Planta nuclear de Fukushima donde ocurrió la explosión |
Preparándose para entrar al reactor. |
Las explosiones hicieron que mucha gente temiera no solamente por los 390,000 habitantes en Fukushima, sino también por los 36 millones de personas en Tokio y los muchos otros millones en otras partes del mundo. Escapes de radiación de la planta llegaron a Corea y a la costa oeste de los Estados Unidos en menos de 48 horas. Se han revelado daños potencialmente letales en áreas cercanas a la planta pero la verdad total tardará mucho en saberse tal como ocurrió con el accidente de Chernobyl en Ucrania el 26 de abril del 1986, considerado el peor de la historia.
Hay algo importante y transcendente en la manera en que se evitó un desastre mucho mayor. Cuando no se lograba enfriar al reactor por todos los medios mecánicos conocidos surgieron “los 50 de Fukushima”, conocidos así porque 200 voluntarios se ofrecieron a luchar contra el desastre y estaban divididos en turnos de 50 personas cada uno. Estas 200 personas son totalmente anónimas, algunas se piensan que son empleados ya jubilados de la planta que pertenece a la Compañía Eléctrica de Tokio (TEPCO), y algunos detalles han salido a la superficie porque algunos familiares han escrito en blogs y en la prensa, revelando algunas de sus realidades y ansiedades.
Familia en Fukushima |
Una nota de prensa en Clarín.com revela las palabras de un familiar: “Mi padre se fue a la planta nuclear. Nunca había oído a mi madre llorar tanto. Pero nunca había estado tan orgullosa de él. Por favor papá, vuelve vivo.” Esto lo decía la hija de un empleado jubilado, el que entendió que era su deber acudir a ayudar, junto a bomberos y policías, para evitar un desastre mayúsculo sabiendo que podrían perder la vida si se exponían a cantidades letales de radiación.
La sociedad japonesa y muchas otras en el mundo los reconocen ahora como héroes, sabiendo que sin el esfuerzo de todos ellos, entrando al área del reactor para echarle agua, para filtrar la contaminada y para extinguir otros daños posibles, hoy en día pudiéramos estar lamentando la muerte de millones de personas.
Una comunidad que puede contar con hombres y mujeres como esos 200 es muy dichosa. Cabe notar que el mismo gobierno japonés exigió, bajo pena de multas y condenas, el que los 200 voluntarios no abandonen la planta, lo que quiere decir que están prácticamente condenados a morir allí. Todos ellos, mujeres y hombres voluntarios, a los que se les paga menos de US$150 al día por ese trabajo, sabían que podrían no salir con vida de la situación, pero aún así lo hicieron pensando en el bien mayor, en el bien de la comunidad, del mundo. Actos así enaltecen la raza humana y nos hacen partícipes de un ejemplo digno de emulación.
Aaron con "Chica" en la biblioteca. |
Esta semana pasada estuvo con nosotros mi amigo de infancia de Constanza, el Ing. José Abraham Abud. Vino desde Pennsylvania donde vive para recorrer los mismos pasos que dió su hijo Aaron, quien fue voluntario en la Biblioteca Anacaona en septiembre pasado y quien lamentablemente falleció, con apenas 18 añitos, a raíz de un accidente de motor mientras visitaba a sus familiares en Constanza. El viernes en la tarde, junto a un grupo de 12 voluntarios de Minnesota, los que vinieron a ayudarnos a terminar el parquecito infantil en la escuela pública, colgamos una foto de Aaron en la que se le veía jugando fútbol en el multiuso con niños de Las Terrenas. José Abraham no pudo contener las lágrimas mientras le decía a los niños y niñas presentes en la ceremonia lo contento que se encontraba Aaron aportando su granito de arena a este pueblo. Su familia pagó un sacrificio muy alto, sin precio. Así lo están pagando las familias de los 200 voluntarios de Fukushima.
Ante ejemplos tales debemos quitarnos el sombrero y aspirar, pura y sencillamente, a poder hacer por nuestra comunidad aunque sea un chin chin chin de lo que dieron a su pueblo y al mundo “los 50 de Fukushima.”
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