder razonar. Lo que quiero decir es que luego del trauma del parto (e igualmente antes del mismo) este nuevo ser comienza a percibir su mundo en diversas maneras. Escucha, siente, palpa, huele, ve y quién sabe cuántas cosas más es capaz de experimentar. Ese pequeño cerebrito comienza a almacenar información tanto a través de los cinco sentidos como también a través de la percepción, de la intuición, de las ondas eléctricas y emocionales que existen en su ambiente. Esas cosas “pasan” por la mente de la criatura y dejan grabada en ese pequeño cerebro una enormidad de informaciones e impresiones, huellas que sólo se pierden en la muerte.
Por eso decía que una nueva vida ayuda a renacer una vida ya existente, porque eso mismo que deseo para ellas lo deseo para mi mismo, y lo deseo para ti, y lo deseo para todo el mundo. Abrazo a mi hija y abrazo a mi nieta y en ese abrazo también abrazo al mundo, el que se merece todo el amor, toda la paz, toda la justicia y equidad de la que seamos capaces darle. Viva la vida, viva la paz, viva la justicia. Bienvenidas al mundo, Ana y Sophia.
Sophia nació en Chicago (USA) justo dos semanas después del nacimiento de su tía Ana Evelyn en Hillsboro (Oregón, USA). Por una de esas cosas de la vida a las 4 de la mañana del 28 de febrero le cambiaba el pañal a mi hija Ana en la costa pacífica de los Estados Unidos y a las 4 de la tarde del mismo día le cambiaba el pañal a mi nieta Sophia en el centro norte de los Estados Unidos. Entre excreta y excreta, entre sueño y cansancio mi cuerpo y mi alma se regocijaban al poder tomar en mis brazos tantas esperanzas, tantas emociones y tantos buenos deseos.
Todo padre al ver al ver el fruto de su esperma piensa aunque sea por un momento lo que implica traer a la vida otra vida y, por obligación, piensa sobre lo que significa la paternidad, el reconocimiento de que “carne nuestra” quiere también decir “responsabilidad nuestra”. A mi se me ocurren varias cosas.
Primero, que por encima de todas las cosas lo que más deseo para estas criaturas es salud. No hay cosa más terrible que ver a una criatura enferma y sentir que uno no puede hacer nada. Yo quisiera que esa gripe, que ese golpe, que ese pinchazo, que esa caída me hubiese ocurrido a mi, como si de esa manera pudiera evitarles el dolor, el llanto y el sufrimiento. Es algo inflado, ¿no?, porque eso es lo mismo que decir que nosotros podemos soportarlo todo [y en realidad no es así], cuando en realidad los mismos niños vienen equipados con capacidades inmensas.
Segundo, se me nace un deseo inmenso de que haya paz. No quisiera que mi criatura sufriera la tortura de la guerra, de la intranquilidad social, de la inestabilidad causada por circunstancias mortales. Y al hablar de paz hablo de la no violencia, de la ausencia permanente de causas que puedan provocar la afrenta de un ser humano contra otro ser humano, sea con pistola, palo o mano, sea en palabra, pensamiento u obra. Matamos hasta con el deseo, hacemos del odio el pan nuestro de cada día, pero yo quisiera que estas criaturas vivieran sin tener que pensar en desearle algo mal a alguien ni que nadie les desee mal a ellas. En el sentido universal de las cosas la mayor necesidad entre los seres humanos es la paz.
Finalmente, no puede haber paz sin equidad y tampoco podrá haber paz sin justicia. Por eso deseo para mi y mi esposa, para mi hijo mayor y su esposa, el poder crear equidad y justicia, el poder trabajar para crear lo necesario para dar y recibir lo que necesitamos; pero, sobretodo, trabajar para que otros puedan vivir en igual dignidad, porque esa es la mejor garantía para que estas niñas recién nacidas crezcan en paz. Conozco que la principal y mayor fuerza interna de todo ser humano es la de vivir para sí, la de sobrevivir, la de rodearse de lo esencial para la vida y la de buscar—aún a costa de la vida de otros—lo que es importante en nuestras vidas. Pero sé también que si existimos solamente con la preocupación de nuestras propias satisfacciones entonces no habrá paz ni en nuestras casas, ni en nuestras comunidades, ni en nuestros países y tampoco en el mundo.
Me pregunto qué pasa por la mente de una criatura recién nacida. Hablo metafóricamente, porque un recién nacido no ha desarrollado aún su potencial cognoscitivo para poder razonar. Lo que quiero decir es que luego del trauma del parto (e igualmente antes del mismo) este nuevo ser comienza a percibir su mundo en diversas maneras. Escucha, siente, palpa, huele, ve y quién sabe cuántas cosas más es capaz de experimentar. Ese pequeño cerebrito comienza a almacenar información tanto a través de los cinco sentidos como también a través de la percepción, de la intuición, de las ondas eléctricas y emocionales que existen en su ambiente. Esas cosas “pasan” por la mente de la criatura y dejan grabada en ese pequeño cerebro una enormidad de informaciones e impresiones, huellas que sólo se pierden en la muerte.
Por eso decía que una nueva vida ayuda a renacer una vida ya existente, porque eso mismo que deseo para ellas lo deseo para mi mismo, y lo deseo para ti, y lo deseo para todo el mundo. Abrazo a mi hija y abrazo a mi nieta y en ese abrazo también abrazo al mundo, el que se merece todo el amor, toda la paz, toda la justicia y equidad de la que seamos capaces darle. Viva la vida, viva la paz, viva la justicia. Bienvenidas al mundo, Ana y Sophia.
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