lunes, 12 de junio de 2006

Perdón

Cañita era tullío, ese nombre áspero y vulgar que le damos a las personas que padecen discapacidades físicas. En el caso de Cañita él había sufrido de polio cuando niño y ambos pies estaban doblados hacia fuera, de tal manera que caminaba como si fuera un pingüino, además de que arrastraba los pies al andar. Debía tener la cachaza más gruesa del mundo, porque nunca usaba zapatos y parecía que no le dolía las piedras, ni el calor de la talvia, ni los vidrios, ni la arena, ni el lodo, ni el agua, ni nada. Nos burlábamos de él viniendo desde atrás para empujarlo, para decirle nombres sucios e insultos y hasta para hacerlo que se cayera. Cuando se caía al suelo salíamos corriendo a carcajadas, como burlándonos del mal ajeno. Un día cayó tan mal que se rompió un labio, comenzó a sangrar y empezó a llorar. Las lágrimas no nos hicieron parar, sino que comenzamos con el estribillo: "Cañita es un pende--, Cañita es un pen--jo, Cañita es un ---dejo."

El mudo se llamaba Nelson Julio Velásquez Rodríguez, pero ninguno sabíamos el nombre, sólo le decíamos "el mudo," y con ese nombre se quedó. Lavaba los carros del vecindario y no me acuerdo nunca haberlo visto sin un cubo en la mano y un paño de lana roja sobre el hombre. Los pantalones siempre parecían como que se había orinado en ellos, pero el mudo tenía las manos más grandes que yo había visto en mi vida. Como andaba bien y corría mejor que nosotros, además de que era grande, fuerte y tan tigre como cualquiera de nosotros, no nos atrevíamos a hacerle nada. Pero como además de mudo era también sordo lo que sí hacíamos era imitar sus intentos de hablar que a veces sonaban como me imagino que sonaría un perro que intentara hablar. Una vez estaba en la sastrería de Colá, perdiendo el tiempo y el mudo me agarró imitándolo. No oía ni hablaba, pero enseguida se dió cuenta que lo estaba imitando a él y me dió tremendo jalón de orejas que me hizo llorar del dolor y del pique. Me fui llorando a mi casa a quejarme a mi mamá, mientras mis amiguitos se las cogieron con contarme el estribillo, "José es un pende--, José es un pen--jo, José es un ---dejo."

Del que mejor me acuerdo es de Ricardito. Tenía seis dedos en lugar de cinco. Decíamos que tenía un dedo de más para que pudiera robar mejor, porque no había mejor ladrón que Ricardito, lo cual no era cierto porque su papá tenía mucho dinero y él tenía los mejores juguetes del barrio y a él no le hacía falta nada de lo que nosotros teníamos. Pero como tenía un defecto que nosotros no teníamos entonces le tocó la mala suerte de que nos burláramos por la parte más débil de su ego, su sexto dedo en la mano izquierda. Me acuerdo mejor del él porque éramos vecinos y, además, compañero de curso. Me imagino que yo pasaba más tiempo viéndolo a él escribir (era zurdo) que atendiendo a mis maestros. Siempre me resultaba jocoso ver cómo el dedito chiquito (el sexto) se movía sobre el papel mientras él escribía.

Aunque les estoy revelando todas estas maldades, yo era el más santo de todos. Créanme. Yo nunca llevé un peo chino al teatro, ni les embarré a nadie las manubrios de la bicicleta con pupú de perro, ni vacié las gomas de ninguna camioneta, ni tiré piedras de noche a lo loco a ver a quién se le pegaba. Es más, yo nunca le levanté la falda a las monjitas ni me hice orines en el confesionario. Mis amiguitos, por el otro lado, eran puros diablos y me atrevería a decir que ni las ciguitas que ahorcaron, ni los perros apedreados, ni los chivos apaleados, ni las niñas con cuadernos garabateados cargan sobre mi conciencia sino sobre la de ellos. Pero sí les confieso que a veces me atormentan los empujones y burlas a Cañita y las faltas de respeto hacia el mudo.

No me pregunten por qué lo hice. No lo sé. No me pregunten qué ganaba con hacer tales cosas. Nada. No me comenten que eso estuvo muy mal hecho. Ya lo sé. No me hagan creer que la voy a pagar de una manera u otra. Ya pasaron más de 35 años de esas cosas y todavía no me han salido ni cachos ni rabo, como me decían algunas personas que sucedería por ser tan 'degraciao.' Pero llevo dentro de mí recuerdos que quisiera que no existieran. Aquella vez que Cañitas se rompió lo boca al único que miraba era a mi. Yo no fuí quien lo empujó, fue Ricardito, el hermanito de Chavela, el primer amor de mi vida. Pero fué a mi a quien miró, con los ojotes llenos de esos lagrimones. Creo que sé por qué, porque era a mi casa donde iba a comer ya que mi mamá era dueña de un hotel en el pueblo y le daba la comida a él todos los días. Yo pienso que él pensaba que yo pensaría lo mismo que él pensó; o sea, que por qué diablos yo era partícipe de eso habiendo salido de un santo vientre como el de mi mamá.

Cañitas, perdóname. Mudo, perdóname. Ricardito, perdóname, porque yo fui quien te rompió el avióncito que te habían traído de los nuevayores para tu cumpleaños. Lo hice a propósito, de maldad, por envidia. Berto, perdóname, yo fui quien escondió la mascota de gramática el día del examen, para que te quemaras. Rosario, perdóname, yo fuí quien pegó el chicle en tu hermosa cabellera, sedosa, negrecita como un azabache, la que siempre olía a canela con azucenas. Sor Clara, perdóneme. No fue que me desmayé, eso fue un embuste. Yo sólo quería verle los panties, porque si no lo hacía Carlitos iba a ir donde mi mamá a contarle lo que yo le había hecho a Rosario esa mañana. Padre Miguel, perdóneme, porque cuando me fui a confesar y le conté lo que Mercedita hizo cuando se llenó la boca de azúcar y me besó y usted me preguntó que si me arrepentía y yo le dije que sí pero realmente pensaba que no, que me había gustado ma'que'ldiablo y que lo volvería a hacer por lo menos cuchocientas mil veces más.

Perdónenme todas las ciguitas asesinadas con mis tirapiedras, todos los perros a los que le caía a palos, todas los grillos que perdían sus patas y antenas, todas las hormiguitas inundadas en agua, todos los zapitos electrocutados, todas las mariposas aplastadas y todas las niñas a quienes les halé el pelo o los moños, las empujaba y torturaba con mis chistes brutos; y tú, Freddy, perdóname mucho más, yo fuí quien te pichó la goma de la bicicleta el día que tenías que irte rápido a cuidar de tu abuelita enferma después de la escuela. Lo hice porque no me dejaste fijarme de tu papel durante el examen de geografía.

Y si sigo escribiendo van a descubrir mucho más "de lo malvaíto que era, que era ma' malo quel rabito de la cucarachita ma vieja del vecindario" como me decía la vieja Concha, vecina de mi casa. Eso eran cosas de muchacho degraciaíto. Antes era un degraciaíto, pensaba como degraciaíto y actuaba como degraciaíto. Ya no. Ahora soy diferente, pienso diferente y actúo diferente.

Me arrepiento de todas esas maldades y prometo no hacerlas jamás.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dios mío y que fue lo que te hizo hacer esta confesión publica. Supongo que ahora te sientes descargado, aunque serán esas personas quienes tendrán que perdonarte.

Hermano usted era malooooo!! Pero por lo menos lo reconoces.

Muy buen post, me encantó.

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