martes, 21 de julio de 2020

Espalda



No hay nada más bello

Que tu espalda

Tan llena de melodiosos tonos

Tan ávida de ser

Tocada
Besada
Admirada
Coqueteaba
Suspirada
Abrazada

O, simplemente,

Contemplada.

Mis ojos no alcanzan
Para tan intrépida superficie
Mis manos no bastan
Para cubrirla de toques
Mis labios se quiebran
Llenándola a besos
Mis oídos explotan
Ante la sinfonía de tus suspiros
Al tocar el suave cáliz
De tu espalda

Me puedo quedar sin nada
Absolutamente sin nada
De ti
Ya sea por dentro
O por fuera
Por arriba
O por abajo
De frente
O de costado

Pero no me dejes sin tu espalda

Sin tu espalda
No abriría mis ojos a la luz
De una mañana somñolienta

Sin tu espalda
No podría besar tus senos
Rozar tus labios

Sin tu espalda
De que vale rozar tus cabellos
Retorcerme en tu cuello

Sin tu espalda
Ya no sería yo
Sino tú
perdida en mis recuerdos
De esa curva

Larga
Grave
Hipnotizante
Embrujante
Crujiente
Elástica
Juguetona
Coqueta

El subi-baja de mis anhelos
Se esconde a luces
En El perfil secretamente bullicioso
De La huella que tu cuerpo deja
En mis dedos

miércoles, 6 de mayo de 2020

Ojalá


Soliloquios—17
Por José R. Bourget Tactuk




A las dos semanas de decidir divorciarnos decidimos salir a caminar por el bosque solitario cercano a la casa.  Estábamos en pleno invierno, el lago congelado era un fiel reflejo del estado de nuestra relación.  La nieve crujiente sonaba diferente como amagues de calma en medio de la tormenta.  Caminamos por los senderos hechos, por senderos nuevos, entre árboles, entre memorias, sueños y dolores.

Antes de salir por el sendero estacionamos el carro en el punto más lejano a la entrada.  Llevado por el impulso antes de salir puse un CD de Silvio Rodríguez y escogí la canción “Ojalá”. 

“Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan
Para que no las puedas convertir en cristal
Ojalá que la lluvia deje de ser el milagro que baja por tu cuerpo
Ojalá que la luna pueda salir sin ti
Ojalá que la tierra no te bese los pasos

Era una de sus canciones preferidas, pero esta vez no me buscó la mano para apretarla, no buscó mis hombros para cantarme al oído, no suspiró al recuerdo de las entonaciones del baladista.

“Ojalá se te acabe la mirada constante
La palabra precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora, un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto para no verte siempre
En todos los segundos en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones

Lloró.

Retiré mi vista para no escuchar sus lágrimas.  Ella cerró sus oídos para no ver las mías.  Ambos repletos del entendimiento de lo imposible de nuestro amor, de causas y quejas, de conflictos y malentendidos, de pruebas y castigos, de suspiros, sollozos y esperanzas quebrantadas por las realidades creadas e imaginadas.

Cuán fácil es comenzar un amor y cuán duro es terminarlo.  Por lo menos cuando se amó.

Salimos a caminar, quizás esperando que ese frío helado congelara para siempre cualquier sentimiento que pudiera quedar entre nosotros, sabiendo que se tardaría toda una vida para que se derrita lo que ya se congeló.  Marchamos a sabiendas que no había retorno hacia la primavera aquella en Chicago cuando el abrazo era tan fuerte, los besos tan ardientes, las miradas tan pacientes y hacer el amor era como beber agua después de una eternidad en el desierto.  No nos cansábamos de nada y todo nos llenaba hasta lo más recóndito de nuestro ser.  Ahora, rodeados de esa inmensa blancura y anestesiados por el frío incontrolable, no había energía para las memorias de primavera, sólo teníamos la realidad cruel de un frío crujiente afirmando el fin del amor que hasta hacía poco nos amparaba. 

¿Por qué perdimos el amor?  Después de hacer la pregunta tantas veces obviamente ya no era una queja, era más que una letanía, era un discurso elocuente atrapado entre hacer el amor y pelearnos.  Triunfaron las peleas, sembraron suficiente dolor para que ya al hacer el amor no hubiera placer, ni deseo, ni descanso.  Y al ausentarse el toque de nuestros cuerpos con ello se fue el tomarnos de manos, el abrazarnos, el juguetear, el mirarnos frente a frente, el llamarnos por teléfono, el compartir notitas, el hacerle el desayuno, el ir de compras juntos, el compartir la lectura antes de irnos a dormir, el bañarnos juntos, el ir al cine juntos, el caminar juntos, el cocinar juntos, el reir juntos y, finalmente, el estar juntos.

Todo terminó.

No fue tan sencillo como suena y algún día lo entenderé todo.  Simplemente dejamos de luchar, nos convencimos de que era lo mejor, terminando como terminan los grandes amores, sin bombas ni platillos, sin insultos ni golpes, sin derroches de quejas y sin memorias infelices.  Simplemente el amor prometido y repetido tantas veces se nos coló entre los dedos para desaparecer en el aire o en la tierra.  Pasé muchos días sin poder fregar, porque cada vez que veía al agua tragada por el desague me acordaba de la torpeza de nuestra pérdida.

No sé si otros amantes perdidos recuerdan las cosas como las recuerdo yo.  Por dos o tres semanas compartimos la casa, la cocina, las instrucciones básicas de una convivencia común que ya no era la de estar juntos en el mismo espacio, hasta que salí por la puerta para no volver más. 

Muchos días después, semanas después, meses después, me preguntaba qué hubiera sucedido si en lugar de decir que ya no se podía más hubiera dicho otra cosa.  No sé qué.  Pero el tiempo crea razones para todo, cura todo, previene todo, oculta todo y, al final, todo lo justifica.  Fue lo mejor, me convencí a mi mismo.  Estoy seguro que ella hizo igual.

Orgásmico


Soliloquios—16
Por José R. Bourget Tactuk



A juzgar por lo que se ve en Las Terrenas, los dominicanos somos tremendas maquinarias sexuales al punto de que podemos seducir, conquistar y satisfacer a todos los gustos, personas y deseos. Como me decía una amiga extranjera, parece que los dominicanos (hombres y mujeres) todavía "cuelgan de los árboles" por su aparente animalismo—esa mezcla imperfecta de sexualidad primitiva y avasalladora, lo cual nos trae al tema del orgasmo.

Pues bien, todo hombre sabe—o se imagina—que el orgasmo es lo máximo, la cumbre del encuentro sexual, lo que más anhela, lo que más busca y también la medida de su hombría, de su valor social ante los demás hombres y de su valor propio (¡Dios mío, cuán engañados estamos!). Muchos miden su hombría por el nivel de placer y cantidad de orgasmos recibidos y cuando buscan a una mujer para obtener placer sexual juzgan el valor de la misma en base a su capacidad para proporcionales un orgasmo, u orgasmos, realmente extraordinario.

Las mujeres…bueno, eso es diferente. Como lo sabe toda mujer no siempre se llega al orgasmo y hay muchas que nunca lo han experimentado. Algunas esposas ven el orgasmo de su esposo como una obligación que hay que proporcionar, pero no necesariamente como algo para ellas. Muchas mujeres, al entrar en relación física con un hombre, también buscan recibir el mismo placer, sobretodo si ese hombre cumple con la imagen de ser alguien prodigioso, físicamente generoso y bien dotado y cumple con su función de proveedor sexual temporal (como en el caso de algunas de nuestras visitantes extranjeras al requerir los servicios de algunos sankipankis locales).

Pero la sexualidad en las mujeres es algo más compleja porque, como lo sabe toda mujer, en la mayoría de los casos el placer sexual—y sensual—no es siempre tener un orgasmo y ese mismo placer no siempre tiene que estar ligado a lo físico sino al entorno general de la relación con su pareja. Una cosa es tener una "sesión" o dos en que se quitan todos los tapujos y frenos y otra es la relación sexual y sensual a largo plazo. Además, las mujeres se someten (¡involuntariamente!) a un proceso de socialización que menosprecia su sexualidad, poniéndola por debajo de la del hombre y al servicio de ellos. Una mujer "buena" no puede ser "sensual" porque lo sensual y lo sexual son generalmente calificados como "malo", "sucio" e "impropio." Muchas veces al tener una relación íntima con el hombre la mujer tiene que tratar de poner a un lado todas esas imágenes negativas en su cabeza. A veces lo logra, a veces no. Además, para muchas mujeres el placer sexual se limita a actividades juzgadas "aceptables" dejando poco espacio para la variedad, la improvisación o la creatividad de ambas partes.

Yo pienso que a muchas mujeres les agradará saber que hay lugares en el mundo donde no todo se somete a la descripción varon-céntrica descrita al inicio. Un caso bien notable es el de la isla Mangaya, en la Polinesia (Pacífico Sur) donde las mujeres alcanzan dos y tres orgasmos ¡por coito! ¡Válgame Dios! ¿Cómo es posible? Bueno, en esa sociedad, a diferencia de la nuestra en que el placer del hombre es el centro, el satisfacer sexualmente a la mujer es la principal responsabilidad del hombre. Al llegar a la pubertad, los 12 o 13 años, los varones mangayos deben pasar por ciertos ritos de iniciación que les va a permitir aprender cómo complacer a las mujeres. Ciertas mujeres adultas se prestan para enseñarles sobre la anatomía femenina y también sobre la manera de provocar el mayor nivel de excitación y placer en la mujer. Es tanto así que en base a ese entrenamiento se espera que cada mujer mangaya obtenga por lo menos un orgasmo durante las relaciones sexuales y el varón que sea incapaz de dárselo es desterrado socialmente de la comunidad.
¡Imagínese eso!

Eso nos presenta con ciertas implicaciones. Primero, que no es que las mujeres mangayas están mejor dotadas en sus clítoris o úteros, ni que los hombres están mejor dotados en su penes. Es realmente un asunto de técnica. Segundo, que en cuanto al entrenamiento sexual del varón si los hombres se encargan del mismo terminarán machistas, egoístas y—principalmente—inadecuados para garantizar el placer sexual en sus hembras. Tercero, los hombres son, por regla natural, no sólo malos maestros sino también malos practicantes, con la única bendición de que sus hembras, con el fin de preservar el frágil ego masculino, no les dicen la verdad sino que los hacen que se sientan machos, complacientes y complacidos.

Después de las dos o tres semanas de entrenamiento a manos de mujeres que saben más de la anatomía y sicología femenina que cualquier médico especialista occidental, los varones mangayos también aprenden que el proporcionar placer a la mujer no es por simple gratificación de la misma, sino que es una necesidad en la mujer (¡ofrézcome!). Claro está, nosotros en el Occidente estamos desprovistos de una vision sagrada y sensualmente erotica de la sexualidad, limitándonos mayormente a lo físico y a lo mecánico. Pensar diferente sobre la sexualidad implicaría tener que aprender todo de manera diferente. La ausencia de un kamasutra, o de un tantra, en nuestro medio socio-cultural nos impide ver al orgasmo más allá del coito y por eso no aprendemos más sobre lo sagrado y lo creativo en la función sexual, a diferencia de otras culturas, incluyendo muchas culturas indígenas como la mangaya, en que lo sexual es una celebración abierta, natural y constante de lo físico, lo emocional, lo espiritual, lo anatómico, lo social y lo cultural.

Nótese que el tener muchos orgasmos no es necesariamente la medida de una sexualidad satisfactoria y creativa. Lo que realmente importa es la manera en que se visualiza la sexualidad. Visualizar nuestra sexualidad nos presenta con ciertos problemas. Por ejemplo, una dominicana recientemente me dijo que su hombre tiene que complacerla dos o tres veces al día (¡diache!) y que por eso ella nunca se aparearía con un extranjero "flojo." Me alegró mucho oir a otras dominicanas que inmediatamente revelaron que esa chica estaba un poco "chiflada" o se trataba de una ninfómana. Al mismo tiempo revelaron que a veces no es tanto experimentar el orgasmo sino el estar con su pareja, comfortablemente satisfechos, los que le proporciona ese sentido de franco placer. Aunque por dentro revelaron tener un "algito" de que sí, caramba, por lo menos un orgasmo cada vez sería maravilloso aunque no tendría que ser necesariamente uterino o clitorino (donde se concentran, lamentablemente, muchos médicos, sexólogos y terapeutas occidentals).

El orgasmo es bueno, justo y necesario, pero para llegar ahi y para llegar ahi asiduamente hace falta una concepción diferente de la sexualidad, una en la que tanto hombres como mujeres reaprenden ciertas cosas indispensables.

Mujeres, la próxima vez que su amante le pregunte "¿cómo estuve querida?" Respóndale, "bueno, amor, ¿sabes que hay una islita en el pacífico sur donde…?"

El Armario de María Leticia


Soliloquios—15
Por José R. Bourget Tactuk



Cada casa tiene un armario cargado de cosas.  Encima del armario hay cajas, paquetes, polvo y cosas pendientes.  En el estante dentro del armario hay más cajas, sábanas, toallas, unos chelitos escondidos y algunos recuerdos especiales que nos causan alegría y quizás algún que otro pesar.  Colgados del palo central tenemos vestidos, pantalones, camisas, trajes y las cosas que algún día quizás nos vuelvan a servir.

       En el estante de abajo hay zapatos, carteras, bultos que guardan quién sabe qué y allí detrás, en la esquinita derecha, hay una latita de metal con unos papelitos secretos y hasta con unos cuantos pesos para cuando se apriete la cosa.

       El armario está colocado en un esquina de la habitación, tiene años que no lo movemos, por lo que no sabemos las telarañas que pueda tener colgado en la parte de atrás.  Como todas las cosas que no movemos a diario lleva dentro de sí, por arriba y en los lados, el peso de cosas visibles y cosas ocultas.  Cuando hay algo que no queremos ver lo tiramos dentro del closet, cuando hay algo que tenemos que resolver lo ponemos encima del closet, para que no se nos olvide.

       Algunos armarios están trancados con llave.  Los armarios con llave se usan para guardar dinero o porque tienen cosas adentro que no queremos que nadie vea.  La mayoría de nuestras casas son democráticas, entrán gente invitadas y también las “presentá,” las que llegan sin avisar y las que están dispuestas a todo.  A veces hay una autopista sin límite de velocidad entre la puerta de entrada a la casa y nuestra habitación y como siempre hay cositas que preferimos que ni mami, ni mi hermana, ni mis vecinas sepan le ponemos candado al armario y así nos sentimos más tranquilas.

       Todos nos acordamos de ese momento de nuestra niñez cuando abrimos el armario de nuestras madres y descubrimos “tesoros” inesperados.  Mi tía Rosalia había estado casada con Luis Alejandro por 18 años y su hijita María Leticia de 4 años abrió la puerta del armario y después de tirar un montón de ropas al piso descubrió la foto de Roberto Pérez, su amor de secundaria, el de toda su vida, el que la hizo mujer y el que le amargó la vida hasta ese día. 

       María Leticia miró la cara de su mamá cuando ésta entró al aposento y escandalizada vió lo que había sucedido.  En ese momento con su carita de angelita inocente la niña le preguntó a su mami “¿e’te mi papi, mami?”  Hasta el día de hoy María Leticia recuerda el jalón que le dió su madre, también se acuerda porque de ese jalón María Leticia chocó con el espaldar de la cama y se hizo una cortada en la ceja derecha.  El sangrero fue otro recuerdo de su niñez y la cicatriz la tiene María Leticia hasta el día de hoy, cuando ya está casada y tiene su propio armario. 

       Me pregunto si María Leticia tiene alguna foto escondida en ese armario, la foto de nosotros dos besándonos bajo el cocotero aquel, una foto que su niña de 3 años, Rosaly Altagracia, encontrará algún día.

Sospecha


Soliloquios—14
Por José R. Bourget Tactuk





Todos somos culpables hasta que se nos sospeche inocentes

Cuando José Amable se paraba en la esquina del parque no se limitaba a ver las hermosas piernas de las chicas y tirarle piropos, también recogía y despachaba informaciones.  Algunos lo llamábamos “el radar” por su habilidad de recibir y transmitir chismes y realidades.

“Cada vez que alguien me dice algo,” me dijo él una tarde mientras chupaba el palillo en su boca, “lo primero que pienso es que me está diciendo una mentira, sobretodo si se trata de algo bueno.”  La lógica era única, “nadie es tan pendejo como para ponerse a hacer algo bueno sin esperar nada a cambio,” lo cual sonaba a algo que hubiera dicho Aristóteles o Juan Pablo Duarte.  En fin, José Amable no caía en ganchos y por eso todos lo veíamos—y lo criticábamos—por ser el almacén de verdades y de mentiras más grande del pueblo.

La sospecha es una cualidad con la que nacemos todos los dominicanos.  Cuando un bebé dominicano nace y comienza a gritar sus chillidos se traducen fácilmente.  Cuando mira a la mama los gritos dicen “a tí te conozco,” pero cuando viene el papá los gritazos parecen decir “¿y quién carajo eres tú?”  Desde recién nacidos somos sospechosos y es por eso que le tenemos sospecha hasta al doctor que facilitó el parto.  “¿Y tú no crees que ese anda detrás de lo suyo?”  Esa es una frase común.  Nadie hace nada bueno sin interés, todos tenemos gato entre macuto y hasta el más serio o la más seria tiene muchas confesiones que hacer ante tres velas prendidas y de rodillas.

Cada pueblo tiene veinte José Amables, por lo menos uno en cada barrio, son los tipos dedicados a traer y a llevar, encargados de asegurarse de que las sospechas nunca se acaben.  Si fulano construye algo “eso e’ dinero sucio, ya tú sabe’ de qué”, si sutana se va para la capital de vacaciones “se la llevaron pa’ sacarle el muchacho”, si mengana pierde 20 libras de peso “eso e’ porque el marido le’ta dando golpe.”

Y pobre del santito recién converso de la iglesia evangélica, “le doy una semana pa’ que vuelva de faldero.”  Los José Amables no tienen verguenza, no tienen respeto; pero, sin duda alguna, “cuando el río suena es porque agua trae” y detrás de cada sospecha puede que haya algo de verdad.   

Por eso es que todos somos culpables de algo, hasta que alguien sospeche que somos totalmente inocentes.

Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...