Las comunidades son entes vivientes. Algunas con como el cangrejo, que van pa’trás; otras como la ameba, maleables y adaptables; otras como un fosforito, se prenden y apagan rápido; otras como las olas del mar que suben y bajan según la marea; otras como un cohete, se elevan tanto hasta que ya no se ven; otras son como un pozo de agua, hay que tirar el cubo bien profundo para sacar algo; y otras son como un paisaje finamente orquestrado, con valles y montañas, con ríos y lagunas, con playas y humedales, con amaneceres y atardeceres inspiradores y con un constante pulsar de desarrollo y progreso.
Las comunidades progresistas y desarrollistas son ciudades inteligentes, no sólo en su capacidad tecnológica sino también en su capacidad humana. Al mismo tiempo, la única manera de promover y preservar el desarrollo continuo es mediante la presencia de estándares de desempeño y mediante la aplicación de normas que ayudan en la ejecución de esos estándares. Cuando no hay ni normas, ni estándares ni inteligencia tenemos un caos continuo, o sea, un desempeño atolondrado, como vacas sueltas en la calle.
El salto del caos al desarrollo constante y permanente es complejo, pero es posible gracias a la acción de un elemento fundamentalmente poderoso en toda comunidad: el agente de cambio. El agente de cambio es el individuo, hombre o mujer, interesado en la transformación profunda de las cosas. Es la persona cuya visión está orientada hacia la transformación por medio de ideas, talentos, habilidades, destrezas y recursos en sí mismo o en otros, poniéndolos a favor del servicio y del bien común.
Un agente de cambio no es la persona que habla mucho sin aportar nada significativo, aunque posea grandes bienes o esté encumbrada en una posición social o política. Tampoco lo es la persona que resuelve con parchos los problemas complejos en la comunidad. Tampoco lo es la persona impasiva, inerte, que le deja a otros la búsqueda de soluciones o la ejecución de planes y proyectos.
Por naturaleza, el agente de cambio no tiene todas las respuestas, ni todos los recursos, ni todas las ideas. El agente de cambio no ES el cambio en sí, sino que fomenta y auspicia la comunión de energías entre personas diversas pero interesadas en el bien común. El agente de cambio utiliza la experiencia y el conocimiento que pueda tener para empujar y para provocar al análisis de situaciones preocupantes, confiado en que otros puedan tomar “al toro por los cuernos”, ya sea porque poseen mejores cualidades o recursos más factibles. El propósito central detrás de las acciones del agente de cambio es la transformación.
Aunque puede serlo, el político tradicional no es, por naturaleza, un buen agente de cambio porque tiende a ponerse en el centro de todo. Tampoco lo es el líder tradicional, autocrático, amparado en una posición política, social o religiosa. El mejor agente de cambio es un promotor de las ideas, fortalezas, recursos y habilidades en los demás, buscando formas de canalizarlas, a veces mediante la provocación causada por una idea o por una posiblidad, otras veces mediante la búsqueda de respuestas a condiciones extremas y complejas causadas por las incapacidades e ineficacias del sistema imperante. Más que todo, el agente de cambio a veces inicia algo y lo deja en manos de los más conocedores y capaces, porque el verdadero cambio, la transformación profunda, no está centrada en las acciones de una persona sino en la conjunción de las mejores ideas entre las personas más capaces y más conocedoras.
Una comunidad sin agentes de cambio se queda en manos de oportunistas y demagogos, o se ata a un derrotero autodestructivo. Las comunidades, al igual que la mayoría de las cosas, cuando son dejadas a su propia suerte tienden a degenerarse, no a mejorar. Cambiar el curso de las cosas requiere de la acción continua de buenos agentes de cambio. Hoy, más que nunca, Las Terrenas necesita de agentes de cambio visionarios, valientes y veraces.
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