lunes, 19 de febrero de 2007

Polo Turístico

Trenta años como polo turístico nacional. Trenta años de incentivos especiales, promociones especiales, beneficios especiales y mercadeos especiales en el exterior. Trenta años en el que el 45% de la población permanece en la pobreza, trenta años como centro delicuencial, de tráfico de drogas, de prostitución y de corrupción social. Trenta años de degeneración medioambiental y trenta años de fomento del narcotráfico. Un nombre: Puerto Plata.

Lamentable, muy lamentable. Puerto Plata, una de las zonas más hermosas del país y sus gentes no se merecían eso. Las evidencias para las declaraciones del primer párrafo aparecen en la prensa nacional incluyendo la más reciente en la edición del lunes del Listín Diario en que el Secretario de Estado de la [fallida] Secretaría de Estado de Medio Ambiente declara lo que ha sucedido en Puerto Plata en un número de áreas.

Nosotros que vivimos en Las Terrenas y dentro de la provincia de Samaná tenemos que hacernos algunas preguntas serias y ponderar ciertos hechos incuestionables: estamos en un recién declarado polo turístico (como lo fué Puerto Plata 30 años atrás), en una provincia con un aeropuerto internacional (como Puerto Plata), con una autopista directa a la capital pronto a ser terminada (como la tiene actualmente Puerto Plata), con cruceros que anclan en la bahía (como sucedía en Puerto Plata), con hoteles todo incluído y con hoteles a-la-carte (como Puerto Plata), con un centro económico vital e inigualable (Las Terrenas, como lo era Sosúa antes), con grandes playas y zonas naturales de gran belleza (como Puerto Plata), con un problema de uso y tráfico de drogas creciente y asqueante (como Puerto Plata), con graves problemas medioambientales (como Puerto Plata), con una creciente y visible clase media económicamente sólida (como Puerto Plata), con una presencia de inmigrantes extranjeros radicados y establecidos comercialmente en la zona (como Puerto Plata), con graves problemas de infraestructura, algunos de los cuales comienzan a mejorar (como ocurrió en Puerto Plata), con graves problemas en el área de tráfico sexual de menores (como Puerto Plata) y con una inseguridad social mayúscula causada por la delincuencia (como en Puerto Plata).

Punta Cana jamás podrá compararse a Las Terrenas
o a la provincia de Samaná cuando se toman en cuenta
las bellezas naturales que poseemos,
el haber histórico, social y cultural que disponemos
y la diversidad social, histórica, religiosa
y cultural de nuestras gentes.

Pudiéramos añadir otros factores pero vamos a dejarlo ahí. Las preguntas obligadas son, ¿nos está sucediendo lo mismo que ocurrió en Puerto Plata? ¿Seremos nosotros el segundo polo turístico nacional que se convertirá en un vergonzoso desastre social, económico, educativo, medioambiental y politico? Conociendo de dónde venimos y sabiendo lo que ha ocurrido en otras partes, ¿sabemos hacia dónde vamos?

La verdad es que, a manera de ejemplo, Punta Cana tiene sus Donald Trump, Julio Iglesias, Oscar de la Renta y hasta Bill Clinton. Pero Punta Cana jamás podrá compararse a Las Terrenas o a la provincia de Samaná cuando se toman en cuenta las bellezas naturales que poseemos, el haber histórico, social y cultural que disponemos y la diversidad social, histórica, religiosa y cultural de nuestras gentes. Punta Cana no nos llega ni por el tobillo. Pero Punta Cana tiene grandes inversionistas que invierten grandes sumas de dinero en desarrollar puntos claves para turismo masivo Y TAMBIEN para turismo exclusivo y hasta se podría decir que han hecho grandes inversiones sociales.

La mejor manera de confrontar a la delincuencia
es resolviendo el problema de la pobreza--la pobreza
económica pero también la
pobreza cultural y educativa.

Nosotros tenemos una multitud de pequeños y medianos inversionistas algunos de los cuales son muy buenas personas y otros, según me dicen, no tan buenos. A la mayoría de esos inversionistas no se les conoce por tener grandes preocupaciones sociales o por haber hecho notables inversiones sociales (estoy seguro que hay excepciones). Y, lamentablemente, algunos de los que tenemos, dominicanos y extranjeros, han violentado tajantemente el equilibrio social y, sobretodo, el medioambiental en la manera en que han destruído vergonzosamente al medio ambiente rellenando humedales, tumbando árboles, obstaculizando canales naturales y haciéndolo muchas veces con la venia de las autoridades competentes.

A nuestro medio local llegó un gran inversionista, el Grupo Piñero, el que fue hecho dueño por acción gubernamental del mayor monopolio turístico provincial con sus cuatro hoteles más grandes. Actuó como si fuera dueño de todo, destruyó humedales, contaminó el ambiente, destruyó negocios de sus vecinos, saqueó el bosque en Cayo Levantado, asqueó cañadas y humedales. Incluso pretenden quitar las posibilidades económicas a docenas de trabajadores, desde taxistas a tour operadores, de guías turísticos a proveedores ¿Qué podemos esperar de ellos?

No podremos tener éxito como comunidad turística si tenemos que convertirnos en una zona militarizada y la mejor manera de confrontar a la delincuencia es resolviendo el problema de la pobreza, la pobreza económica pero también la pobreza cultural y educativa. Trenta años de desarrollo turístico no eliminó la pobreza en Puerto Plata; al contrario, creó otras condiciones sociales que empeoraron las condiciones propias de la pobreza. Cuidémonos de pensar que el convertirnos en polo turístico se traducirá automáticamente en bonanza económica para todos. Como en Puerto Plata, muchos inversionistas terreneros se harán más ricos de lo que son ahora, pero los que son pobres podrían seguir siendo pobres y hasta peor.

Las autoridades municipales tienen un rol importantísimo que jugar. Pero, en ausencia de una vision y de una transparencia municipal a la altura de las circunstancias, ¿qué recursos nos queda? Estamos mejor que antes, pero no donde debiéramos estar. Bueno, señores, entonces aprendamos de la experiencia de Puerto Plata y despertemos. Soy de los que piensan que los ciudadanos mismos tienen la capacidad de levantarse para ponerse a la altura de sus condiciones. Por ello me tomo la libertad (y la frescura) de invitar a nuestros inversionistas pequeños, medianos y grandes a que consideren el costo social de sus inversiones, a que se unan y organicen entre sí con el propósito común de buscar el bien social como requisito paralelo para su bienestar económico.

Es un proceso lento y hasta desanimante, pero o nos destruímos nosotros mismos (con la ayuda de otros) o salvamos lo más preciado que tenemos: nuestra tierra, nuestro potencial, nuestro futuro y nuestras familias.

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