lunes, 16 de febrero de 2009

Enseñando Para La Pobreza

La educación es el proceso de humanizar a la persona. La hace más abierta, más completa y más capaz. Mientras más alto el nivel educativo, mejores las posibilidades, mayores las capacidades y más amplio el potencial entre los educandos.

En la educación tradicional el avance de curso (“pasar el curso”) es necesario para completar los diversos niveles (básica, secundaria y universitaria) aunque muchas veces las deficiencias en lo logrado son tan altas que muchos bachilleres apenas tienen un nivel de 6to u 8vo grado.

En el mejor de los casos, la educación tradicional “deposita” contenido en la memoria del educando, como cuando uno va a un banco y deposita dinero para luego sacarlo según la necesidad. Esa educación tradicional persigue que el educando tenga ciertos conocimientos básicos para hacerle frente a las funciones básicas de la vida (leer, escribir, sumar, restar, dividir, multiplicar, expresarse, cumplir con responsabilidades cívicas básicas, etc.).

La educación ideal no es el título ni el nivel de curso logrado. La educación humanista, a manera de ejemplo, persigue que la persona no se limite al contenido de la educación tradicional, sino que enriquezca sus actitudes, proveyendo al educando de un enfoque hacia la vida, un enfoque de realizaciones, conquistas, desafíos y oportunidades.

Mientras que la educación tradicional simplemente requiere de libros de texto, un currículo, un aula, pupitres, pizarra, un horario y maestros que “transporten” la información sabemos que muchas veces ni siquiera se logran todas esas partes, porque hay deficiencias en las aulas, en los recursos disponibles para las aulas, en las capacidades pedagógicas de los maestros y, bueno, hasta el tener mucha lluvia afecta porque casi siempre se termina cancelando las clases. En un lugar como Las Terrenas, donde llueve frecuentemente, se pierde una cantidad irrazonable de días de clases por causa de lluvias o por reuniones de maestros.

La educación humanista requiere no sólo de los espacios para la enseñanza sino de modelos de vida. El maestro no es el centro de la enseñanza sino un facilitador de contenido pero también de procesos, para que el educando aprenda a descubrir, a explorar y a analizar por sí mismo. El maestro que no sea humanista no puede conducir un aula humanista. No se puede dar lo que no se tiene. “Enseñar puede cualquiera, educar sólo aquél que sea un evangelio vivo”, dijo don José de la Luz y Caballero. El aula humanista es una atmósfera de descubrimiento y de desafíos. El conocimiento nunca es terminado ni absoluto, sino que la búsqueda de la verdad por medio de lo conocido abre muchas más puertas a lo desconocido. El maestro tradicional enseña que las carreteras y autopistas sufren el daño del peso de los vehículos que transitan por ellas. Es cierto e innegable. Por otro lado, el educador humanista hace la pregunta, “¿por qué es que el carril de la derecha aparece más maltrecho que el de la izquierda?” El alumno explora, se pone curioso e inventa posibilidades. La razón es obvia, el tránsito más pesado transita por los carriles de la derecha, por ello el camino sufre más. Al enseñar análisis y observación el alumno no se limita a repetir lo “depositado” en su mente como si fuera verdad absoluta, sino que aprenda a observar las realidades de la vida no sólo con curiosidad sino también con un deseo inmenso de saber el por qué de las cosas.

Las implicaciones ameritan atención. Depositando trozos de conocimiento, “depositando” mordidas de información se logra algo, pero no se enseña necesariamente a pensar, a reflexionar, a analizar, o a llegar a conclusiones alternas a las realidades observadas.

La educación tradicional enseña para la pobreza. Con sus tantas clases canceladas, las aulas sobrepobladas, maestros fatigados y poco preparados, ausencia de recursos educativos, deficiencias en la planta física y la atroz ausencia de los padres en el proceso educativo, las escuelas tradicionales condenan a nuestros niños y niñas a no saber leer y escribir adecuadamente, a no saber pensar ni analizar, a no llegar a conclusiones por sí mismos, a no mantener actitudes constructivas y respetuosas hacia la vida y el medio ambiente y a pensar que la única manera de vivir es apoyando el engaño y la mediocridad cuando nuestros hijos e hijas pasan de curso sin estar preparados para el próximo nivel. Por ello, como el graduado carece de muchas actitudes, aptitudes y conocimientos se le limita en su habilidad para seguir sus estudios y para buscar un nivel más alto de capacitación cognoscitiva y práctica. Muchos abandonan la escuela porque están “explotados,” se frustran y piensan que no “van pa’parte.” Al abandonar la escuela o al graduarse con muchas deficiencias, esos graduandos están limitados a ganarse la vida malamente, o no ganar lo suficiente y a no poder avanzar ni en el trabajo vocacional, ni en el profesional, ni en lo personal. Son graduandos para la pobreza. De ellos hay millones en nuestro pais.

La única forma de cambiar tales circunstancias es por medio de una revolución educativa, una revolución encaminada hacia la excelencia educativa. ¿Dónde empieza esa revolución? En los hogares. No hay revolución educativa sin padres que digan a viva voz “yo quiero que mis hijos se eduquen para la vida, no para la pobreza.” Para poder decirlo a viva voz los padres tienen que inmiscuirse en la labor educativa, participando, promoviendo, apoyando y demandando calidad y excelencia educativa. Muchos optan por sacar a sus hijos de la educación pública y los inscriben en colegios privados pensando que será mejor. A veces es un poquito mejor, a veces es mucho mejor, pero la excelencia educativa es más que el plantel o las aulas más pequeñas. Si los padres no son parte del proceso la educación sigue siendo deficiente en sus raíces. Aunque es cierto que el gobierno le roba miles de millones de pesos a la educación anualmente, también es cierto que padres indolentes también le roban al futuro de sus hijos e hijas.

Lo que estoy diciendo es sólo una parte, pequeña, de lo que hay que explorar sobre este tema. Pero así como se levantó Caño Seco hasta el día de hoy para reclamar una mejor vida en su ambiente, así necesitamos a padres y madres que se levanten y digan “basta ya!!” Necesitan reclamar una mejor educación pero no desde las gradas, sino desde adentro. Hay que saber valorar lo que los maestros hacen al mismo tiempo que sepamos demandar que hagan lo que han dejado de hacer. Hay que saber reclamar a los distritos escolares recursos y apoyo y, si no los tienen, las comunidades mismas deben buscarlos. La razón es simple: si no ayudamos a nuestras escuelas nosotros mismos nadie más lo va a hacer. Si nadie más lo va a hacer entonces nuestros hijos e hijas serán condenados a la pobreza. La mejor opción es clara.

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