La última vez que la vi sus ojos estaban cargados de tristeza. No abrió la boca, sus pestañas parecían paralizadas por la pesadez que algo que sentía pero era imposible de comunicar. Ahora que me acuerdo de ese momento hubiera querido darle un abrazo, hasta un beso.
Fue la última vez que la ví viva. Al día siguiente no apareció en ninguna parte. La buscamos en sus lugares usuales y no la encontramos. No fue sino hasta el segundo día cuando ví algo extraño en la pared más lejana del monte en que vivimos. Se había ido lejos, como queriendo no molestar. Al segundo día ya su cuerpo comenzaba a regresar a la tierra.
No le dije nada al niño hasta más tarde, pero tomé pico y pala y la enterré. Al día siguiente toda la familia tuvo una ceremonia sobre su tumba, dijimos unas palabras, le dimos las gracias y le dimos el último adiós a Jessica.
Creemos que alguien la envenenó, o que comió algo que le cayó muy mal, pero eso estaría muy raro, los perros pueden recuperarse de eso. Definitivamente fue algo mayor que sus fuerzas.
Por casi dos años estuvo con nosotros. Había sido abandonada por sus dueños después de haber producido 4 cachorritos. Todos los cachorros murieron de hambre y ella fue encontrada sin deseos de abandonar la casa de sus antiguos dueños. Unos amigos nos la trajeron, su pelo se había caído casi completamente, se moría del hambre. Poco a poco comenzó a comer, le dimos unas medicinas, el veterinario la ayudó, luego la preparamos y, finalmente, su pelo comenzó a crecer, ganó muchas libras y Jessica se convirtió en nuestra perra leal, juguetona, siempre hambrienta.
Una vez unos ladrones quisieron entrar, rompieron la cerca en dos partes, pero sus ladridos me despertaron y yo me levanté listo para “resolver” la situación. No hubo necesidad, Jessica los espantó y así nos devolvió no sólo todo lo que habíamos gastado en ella, pero también un poco de seguridad en un tiempo en que a Las Terrenas la estaban azotando muchos robos.
Era juguetona, simpática y protectora de los niños, aunque una vez aruñó a Kiran, pero eso le ayudó un poco a ambos.
Jessica en su última noche con nosotros me recordó esos momentos vividos y olvidados, pero ciertamente los que dejaron huellas que nos hacen pensar y reflexionar acerca de lo que hacemos o no hacemos. Se me ocurre, si sabía que se estaba muriendo ¿Qué hubiera hecho? Es que ella no se veía tan mal, justo el día anterior la vacunamos. Pero ella no habló, no dijo nada, sólo me miró como si sabía que era la última vez que compartíamos un momento.
Ahora que lo pienso hubiera deseado hacer tantas cosas pero el momento pasó y Jessica, a quien el día anterior pensé darle un baño (le gustaba el agua), escogió un rinconcito donde no iba a molestar. La descubrí porque hedía ya y me tocó la tristeza y la molestia de sepultar su cuerpo putrefacto. Fue algo que sólo yo presencié, nadie más. Fue un momento de contacto entre los restos mortales de Jessica y yo. El hoyo tuvo casi 2 metros de profundidad, sudé mucho, me dio mucho trabajo, pero lo quise hacer yo, quise hacer algo por Jessica, quise pensar y meditar en los dos años que pasó con nosotros, en lo que nos dio y compartió en esos días.
Hubiera querido llevarla a la playa, debí sacarla a caminar por el pueblo, debí comprarle mejor comida, debí peinar su pelo más a menudo, debí mirarla a los ojos más directamente, debí acariciarla más y, quizás, sólo un pequeño quizás, hubiera sido posible que en esa última noche Jessica me hubiera dicho más, o yo hubiera sido capaz de leer más en esos ojos tristes. Me fui a la cama, a descansar, a prepararme para otro día de faena mientras que Jessica se fue a morirse, a decirle adiós a lo que sea que le dijo adiós.
Nos dijiste adiós sin decir adiós, te fuiste como el olvido triste del día anterior que ya no vendrá jamás. Nos dejaste con el deseo de saber que más que una simple perra fuiste una buena compañía y un ser viviente que hizo de nuestras vidas una mejor vida en muchas formas.
Adiós, Jessica, adiós, y desde tu cielo de perros mándame una última sonrisa, la que yo hubiera querido darte cuando parada en la puerta de mi casa me decías adiós…sin yo saberlo.
Fue la última vez que la ví viva. Al día siguiente no apareció en ninguna parte. La buscamos en sus lugares usuales y no la encontramos. No fue sino hasta el segundo día cuando ví algo extraño en la pared más lejana del monte en que vivimos. Se había ido lejos, como queriendo no molestar. Al segundo día ya su cuerpo comenzaba a regresar a la tierra.
No le dije nada al niño hasta más tarde, pero tomé pico y pala y la enterré. Al día siguiente toda la familia tuvo una ceremonia sobre su tumba, dijimos unas palabras, le dimos las gracias y le dimos el último adiós a Jessica.
Creemos que alguien la envenenó, o que comió algo que le cayó muy mal, pero eso estaría muy raro, los perros pueden recuperarse de eso. Definitivamente fue algo mayor que sus fuerzas.
Por casi dos años estuvo con nosotros. Había sido abandonada por sus dueños después de haber producido 4 cachorritos. Todos los cachorros murieron de hambre y ella fue encontrada sin deseos de abandonar la casa de sus antiguos dueños. Unos amigos nos la trajeron, su pelo se había caído casi completamente, se moría del hambre. Poco a poco comenzó a comer, le dimos unas medicinas, el veterinario la ayudó, luego la preparamos y, finalmente, su pelo comenzó a crecer, ganó muchas libras y Jessica se convirtió en nuestra perra leal, juguetona, siempre hambrienta.
Una vez unos ladrones quisieron entrar, rompieron la cerca en dos partes, pero sus ladridos me despertaron y yo me levanté listo para “resolver” la situación. No hubo necesidad, Jessica los espantó y así nos devolvió no sólo todo lo que habíamos gastado en ella, pero también un poco de seguridad en un tiempo en que a Las Terrenas la estaban azotando muchos robos.
Era juguetona, simpática y protectora de los niños, aunque una vez aruñó a Kiran, pero eso le ayudó un poco a ambos.
Jessica en su última noche con nosotros me recordó esos momentos vividos y olvidados, pero ciertamente los que dejaron huellas que nos hacen pensar y reflexionar acerca de lo que hacemos o no hacemos. Se me ocurre, si sabía que se estaba muriendo ¿Qué hubiera hecho? Es que ella no se veía tan mal, justo el día anterior la vacunamos. Pero ella no habló, no dijo nada, sólo me miró como si sabía que era la última vez que compartíamos un momento.
Ahora que lo pienso hubiera deseado hacer tantas cosas pero el momento pasó y Jessica, a quien el día anterior pensé darle un baño (le gustaba el agua), escogió un rinconcito donde no iba a molestar. La descubrí porque hedía ya y me tocó la tristeza y la molestia de sepultar su cuerpo putrefacto. Fue algo que sólo yo presencié, nadie más. Fue un momento de contacto entre los restos mortales de Jessica y yo. El hoyo tuvo casi 2 metros de profundidad, sudé mucho, me dio mucho trabajo, pero lo quise hacer yo, quise hacer algo por Jessica, quise pensar y meditar en los dos años que pasó con nosotros, en lo que nos dio y compartió en esos días.
Hubiera querido llevarla a la playa, debí sacarla a caminar por el pueblo, debí comprarle mejor comida, debí peinar su pelo más a menudo, debí mirarla a los ojos más directamente, debí acariciarla más y, quizás, sólo un pequeño quizás, hubiera sido posible que en esa última noche Jessica me hubiera dicho más, o yo hubiera sido capaz de leer más en esos ojos tristes. Me fui a la cama, a descansar, a prepararme para otro día de faena mientras que Jessica se fue a morirse, a decirle adiós a lo que sea que le dijo adiós.
Nos dijiste adiós sin decir adiós, te fuiste como el olvido triste del día anterior que ya no vendrá jamás. Nos dejaste con el deseo de saber que más que una simple perra fuiste una buena compañía y un ser viviente que hizo de nuestras vidas una mejor vida en muchas formas.
Adiós, Jessica, adiós, y desde tu cielo de perros mándame una última sonrisa, la que yo hubiera querido darte cuando parada en la puerta de mi casa me decías adiós…sin yo saberlo.