miércoles, 6 de mayo de 2020

La Tirana (La Vida es Tirana)


Soliloquios—13
Por José R. Bourget Tactuk




Le he dicho a mis hijos (y a mi querida esposa) que no hagan planes conmigo para después de los 75 años.  No veo necesidad en estos momentos de vivir más.  Setenta y cinco años son más que suficientes para vivir castigando este mundo.  Es mejor crear espacio para otra persona.  Ellos me dicen que no debiera hablar así y que no tengo derecho a privarlos de mi presencia como si sus sentimientos o deseos no importaran.  Yo les digo que a mi no me interesa vivir jodiendo a otros estando en el medio por tanto tiempo, que me estén cambiando pañales y que tengan que soportarme enfermedades y testarudeces propias de la edad.  Hablan como si uno tiene que sujetarse a la obligación de vivir porque eso es así.

La vida es realmente una tiranía, una obligación a veces incómoda a veces placentera, como un camino cuya dirección a veces es clara y a veces confusa, pudiendo uno escoger ir a la derecha o a la izquierda, pero siempre terminando en algún destino esperado o inesperado.  Al fin de cuentas, vivir no es solamente el camino sino el trayecto, como lo decía el poeta español Antonio Machado convertido en hermosa melodía por el cantautor español Joan Manuel Serrat, ¨caminante no hay camino, se hace camino al andar.¨

La tiranía de la vida crea dos obligaciones inevitables, una hacia uno mismo y otra hacia los demás.  Son obligaciones que empiezan en el momento de la concepción, cuando ya la madre y el padre comienzan a crearse expectativas y a hacerse dueño de nuestros cuerpos, nuestras mentes y nuestros corazones. ¨Es MI hija¨, ¨YO te crié¨, ¨me debes la vida¨.  Tantas obligaciones son asfixiantes y continúan hasta la muerte, cada año pesando más y más sobre nuestros hombros.  

Bueno, no solamente hay que rendirle tributo a las obligaciones hacia padres y familiares, uno también tiene obligaciones hacia uno mismo: cuidarse, mantenerse saludable, cepillarse los dientes, comer, estudiar, vestirse, sentir y dar placer, respirar, pensar y hacer de nuestras psicosis algo que trabaje a nuestro favor y no en contra.  Es esa obligación lo que nos hace ser los seres vivientes más egoístas sobre la faz de la tierra, porque amparados bajo la tiranía de vivir nos la pasamos asegurando que podamos tener más que los otros y hasta mejor.  Robamos, mentimos, matamos para asegurarnos de cumplir bien la suprema obligación de serle fiel a nuestras propias vidas, y a veces robamos, mentimos y matamos para serle fiel a nuestras obligaciones hacia los demás.

El que está muerto no tiene obligación de nada, ni a sí mismo ni a los demás.  La muerte es la suprema libertad, creando un hueco inmenso que sólo lo llena el vacío de la nada:  cero sentimientos, cero ambigüedades, cero dolor, cero placer, cero obligaciones, sólo el cojoyito de un recuerdo olvidado en las memorias de aquéllos que nos conocieron en vida.

Algunos de nosotros que vivimos bajo el amparo de la belleza imponderable de este terruño terrenero se nos hará más difícil sepàrarnos de las obligaciones de vivir porque Las Terrenas es un ambiente liberante, repleto de francas libertades con sus paralelos libertinajes y muchos vienen aquí simplemente para sentirse libres de hacer lo que les venga en gana, dejando atrás las rigideces creadas por leyes, por familiares, por sociedades, por uno mismo.  Aquí, en estas cuatro esquinas, se puede amar, gozar, bailar, disfrutar, sufrir, llorar, ganar, perder, ayudar o joder y muchos vienen aquí queriendo vivir no solamente 75 años sino 100 y mucho más.

El peligro de vivir en Las Terrenas lo crea la imperiosa necesidad de disfrutarlo todo y, con ello, esclavizarnos bajo la tiranía de una vida sensual, bacanal, festinando nuestras energías en completo desenfreno.  Ahora que lo pienso, quizás debo cambiar y en lugar de cesar mi existencia a los 75 años continuarla hacia los 100, siempre y cuando sea bajo el imperio indescriptible y apabullante de una orgía festinalmente sensual como sólo lo sabe ofrecer nuestro terruño terrenero.

Tu Bella


Soliloquios—12
Por José R. Bourget Tactuk





Hola Marcos:
            Te escribo esta carta porque, francamente, a esta altura del juego ya no sé qué más hacer.  Cuando varios meses atrás me prometiste el cielo y la vida no te tomé en serio porque, ¿a quién se le ocurre ofrecer tales cosas?  En tus ojitos verdi-azules noté ese tono ensoñador de los que saben muy poco de la vida, o sea, de la vida que vivimos aquí.  Yo sé que conoces de la vida, después de todo no naciste ayer y, de hecho, tienes más años que yo.  Pero mi vida ha sido dura, muy dura, muy pobre, muy jodida, lo que me hace una persona menos confiada, más cuidadosa y menos soñadora.

            Esto no quiere decir que no tenga mis sueños y mis decepciones. Me acuerdo de las muchas veces que me quería ir, lejos de ti, de tus abrazos, de tu salamería, de la melcocha de tus besos espantados por el calor del mediodía sobre sábanas que no aguantaban un sudor más.  Después de esos momentos de estupor, de verte bajo el peso de mi cuerpo suspirando vanamente los placeres con los que te engañaba, terminaba volviendo mi rostro hacia la pared para no ver más en tu rostro la satisfacción que a mi misma me hastiaba.  Hubiese querido que fuese “mi primera vez” con un enamorado, pero no, Marcos, ya han sido cinco, séis, diez, o más y tú tampoco has podido marcar sobre mi cuerpo la herida mortal del amor para siempre. 

            No me siento culpable porque no te he dejado solo, porque cada noche que vengo donde ti me entrego, siguiendo melodiosamente tus caricias y comportándome como el cocotero del patio bajo la brisa, extendiendo mis brazos para acompañar el movimiento incansable de tus labios sobre mis pechos.  Confiesas que tengo la piel más dulce y más suave que jamás hayas conocido.  Ay, mi Marcos, te puedo llevar a cualquier barrio en Las Terrenas y vas a descubrir que en cada calle hay veinte o trenta chicas como yo, cada uno prometiendo piel de melao y suavidad de seda entre pecho y pecho.  ¿A quién quieres engañar?  Será a ti mismo, porque hace años que a mi ya no me engaña nadie, ni siquiera el padre de mi hija quien fue el primero que me enseñó que no hay tal cosa como  una mentira amarga.  Todas son dulces, las que te dicen al oído o en los callejones, en susurros o en maldiciones.  Hasta los engaños repetidos cada noche son endulzados con melao aunque al amanecer tengan sabor de trapo viejo en la boca.

            Marcos, Marcos, párate ahí, devuélvete, móntate en la guagua y súbete en el avión.  Regresa a tu país, llévate en tus maletas el recuerdo que creaste para satisfacer tus propias fantasías.  De aquí no me saca nadie, ni sueños ni promesas, ni yola ni Yolanda, ni dólares ni Dolores, ni visas ni Euros.  Cuando llegues allá mirarás atrás y pensarás en mi.  Sí, eso lo sé, carajo, porque hice lo imposible para que no te olvidaras de mi, de mi piel ni de mis senos, de mis entrañas ni de mis abrazos, de mis risas ni de mis placeres, los que son fórmula macabra, embrujadora, marcándote para siempre con el veneno mortal de recuerdos imperecederos.  
Concepto de pasión, mano femenina que rasguña la espalda masculina ... Se te caerán los dientes, Marcos, y todavía pensarás en mi, en el sudor inagotable de cada amor que hicimos en cada esquina de la casa.  

"Tu mundo y el mío nunca se encontrarán, son líneas paralelas que nunca se cansan de verse a distancia."


Mientras hurtabas el placer de mi cuerpo nunca supiste el color del techo, yo sí Marcos.  Nunca supiste el olor de las cayenas al otro lado de la ventana, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste los perros, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste al platanero ni al que compra hierros viejos, yo sí Marcos. Cuando te parabas de la cama lo primero que decías era “tengo hambre”.  Por eso, en parte, nunca confié en tus palabras porque si recién me acababas de comer viva y habías bebido inagotablemente del elixir de la vida entre mis piernas, ¿cómo diantre podías tener hambre? ¿O es que nunca te diste cuenta de toda la energía que me costaba amarte?  Si había alguien con hambre debí haber sido yo.  Por qué mentirte como lo hacía cada vez que hacíamos el amor, viendo cómo me sacabas todo lo que tenía por dentro.

            Te escribo estas media verdades cuando estás al otro lado del mundo, del cual no quiero que vuelvas.  Por lo menos no vuelvas a buscarme, no vuelvas con nuevas (o viejas) promesas.  Séis mil setecientos kilómetros me separan físicamente de ti, pero para mi son séis mil setecientos mundos, porque en el otro mundo, en el sensato, el real, el de cada día, el de no tener nada y desearlo todo, en ese mundo mío, muy mío, ahí vivo con mi distancia.  Tu mundo y el mío nunca se encontrarán, líneas paralelas que nunca se cansan de verse a distancia.  Entre tú y yo hay demasiados espacios vacíos de por medio que nunca se llenarán y, Marcos, más que nada, hay millones de cosas que nunca sabrás y que ni en ésta ni en la otra vida podrás descubrir.  

Como lo dice Zacarías, "es tan difícil", Marcos, pero así es.

Tu Bella.

Viralata


Soliloquios—11
Por José R. Bourget Tactuk


 



            El 18 de octubre pasado a las diez de la mañana un motoconchista cruzó frente al cementerio en dirección a la policía y sin mirar ni a izquierda ni a derecha se encontró en su camino con dos obstáculos.  El primero fue un perro viralata color café con manchas blancas y tuerto del ojo derecho, el segundo fue una gringa despampanante que andaba en dirección al mar vestida de playa y con un gorro de pana de anchas alas.  No le hizo caso al perro y se puso a mirar a la turista con esos ojos de águila hambrienta que sólo las mujeres saben describir bien—“se le salían los ojos como si se la fuera a comer.”  La playista cruzó bien, sin problemas, sin hacer caso al infortunio que estaba a punto de ocurrir. 

            El perro seguía detrás de la turista de larga y rubia cabellera y caminar sensual, como si ella fuera la portadora de mejores y mayores promesas que la que encuentra cada día en los zafacones del barrio codetel.  Como era tuerto del ojo derecho no vió al motorista y no pudo hacer nada ante el encuentro de un conductor embriagado con la rubia cabellera y un perro ciego anhelando el fin de un hambre tortuosa.  El motorista frenó de golpe pero no pudo impedir que el perro sufriera el embate de la rueda delantera, lo que causó el gemido más agudo que perro alguno haya proferido jamás.  Fue tan y tan fuerte que la playista regresó a ver lo que había pasado, 13 clientes que almorzaban en el Paco Cabana salieron a lamentar lo que le ocurrió al perro y hasta dos niñas francesas llegaron quién sabe de dónde para pasarle la mano al atolondrado animal que yacía en el piso con más ganas de morirse que de seguir viviendo.

            La escena era trágica, silentemente absurda y, diría yo, hasta jocosa.  El motoconchista se había caído del motor pesada y dolorasamente, se raspó la rodilla izquierda y botaba sangre.  Cojeaba al pararse y levantó su motor para inspeccionarlo mientras maldecía al malogrado perro.  Nadie le prestó atención.  Si alguno de los gringos que rodeaban al perro miraron en su dirección lo hacían con una mirada maligna, enviándoles rayos y centellas silenciosas pero evidentes, obviamente culpándole por haberle hecho tanto daño al pobrecito rialengo.

            Yo contemplaba la escena desde el otro lado de la calle.  La rapidez con la que acudieron al perro era equitativamente similar a la ignorancia prestada al motoconchista y no me quedó más remedio que concluir que lo que el motorista debía hacer era integrarse a la escena.  Me le acerqué y le susurré al oído diciéndole “lo que tienes que hacer es hacerte el muerto, como si te diera un ataque al corazón a ver qué pasa.”  Me retiré rápidamente y en menos de trenta segundos lanzó un grito al cielo “¡Ay me muero!”, y cayó pesadamente al piso.  Los que estaban alrededor del perro no le hicieron caso, excepto la despampanante turista de sombrero de cana, la que acercándose con su caminarcito modelístico, se arrodilló delante de él, le tocó la frente, el pulso y el pecho, seguido por un sentido y profundo gemido de pesar, de angustia y de simpatía.

            El motoconchista como que reabrió un ojo para verla de cerca y pudo darse cuenta lo que ninguno de nosotros podía.  Esa rubia despampanante no era una turista extranjera, sino un macho de hombre y modelo dominicano, trabajando en Las Terrenas y, en realidad, parte de un equipo de investigación sobre roles de género dentro de la cultura dominicana.  Vestía de mujer rubia y despampanante para observar y registrar las reacciones comunes a las percepciones que podría producir entre sus observadores.   Lo que ocurrió a continuación no lo esperaba nadie, pero el motoconchista se paró con expresiones disgustadas, “¡Apártate de mi mardito er diablo!” alcanzó a decir entre muchos otros improperios.  Agarró su motor y se largó de ahi más rápido que de carrera.  

            La rubia despampanante se paró, pasó sus manos sobre su playera como despolvando los insultos recibidos y volvió al grupo de personas que prestaban primeros auxilios al perro.  Ya para ese momento habían decidido que no le iban a dar respiración boca a boca al perro sino llevarlo a un veterinario.  Uno de los clientes del restaurante fue a su coche, lo acercó al grupo y allí entre cuatro personas montaron al pobre perro que seguía con vida pero muy escasamente.  Dos personas más se montaron junto al perro y arrancaron en dirección quién sabe adónde.  En ese preciso momento llegó un Amet y demandó “¿qué pasa aquí?”  Ninguno de los extranjeros respondió pero un limpiabotas de la plaza le dijo, “una tipa rara, alta y con un sombrero grande le dió una patá a un perro rialengo y se lo llevaron de aquí unos gringos?” “¿Y dónde está la gringa?” respondió el Amet.  “Y yo qué sé,” dijo el limpiabotas y ahi se quedó todo.

            Errar es humano, ser perro y ser tuerto es divino.

Hombre Bello


Soliloquios—10
Por José R. Bourget Tactuk





No, no son los terreneros, pero se parecen mucho a ellos ya que son coquetos, vanidosos y grandes bailadores (ver trailer en http://www.youtube.com/watch?v=NVaShWV79PU).

Son también grandes caminantes, siguiendo la lluvia y acampando cada par de días con sus vacas Zebú.  Al final del trayecto celebran una semana de fiestas alrededor de dos tipos de danzas particulares, la Yaake y la Geerewol, como parte de los concursos de bellezas en la que sólo los hombres solteros participan.

Los hombres concursan usando maquillaje muy bien elaborado, se cubren de plumas y adornos y demuestras sus destrezas en la Yaake, cantando y danzando.  Una vez preparados por sí mismos se unen hombro con hombro y empiezan su danza, todos alineados con la pinta de los pies hacia delante para mostrar su altura y su encanto con exageradas expresiones faciales y sonidos.  Giran sus ojos, las mejillas les tiemblan, y lucen el brillo de sus dientes impecablemente blancos. Sus mejillas se inflan como un pez, giran los ojos a la derecha y a la izquierda como símbolo de su talento.  Mientras tanto, los ancianos del grupo se acercan para burlarse de los bailarines en un intento de obligarlos a esforzarse más y mostrar más de su magnetismo. 

Los hombres están siendo juzgados por su encanto, magnetismo y personalidad. No es necesariamente el hombre más hermoso el que gana el Yaake, pero sí es el que tiene más "Togu", o lo que es igual, magnetismo y encanto, el que saldrá  vencedor. De hecho, las jóvenes que fungen como jueces en dichos concursos pueden sentirse libres de ir y pasar la noche con los concursantes y los comparan…a otros concursantes.

¿Quiénes son?  Son los Wodaabe y son uno de las grupos étnicos más antiguos y más puros del Africa, viviendo migratoriamente entre el sureste de Niger y Africa Central en el corazón del Sahel.  Los padres casan a los pequeños en los llamados matrimonios de conveniencia (koogal), pero también practican el matrimonio por amor (teegal), por lo que aunque estén casados tienen libertad de unirse a otras personas por amor y a su elección.  No sólo son polígamos sino que sus mujeres pueden tener relaciones sexuales con quienes quieran y cuando quieran.  (Para encontrar las fuentes de estas informaciones y mucho más haz una búsqueda en el internet bajo el nombre Los Wodaabe).

Los Wodaabe hablan el Fula y no tienen lenguaje escrito.  Como sólo se casan entre clanes Fulanes se han preservado étnicamente puros llegando a componer un grupo migrante que no superan las 50,000 en total.  Al igual que todo grupo cultural en el mundo mantienen sus tradiciones y costumbres particulares.  Los Wodaabe enfatizan el valor en ser reservados y modestos (semteende), la paciencia y la perseverancia (munval), el cuidado y la prevision (hakkilo) y también la lealtad (amana). 

Curiosamente, a los nuevos padres no se les permite hablar directamente a sus primeros dos hijos, quienes quedan bajo el cuidado de los abuelos.  Un esposo y esposa no se pueden tocar, ni tomarse las manos, ni hablar de nada personal durante las horas del día.  Por otro lado, las mujeres casadas que no están contentas con sus esposos actuales son libres de elegir a otro hombre escapándose con él, pero si ella sale de su matrimonio debe dejar a sus hijos detrás también.  Sea una mujer casada o soltera, la nueva pareja que se ha escapado puede matar una oveja, la carne asada la comparten antes de ser capturados por la familia (o esposo) de la niña o mujer y asi se confirma el nuevo matrimonio.  

En Las Terrenas los hombres y las mujeres hacen lo mismo, pero como no hay suficientes ovejas para todos basta con un filete de dorado, papas salteadas y un buen trago de ron.

Mujeres sin placer


Soliloquios—9
Por José R. Bourget Tactuk





No hay mujer dominicana (u hombre) a la que se le pueda quitar su derecho al placer sexual.  ¿Se imaginan ustedes tener relaciones sexuales sin placer?  No me refiero a la actividad sexual ocasional que a veces no produce placer en la mujer, sino a la constante, perenne y constante condición de simplemente no poder disfrutarlo.

Cada día (así es, CADA DIA) más de 6,000 niñas entre la lactancia y los 15 años, sufren un procedimiento llamado “ablación ritual genital” o “mutilación genital femenina” (MGF), eso equivale a 1 niña cada 15 segundos.  Es un ritual cultural practicado principalmente en el Africa pero también en el Asia, en Europa y en los Estados Unidos, principalmente entre tribus Africanas y entre subgrupos pertenecientes a la cultura musulmana, por medio del cual se usan cuchillos, navajas y hasta tijeras para remover parcial o totalmente el clítoris, labia y vulva.  La razón principal es impedir que la mujer tenga placer sexual y de esa manera mantenerla fiel y subyugada a su marido. 

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS) unas 140 millones de mujeres alrededor del mundo sufren las consecuencias de la MGF, 92 millones de las cuales viven en el Africa.  Me acuerdo que mi amiga Hawa, oriunda del Sudán, quien trabajaba en las Naciones Unidas y había sufrido ese procedimiento cuando tenía 12 años.  Ya educada y trabajando en los Estados Unidos rogaba a sus padres que no permitieran que su hermanita menor, Fata, sufriera el mismo procedimiento, a lo que después de muchos argumentos accedieron a no hacer.  Sin embargo, Fata era burlada y marginada en la escuela por ser “diferente” a las demás niñas que habían sido mutiladas.  La presión social fue mayor y, finalmente, Fata rogó a sus padres que la llevaran a ser mutilada hasta que finalmente accedieron. 

El caso de Fata revela lo que ocurre con muchas culturas cuando hay tradiciones y rituales tan poderosos culturalmente que son difíciles de cambiar o de abandonar.  En Somalia, donde se practica la MGF de manera más radical, a las mujeres se les “afeita” todo, dejando el área púbica totalmente plana y, en algunas instancias, le cocen la entrada a la vagina dejando solamente un pequeño espacio para la orina y para la sangre menstrual.  La primera relación sexual de estas mujeres es muy dolorosa e igualmente lo es parir, por lo que no es de extrañarse que muchas mujeres mueren en el parto por desangre. 

Además de la pérdida del placer, la MGF puede producir incontinencia, quistes, disfunción sexual y profundas laceraciones sicológicas y emocionales.  Eso no impide, sin embargo, que cada año unos dos millones de mujeres sufran el procedimiento en paises que incluyen algunos de Latinoamérica además del Asia, Europa y, principalmente, el Africa.  En Europa y América del Norte el procedimiento es ilegal pero se practica a escondidas para cumplir con tradiciones culturales ancestrales.

La MGF no se practica en la República Dominicana aunque hay otros tipos de laceraciones físicas, sicológicas y emocionales.  Las séis hijas del hombre en Samaná que las violó porque él “las crió y tenía derechos a gozarlas primero” es un caso, como lo es el caso de padres en esta comunidad que “alquilan” provisionalmente sus hijas a gringos a cambio de dinero, de un piso de cemento, de una nevera, o de una renta mensual de 5,000 pesos.  El padre que violó a su hija de 14 años y la encargó a ser prostituta para que tuvieran “algo de qué vivir’ también produjo profundas laceraciones.  Dos tercios de las violaciones a mujeres en la República Dominicana son provocadas por familiares y personas conocidas de las niñas y jovencitas y, según datos recientes, el 90% de las denuncias de violaciones sexuales tienen que ver con menores.

A veces pienso que hay una guerra fría, silente pero perniciosa, en contra de la dignidad de la mujer y de nuestras niñas y es una guerra en la que toda persona de conciencia y de valores debe saber qué hacer.  ¿Lo sabes tú?

Rafaelito y Margarita


Soliloquios—8
Por José R. Bourget Tactuk




          Margarita es una chica algo agria, enfadosa y narcisista.  A todos los que quieran escucharla les dice las tres verdades que todo el mundo conoce sobre Margarita: “soy la chica más jevi,” “soy la niña linda del barrio” y “soy lo mejor que ha salido de aquí”.  Con semejante perfil no era de extrañarse que todos, sin excepción, pensaran que estaba turuleca o, mejor dicho, que tiene flojo un tornillo.

            Nadie le hacía caso a Margarita hasta que la familia Peralta se mudó dos casas más abajo.  Los Peralta llegaron del sur profundo, donde se habla con la R en el desayuno, en el almuerzo y en la cena.  Desde que abrían sus bocas al despertar Luisa María, la vecina de al lado, comenzaba a reirse a carcajadas porque lo primero que decía el Sr. Peralta al levantarse de la cama era “vor par baño, que nadie se meta.” Peralta era un tipo grande y robusto, con una voz sonora y completa que se escuchaba de lado a lado.  Luisa María lo acechaba para reirse con el “vor par baño” y poco a poco el barrio se enteró de la razón de sus carcajadas.

            Rafaelito era un tipito de 13 años y medio, con una cicatriz en el lado derecho de la frente supuestamente de una caída de bicicleta, pero todo el mundo sabe que fue una pedrá en la escuela.  Era el niño menor de la familia Peralta.  Margarita tenía exactamente trece años y medio, cumplidos en febrero pasado mientras que Rafaelito era apenas una semana más viejo que Margarita.  Como sucede a menudo, Margarita estaba más “desarrollada” que su vecino Rafaelito, al que se le podía confundir con un carajito de apenas 10 años.

            El hecho es que Rafaelito comienza a echarle el ojo a Margarita quien no era la que ustedes se imaginan.  Era medio bica, pesaba 200 libras y metía el pie izquierdo de tal forma que parecía que se iba a tropezar a cada paso que daba. Pero esos eran detalles cosméticos, Margarita seguía siendo “la más chula del barrio” con unos pechos salvajes y un nalgatorio espectacular. Rafaelito prontamente descubrió que la mejor manera de acercarse a ella era piropeándola con aquello de que “oye chula, las habichuelas pa’ese concón les pongo yo el sazón.”  Margarita se moría de la risa, nadie antes la había comparado a un concón con habichuelas.

            Bueno, era martes 13 y de luna llena, una de esas noches cuando es mejor quedarse trancado en casa a tener que hacerle frente a cualquier disparate que se presente en el barrio.  Margarita estaba en la galería de su casa y Rafaelito se acababa de bañar.  “Vor par barrio”, le gritó a su mamá, quien le respondió “abur, cambio y fuera”.  Está demás decir que la mamá privaba en tineyer.

            Cuando Rafaelito vió a Margarita en la galería se le paró al frente con una miradita coqueta y le susurró para que todo el mundo oyera, “Etúvamoacaminarporaí.”  Margarita quedó estupefacta o, mejor dicho, el plátano de la cena se le atrabancó en el cocote.  Nunca antes le habían prestado tanta atención.  Salir a pasear!!  Diantre, la verdad era que estaba de acabar, pensaba ella.  “Vor pa’llá” alcanzó a decir ella y a los dos minutos estaba en la calzada con un viaje de perfume barato por todo el cuerpo. Rafaelito casi se desmaya pero el mensaje era claro:  “toi cojía.”

            Lo demás es historia.  Hicieron juntos la secundaría, se fueron juntos a la universidad.  Se graduaron de ingenieros los dos.  Tuvieron dos hijos y una hija y hoy son los dueños de la cadena de supermercados ParSur, con el monopolio más grande de venta de plátanos barahoneros y mangos banilejos en toda la pení nsula.  Margarita había rebajado 100 libras yluego se convirtió en Miss Barrio Playa 2013 mientras que Rafaelito estudió francés, ingles, italiano, alemán y creyol y se la lucía en un programa de radio titulado “Global Beat.”  Losdos eran unos duros.  Bien duros.

            En el caso de esta parejita se cumple lo de aquel dicho campesino, “debajo de cualquier yagua vieja sale tremendo alacrán.”  En este caso las apariencias engañaron y de qué manera.  Nosotros, que nos jartamos dizque de lo que creemos que somos, debemos estar atentos porque a veces los que menos aparentan son a los que mejor les va.

Ramón Antonio


Soliloquios—7
Por José R. Bourget Tactuk





El joven Ramón Antonio me confiesa que está cansado, hastiado, desencantado de la vida.  Para una persona de apenas 22 años es mucho para decir, habiendo sucumbido ante la desesperanza y la obsesión por el bien vivir, inalcanzable para él. Su compañera se le fue, me dijo que ella le dijo hace dos noches que aunque es buen muchacho y de buen corazón “no sirve pa’na”, no consigue trabajo, no puede hacer nada, no tiene cuartos y no puede ofrecerle nada.

Ramón Antonio me confiesa que su compañera es muy bonita, “muy sersy”, con ojos claros que alumbran un rostro de nariz aguileña, labios llenos y mejillas levantadas.  Cuando vi su foto comprendí lo que decía, Luisa se veía de lado, sonrisa a flor de piel, juguetona en sus ojos y con esa aura de entrega que puede volver loco a cualquier amante que se le acerque a dos pulgadas de distancia. 

Harta de pasar hambre salió unas noches antes a uno de los bares donde van turistas, “pa’verlo que aparece” y se le apareció un tipo que la engalanó, la sedujo y le ofreció lo que Ramón no podía darle:  una buena cena, una cama cómoda y sexo impredecible, sorprendente, cautivante y prohibido.  Y dos mil pesos en la cartera.  Descubrir tantas cosas en una sola noche era más de lo que podía soportar su pobre corazón de 17 años y desde ese momento descubrió que tenía vocación para sentir placer, dar placer y ganarse la vida haciéndolo.  A partir de ahí no había camino de regreso, el sendero oculto de la vida se le hizo claro, pernicioso y ganancioso. 

La  vida es amplia, compleja y, hasta cierto punto, infinita.  Sus secretos se convierten en descubrimientos estrafalarios, sus guaridas son impredecibles, sus cuevas y escondrijos pueden ser indescriptibles y hasta nefastos.  Como en muchas otras instancias de la vida, a veces es mejor vivir en ignorancia que delatar los secretos que pueden hacernos felices. Luisa y Ramón Antonio descubrieron vidas diferentes, una llena de desesperanza y la otra, llena de placeres y sorpresas.

Vivimos vicariamente las experiencias de trabajadores sexuales que vemos a nuestro alrededor.  Nos preguntamos cómo es porque ya entendemos el por qué.  Yo admiro profundamente a los y las personas que se buscan la vida ofreciendo placer a cambio de dinero.  No me atrevo a levantar un solo dedo de condena ni de acusación, porque con qué virtudes propias puedo criticar la realidad más evidente de todas:  hay que vivir y hay que ayudar a vivir a los que amamos.  Si tu arte es ser plomero, vive de tu plomería; si es ser carpintero, vive de tu carpintería; pero si es tu arte es seducir y conquistar, ofertando placeres de otra forma inalcanzables para algunos, regalando fantasías, sueños bacanales y mentiras piadosas, entonces vive de tu arte.

Yo sé, muy dentro de mi, que si estuviera en iguales circunstancias probablemente estaría haciendo lo mismo para vivir, para que mis hijos vivan, para mantener a mi madre, para ayudar a mi familia.  O, simplemente, porque me da placer, independencia y control.  No señores, se merecen respeto, aunque en el fondo sintamos la inevitable sospecha de lo prohibido, del sendero oculto que avistamos como autodestructible.

Me gustaría encontrarme con Luisa, dejarme seducir por sus ojos claros, por su sonrisa coqueta, por sus besos plenos de placer. Quisiera me abrazara en sus cabellos, me apretara con sus manos y me hiciera disfrutar lo prohibido.   ¿No es eso lo que buscan todos?  Siento pena por Ramón Antonio, por ese pobre diablo que no puede hacer nada para cambiar su destino.  Es muy tarde para él cuando apenas amanece para Luisa.

Así es la vida, nos trae sorpresas en cada esquina. Si ven a Luisa por ahí, por favor díganle que quiero conocerla, que si desea platicar con un viejo calvo, rechoncho y aburrido que yo soy un buen candidato, que deseo me ayude a descubrir el sendero oculto que sólo ella me podrá develar.

Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...