Anote Tong, presidente de la República de Kiribati, anda buscando una nueva patria para los 105,000 habitantes de su archipiélago. Está dispuesto a mudarlos a todos a otro lugar. Las Islas Gilbert o Kiribati, antiguas colonias británicas, están pobladas por descendientes micronesios en el pacífico sur y constituyen el lugar donde primero empezó el nuevo milenio ya que están colocadas justo a la izquierda de la línea internacional del tiempo.
Esos 105,000 habitantes viven en 811 kilómetros cuadrados (Samaná tiene 847 kms cuadrados), lo que quiere decir que comparados a Samaná tienen un poco más del doble de habitantes distribuídos en varias islas. No todas las islas o atolones están habitadas, apenas unas 10 de un total de 33. Los atolones tienen forma de media luna, con una laguna interna de agua muy clara y cristalina, mientras que en la parte externa es mar abierto. Cuando estuve allá hace unos años iba a bañarme en la laguna pero me advirtieron que no lo hiciera ya que los kiribatianos usan la laguna interna como baño y como sanitario y podría encontrarme con objetos flotantes desagradables.
¿Por qué el presidente Tong quiere mudar a todos los habitantes de Kiribati? La razón es simple, el archipiélago va a desaparecer en un par de décadas por causa de la elevación del nivel de agua del mar a raíz del calentamiento. Cuando estaba en Tarawa, la isla principal, el punto más alto tenía apenas dos metros. Cuando hay ciclones en esa zona algunas de las islas desaparecen totalmente bajo las olas.
Para ir a dar un taller sobre desarrollo comunitario a un grupo de líderes en una de las islas cercanas tomé un avioncito de 22 pasajeros. Cuando subí al avión no podía creer lo que vi. La gente montaba racimos de guineos, chivos, gallinas, cajas de cerveza y latas de comida en su interior. Cuando cerraron la cabina no creía que podríamos despegar pero lo hicimos y una hora más tarde llegué a mi destino.
Los ancianos de la aldea me habían reservado una maneaba o choza al lado del mar desde la cual podía contemplar la puesta de sol (derecha). No había electricidad ni agua corriente. Me alumbraba con velas y el agua de beber era de lluvia. Mi maneaba era totalmente abierta, con una cama hecha con hojas de coco y la cena de esa noche fue pescado con coco y plátanos, acompañado con refresco de naranja llevado desde Australia (el principal suplidor de alimentos al pais). Al día siguiente me proveyeron de una bicicleta en la cual dí la vuelta a la isla y así pude llegar a mis reuniones.
En Kiribati, como en gran parte del Pacífico y hasta en partes de Asia, la cabeza es considerada como la parte más sagrada de la persona y no es apropiado tocarla bajo ninguna circunstancia. Esto me permitió utilizar un fenómeno cultural para facilitar la discusión de un tema del taller. Aquí en la República Dominicana es apropiado darle un “cocotazo” a un niño malcriado. Yo cogí un coco, lo golpeé con mis nudillos y le dije a los kiribatianos presentes que en mi pais a la cabeza se le dice popularmente “coco.” Un “cocotazo” consiste en golpear el coco (la cabeza) con los nudillos.
Después de tocar el coco con los nudillos lo hice pasar entre los participantes para que ellos le dieran un cocotazo al coco. Lo hicieron muertos de la risa. Entonces invité a uno de los participantes al frente y le dije que por un momento pensara que era dominicano. Yo todo lo que tenía era un pareo alrededor de mi cintura y una camisilla, estaba descalzo al igual que los demás. Yo le dije que yo me había transformado en kiribatino ese día y quería que él se convirtiera en dominicano por unos momentos. El hombre asintió. Entonces yo hice pasar a un niño al frente y le dije al hombre que el niño se había portado mal y que él debía hacer lo que hacen los dominicanos con un niño malcriado, darle un cocotazo. El pobre hombre miraba al niño y me miraba a mi. Simplemente no pudo hacerlo, el valor cultural de preservar la integridad de la cabeza fue más fuerte.
Yo aproveché esa lección para hacer múltiples aplicaciones al desarrollo comunitario y creo que ni ellos ni yo hemos olvidado lo que ocurrió. A veces pensamos que para lograr lo que queremos hay que violentar hasta lo más sagrado. No. A veces los mejores y más profundos cambios son resultado de preservar lo más sagrado en el ser humano: la vida, el respeto, la dignidad, la verdad y el medio ambiente.
En Las Terrenas, en asunto de meses, se ha notado una contínua desintegración de valores en la manera en que se violentan el respeto, la paz, los recursos naturales y la integridad física de niños y adultos. Además, vivimos en medio de la más completa corrupción e instransparencia y las consecuencias de esas violencias en contra de la dignidad humana no se harán esperar.
El universo se encargará de darle unos buenos cocotazos a unas cuantas gentes que se merecen eso y más.