viernes, 9 de febrero de 2007

Convicción

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Hay gentes que están dispuestas a todo por causa de una convicción.
Una convicción es, en una definición de diccionario, “una idea a la que se está fuertemente adherido.” Una convicción es un convencimiento, el llegar a aceptar algo como verdad, como razonable y como causa para una respuesta o una acción. Por eso es que las mujeres en la foto, desnudas y manchadas con sangre, protestan por su convicción de que el uso de pieles de animales para abrigos es cruel, incorrecto, atroz e indeseado.


El iraní Heshmat Zandi de 28 años se pegó fuego él mismo en protesta ante la embajada francesa en Londres porque la policía de París había invadido las oficinas de un grupo opositor iraní radicado en la ciudad para impedir que prosiguieran con sus actividades, y el juzgó que las acciones de la policía eran inmorales. Heshmat sobrevivió pero su cuerpo se quemó en una 40%, y otras 50 personas se quemaron también tratando de apagar el fuego que lo cubría a él. Su protesta recuerda la realizada muchos años antes por Quang Duc, una joven budista de 17 años quien se incendió con gasolina en protesta por la política del gobierno sudvietnamés en el 1963.


En el 1989 miles de ciudadanos chinos protestaban en la plaza Tiannamen en Beijing, haciendo lo que nunca había sucedido en China. El ejército invadió la plaza, masacró a cientos de manifestantes y a muchos encarceló. Hubo una foto que dio la vuelta al mundo, la del protestante solitario que se paró frente a la columna de tanques y las hizo parar. Caramba, el poder de una convicción.


En el 1965 el Dr. Martin Luther King encabezó una protesta pacífica donde 25,000 protestaban las condiciones de los afro-americanos en la nación norteamericana, lo que eventualmente dió al traste con las leyes de Jim Crow y abrió las puertas a la mayor reforma de tipo social y constitucional en toda la historia de los Estados Unidos, la de igual de derechos ante la ley sin importar el color de la piel.


Más recientemente, un grupo de hombres se apoderaron de unos aviones y los estrallaron contra las torres gemelas de Nueva York y el edificio del Pentágono en Virginia. Era su convicción que el hacer ese daño a costo de su vida era una responsabilidad profundamente espiritual, ayudando a combatir al ‘gran Satanás” de Estados Unidos. Cientos y miles han luchado y fallecido en Iraq, Afganistán y otras partes del mundo por causa de la misma convicción.

¿Y tú, en qué crees? ¿Cuáles son tus convicciones? Yo personalmente creo en tres cosas.


Primero, la primacía de la dignidad humana, la que hay que preservar a toda costa, sobretodo ante los embates de aquellos que pretenden valorizar a las personas estrictamente en base a su color de piel, sus convicciones políticas o religiosas, su sexo, su edad, su orientación sexual, su nivel educativo o su clase socio-económica. Hacer a unos de menor valor que otros es destruir lo esencial de la dignidad humana, la que todos, sin excepción nos merecemos.


Segundo, es la suprema responsabilidad del ser humano el preservar aquello que le ayuda a mantener la vida, o sea, la tierra, el medio ambiente, la naturaleza, el orden creado, porque sin el mismo no podríamos existir. Cuando destruímos a la tierra nos destruímos a nosotros mismos y todo lo que degrada a la naturaleza eventualmente degradará a la vida humana.


Tercero, todo en la vida está interconectado: miembros de una familia entre sí, miembros de una comunidad entre sí, miembros de una nación entre sí y ciudadanos de los países del mundo entre sí. Cuando algo afecta a un persona afecta también a su grupo más cercano y hasta a su comunidad. La convicción de estar todos interconectados guía nuestro pensar y nuestro accionar para que nos ayudemos los unos a los otros. Si tuviéramos la convicción de que todos nos debemos los unos a los otros, ¿cómo sería nuestro diario vivir?

¿Qué te parecen esas ideas? No tienes que adherirte a ellas, pero pondéralas. Lo más importante es que tú mismo/a puedas decir cuáles son tus convicciones. Hay muchas personas sin convicciones, a sea, hay personas que no están fuertemente adheridas a nada. Esas son personas peligrosas, porque al no estar anclados en algo son capaces de todo.


Yo conozco unos cuantos así.

Circunstancias

De todos los huertos que uno siembra en la vida los mejores frutos se cosechan del que nos dió más trabajo. Valoramos los mayores esfuerzos, apreciamos más lo que se nos hizo más difícil y recordamos más profundamente las horas amargas y dolorosas.

¿Por qué tiene que ser así? Pues no sé. Ortega y Gasset, el filósofo español destacaba “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.” Esto quiere decir que cada persona conocer el por qué recuerda o añora las cosas y el por qué valora a unas más que otras.

Pero, atrévete a acompañarme en el siguiente ejercicio. Toma un pedazo de papel y un lápiz y escribe las tres cosas que te vengan a la mente como más importantes en tu vida. No cinco, ni diez, ni dos: tres. Si quieres puedes hacer una lista de veinte cosas, pero al final saca las tres más importantes. Luego que tengas a esas tres imagínate que se te dan cien dólares para repartirlas entre esas tres cosas, dándole más dinero a la que valoras más. No, no, no, no los repartas $33.33, $33.33, y $33.33. Una de las tres tiene que valer más que las otras dos, y de esas dos una será la menos valorizada.

Cuando hayas terminado tendrás tres asuntos valorizados de mayor a menor. Ahora mira a lo que escogiste como de más valor. ¿Qué es? ¿Por qué tiene tanto valor para ti? Pero, carajo, sólo lo estás haciendo tú y nadie te está viendo, NO MIENTAS y SE SINCERO/A contigo/a mismo/a. Luego pregúntate, ¿qué circunstancias me hacen pensar o sentir que éste es el asunto más importante en mi vida, lo de más valor? Y así como lo hiciste con ese mayor tema, házlo con los otros dos. Así te descubrirás más a ti…y a tus circunstancias.

Es muy posible que pensando en esas cosas te des cuenta que prácticamente todo en la vida es como una telaraña, todo parece estar íntimamente conectado una cosa con la otra y, al fin de cuentas, hasta las que parecen más lejanas se descubren más cerquitas una vez que vemos cómo están relacionados todos los puntos de nuestra telaraña, nosotros y nuestras circunstancias.

Hace unos años estaba con una chica de Turquía sentados sobre la grama del parque Grant de la ciudad de Chicago. Era un día de verano maravilloso, verde, soleado, tranquilo y el cielo parecía expandirse hasta el fin del universo. No nos podíamos aguantar, encontramos un árbol frondoso y nos escondimos bajo su amparo, haciendo el amor escondidos del público pero visibles a todo el universo. No fue el mejor sexo que he tenido en el mundo, pero fue muy especial y aunque me picaron dos hormiguitas donde no debían haberme picado, el momento fue increíblemente sensual y emotivo. Estábamos en peligro de que alguien nos viera o de que la policía del parque nos sometiera por exhibicionistas y amorales, pero en ese corto momento se suspendieron todas las demás posibilidades, tanto del mundo real como del imaginario, y nos quedamos suspendidos en un momento en el que el placer fue lo más pequeño y lo menos importante.

Su pecho junto al mío fue como un puente hacia el otro lado de la realidad. Sentía su corazón latiendo como si se le estuviera saliendo de las entrañas. Lloraba y yo las secaba con mis besos. Caramba, ¿por qué es que la felicidad les entra a las mujeres con llorar? Yo lo que quería era dar gritos, saltar, correr, reir. Pero nos quedamos allí, pegaditos, no queriendo ir para ninguna parte. Hasta que me picaron las desgraciadas hormiguitas y entonces todo volvió a la “normalidad.” Casi.

Circunstancial. Hoy sería diferente, no que no pueda hacer lo mismo (lo hemos hecho) sino que la telaraña es diferente. En primer lugar estoy casado con alguien a quien amo, que me gusta mucho y que es la mejor persona que ha llegado a mi vida. Cuando ríe es como si todo el mar de Las Terrenas me entrara por la boca y me saliera por el corazón. Cuando nos tomamos las manos no son sólo nuestros huesos y nuestra piel, sino que se nos unen así tantas historias y tantas circunstancias. Yo y mis circunstancias…y mi mujer.

Hacer el amor con Fatma ese día de verano en Chicago fue algo muy especial. Esas eran mis circunstancias, las que sólo sé yo. Pero no se asemeja en nada a las circunstancias de ahora, con mi amorcito, con mi mujercita, con mi cariñito y con mis circunstancias. Nos peleamos, nos enojamos, nos desquiciamos…a veces. Pero, a fin de cuentas, somos ella y yo y nuestras circunstancias y entre los dos hacemos todas las cosas mucho mejor.

Yo y mis circunstancias. Y mi amorcito también. De las tres cosas que valoro más en la vida ella está presente en todas, como puntos de encuentro en mi telaraña.

Sísifo y el Fénix

  LA DESGRACIA DE SÍSIFO Y LA PROMESA DEL FÉNIX (Escrito en el 2009) Todo el mundo tiene una idea de lo que se debe hacer en Las Terrenas. T...