Todos decimos mentiras. Según estudios recientes una persona promedio dice 9 mentiras al día, ó 63 a la semana, ó 1900 al mes, ó 23,000 al año. Cuando cumplimos 45 años ya hemos mentido un millón de veces. Esos estudios también revelan que las mujeres mienten la mitad de veces que los hombres. Las mujeres tienden a mentir para que los demás se sientan mejor, mientras que los hombres mienten para ellos mismos sentirse mejor.
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La mentira más común es “estoy bien, gracias”, seguida por “¡qué bien te ves!” Pero la mentira que más escuchamos es “todo está bien y estará mejor”, al igual que “vamos a hacer ésto y aquéllo”, ambas cayendo en labios de politicos y de personas que desean que el público acepte lo que están diciendo.
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No todas las mentiras se dicen, a veces basta con callar la verdad, como en el caso de nuestro pais en el que es obvio que hay corrupción y robos a diestra y siniestra por partes de líderes politicos, pero nunca ha habido la más minima penalización y mucho menos admisión de lo que ocurre (aunque una encuesta reciente reveló que el 82% de la gente dice que la corrupción es rampante).
Todo sabemos lo que realmente está ocurriendo, pero todos somos participes de una mentira compartida que cuando es tan generalizada y aceptada se convierte en una fibra de la cultura y de la identidad nacional. En otras palabras, sabemos que nos mienten y aceptamos que nos sigan mientiendo.
Recientemente le dije a un líder local que no creo en nada de lo que dice ni en nada de lo que hace. No importa lo que diga ni cómo lo diga creo que la persona en cuestión vive una patología de la mentira 24 horas al día, tanto es así que la persona seguramente se cree sus propias mentiras. Cuando uno llega a ese punto es difícil soltar la mentira y vivir auténticamente. Unas cuantas mentiras eventualmente se convierte en un patrón de mentiras y, eventualmente, se asimila dentro de la misma fibra del ser. Es un peligro para el alma del individuo pero, peor aún, es trágico para los que tengamos que vivir bajo el liderazgo de esa persona.
El mayor desafío para nuestros líderes es dejar la postura de una verdad cuando se sabe que es una mentira. La postura es crear la apariencia de que se habla y se actúa verazmente, cuando en realidad ellos y algunos otros saben lo que hay. Aunque vivir verazmente todo el tiempo, o decir siempre el 100% de la verdad es humanamente imposible, lo que sí es deseable es que hagamos los intentos de vivir más auténticamente y que, en el caso del destino de un grupo de personas, pueblo o nación, que sus líderes sean mejor conocidos por decir mayormente la verdad que por decir mayormente la mentira.
Al empezar este nuevo año propongámonos hacer un cambio transcendental en nuestras propias vidas: atrevámosnos a decir menos mentiras y provoquémosnos a demandar más verdad de parte de nuestros líderes.
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