lunes, 12 de junio de 2006

Dominicanos

Para saber si la piña está agria hay que darle una mordida. No importa lo bonita que se vea, no importa sus colores y olores, su tamaño y forma, lo que vale es cuando se le mete los dientes.

Algo que yo he oído mencionar mucho, tanto en la radio como en la televisión, entre amigos y de boca de muchos extranjeros, es que los dominicanos somos una gente alegre, sencilla y hospitalaria. Igualmente somos la gente más llevadera del mundo. Soportamos abusos, molestias, descortesías y maltratos como si cualquier cosa. De hecho, al mal viento ponemos mala cara y aunque ese maldito motor se nos metió en el medio, el carro nos echó lodo y el vecino me tira la basura en el mismo frente de mi casa siempre lo recibimos con sonrisa, disculpamos al ofensor y seguimos adelante.

Sugiero explicar las razones detrás de esa conducta. Primero, todos podemos recibir el calificativo de ofensores de igualdad. O sea, que no es sólo una parte de la población la que ofende al vecino, al transeúnte, o al prójimo, sino que todos lo hacemos y, por lo tanto, si tú me ofendes hoy y yo estoy destinado a ofenderte mañana es entonces mejor tomarlo de buena forma porque así, a largo plazo, resultan mejor las cosas.

Segundo, este es un pais pobre, aún en desarrollo y carente de cierta calidad en los servicios básicos. ¿Quién en este pais no ha tenido que bañarse una que otra vez con una cubeta y un jarrito? ¿Quién no ha tenido que comer a oscuras? ¿Quién no se ha tenido que montar en un motoconcho, camioneta, camión, patana y hasta burro, para poder llegar a su destino? ¿Quién no ha tenido que ir a un hospital o clínica donde no se encontró ni doctora, ni enfermera, ni medicinas para atenderlo y, por lo tanto, tuvo que salir huyendo por ahi a ver qué se hace? ¿En qué otro pais del mundo la profesión de "vivo" se reconoce como categoría oficial, reconocida oficialmente por empleadores, padres y vecinos? Cuando uno dice "ese es un vivo" es hasta un piropo. Señores, en este pais todos hemos tenido que ser "vivo" en un momento a otro, o nos hubiéramos caído muertos allí mismo.

Tercero, hay algo romántico en esa imagen del dominicano como tipo que es capaz de aguantarlo todo, de sufrirlo todo, de adaptarse a todo. El hombre busca a la mujer que no sea muy "parejera," que se meta donde hay que meterse y que prepare comida con lo que hay, usando lo que se pueda. ¿En cuál otro pais existen ciudadanos que si le dan un palo se vuelven para que le den otro palo en el otro lado de la espalda? El obrero está acostumbrado a que el jefe le robe su salario, no le dé beneficio y aún así vuelve a la misma persona para que lo engañen otra vez. El comerciante sabe que para echar pa'lante tiene que vivir cogiéndole a uno para resolverle a otro, que no hay garantía de que lo que le entregaron tiene la calidad ofrecida y que el nivel de pérdida puede ser alto, pero aún así "algo se le va a ganar."

Finalmente, nos abraza una religión común que enseña que el reino de los cielos es de los pendejos. O sea, "aguanta ahi que tu recompensa está en el reino de los cielos." A la mujer a quien el marido la llenó de moratones, "aguanta ahi que el Señor proveerá y te cuidará." Los niños que no comieron porque el papá se bebió to' los cuartos, "aguanten ahi, carajo, que aquí no hay na', salgan por ahi coñ- y encuentren algo pa comer." La mujer que tiene que "bu'cársela por ahi" para sostener a hijos, madre y su propia casa "es una santa" o una "tígera", pero, a fin de cuentas, mujer.

Este pais está lleno de gente valiente, fuerte y astuta. Puede que no sepamos leer ni escribir, pero sabemos buscárnolas. Arreglamos lo que sea, reparamos lo que sea, hacemos lo que sea, quizás mal hecho, quizás imperfectamente, pero lo hacemos. No nos ponemos con parejerías sobre si los platos están sucios o si el lugar es una pocilga; no, comemos donde quiera.

Claro está, no todos somos así. Para algunos los estándares son mucho más altos, las expectativas diferentes; y algunos que "ascendieron" de escala socio-económica jamás en la vida pueden volver atrás. Ese hombre que ya dejó de ser obrero tiene que buscársela para asegurarse de que nunca más vuelva al lugar de donde salió. Esa mujer que era pobre y ahora es de clase media no puede permitirse lavarse y secarse el pelo ella sola, tiene que ir al salón, emplear a una doméstica para que limpie los sanitarios y cocine y para que cuide a los niños. Con nuestro progreso hacemos malabares, para buscar la mejor vida posible, para darnos el gusto de mostrar lo que tenemos y para, claro está, disfrutar lo más que podamos.

Entre lo que vemos entre los dominicanos aquí y lo que existe realmente entre todos los dominicanos hay un largo trecho. O sea, que hay de todo, en todas las variedades habidas y por haber y en todas las formas y colores. Somos una sociedad muy compleja, mordida dolorosamente entre clases sociales y castigada sin piedad por el vaivén de corrientes partidistas. Al fin y al cabo, todos sí buscamos lo que buscan todas las personas alrededor del mundo—la felicidad, la tranquilidad, la satisfacción de nuestros deseos más profundos. Que algunos vivamos engañados es una cosa, lo cierto es que la búsqueda en una sola, es universal y se nos presenta de diversas maneras.

A ti, compatriota dominicano/a te saludo de corazón. Claro está, hay mucho que podemos hacer aún para mejorarnos a nosotros mismos y para aprender a aumentar nuestra calidad de vida; pero, al abrir los ojos cada día veo héroes y heroínas enfrascados en la lucha nuestra de cada día, brindando apoyo y fuerzas al débil, escuchando al que necesita hablar, compartiendo con el que busca compañía, sirviendo al más debil. A mi alrededor, veo grandes esperanzas y amplios sueños y veo a tanta gente con tanto amor. Sobretodo veo mucha belleza en alma y corazón. Tengo fe en mi gente y creo que de lo mejor que tenemos seguiremos dando. ¡Salve pueblo dominicano!

Don Pablo

Francamente es casi imposible saber cuándo le va a tocar a uno morirse. Por ejemplo, miren lo que ocurrió a don Pablo. Conocí a don Pablo hace exactamente 30 años cuando yo internaba como capellán en un hospital en Mayaguez, Puerto Rico. La esposa de don Pablo, doña María, estaba muy enferma y cada mañana a las 8, cuando hacía mis rondas, iba primero a su habitación. Eran una parejita lindísima. Siempre encontraba a don Pablo peinando la larga cabellera gris de su esposa. Lo hacía con tanto amor y cuidado, como si el cabello hubiese sido de perlas preciosas y frágiles a las que sólo se podían tocar con sumo cuidado.

Me acuerdo como ahora que era martes en la mañana, el día en que don Pablo se iba a San Sebastián, donde vivían, a lavar la ropa de su esposa. El salía justo al momento cuando yo llegaba a la habitación y lo último que le escuché decir a doña María fue, "ya regreso amorcito, tan pronto termine ya regreso." A mi me susurró, "yo no quiero dejarla pero regreso ya mismo." Don Pablo subió al ascensor y desapareció piso abajo.

Mientras don Pablo iba a lavar la ropa su esposa murió. Me llamaron las enfermeras y enseguida les indiqué que tan pronto sintieran que don Pablo llegaba al piso que me llamaran. Desde mi oficina que quedaba al final del corredor ví cómo, exactamente a la una de la tarde, don Pablo salió del ascensor y rápidamente se dirigió a la habitación de su esposa con la ropa limpia en las manos. Y así como entró de rápido así mismo salió. Yo llegué a la estación de enfermeras justo cuando don Pablo, sus ojos llenos de lágrimas y temiéndose lo peor, le preguntaba a las enfermeras, "¿dónde está nanita, dónde está nanita? Así llamaba cariñosamente a su mujer.

Yo lo abrazé y le pedí que me acompañara a mi oficina. Habían menos de 100 pasos entre la estación de enfermeras y mi oficina y durante cada uno de esos pasos don Pablo susurraba entre sollozos "ay, mi nanita; ay, mi nanita." A mí se me partía el alma. Yo había visto morir a mucha gente ese verano, recuerdo todos los muertos de cáncer, incluyendo a la hermosa Josefina, una jóven de apenas 14 años con un cáncer duodenal irremisible; a los cuatro hijos de la familia Suárez, gente muy rica, que llegaron hechos pedacitos por causa de un accidente automovilístico; a Márgara, cuyo bebé falleció en el parto; y a don Ricardo, fallecido a consecuencia de un infarto fulminante. También me acuerdo de aquella pierna, fuerte y saludable, que me enseño el patólogo mientras me decía sosteniéndola en sus manos, "una pierna tan fuerte y tan bonita, y desperdiciarla así." Se trataba de un accidente de motor sufrido en la bajada de Bella Vista. Yo me las pasaba toda porque era a mí a quien le tocaba compartir las malas noticias con los familiares y hacer los últimos arreglos de lugar.

Pero ninguna de esas increíbles situaciones se me pareció a la de don Pablo. Tan pronto llegamos a la oficina el hombre se me tiró en el piso, comenzó a patalear, a darse en el concreto sólido con la cabeza mientras gritaba "yo quería irme primero, yo quería irme primero." En esos momentos a uno se le entra una cosa que no se puede parar. Abandonando mi rol formal y especializado, yo lo cogí en mis brazos, lo abrazé y llorando juntos le decía "se nos fue llena de su amor, don Pablo, usted le dió su amor como un tesoro y ella se nos fue cargarida de amor." En unos minutos se quedó dormido en mis brazos. Cuando despertó fuimos a la morgue a ver a su nanita. Ya parecía más consolado, todavía la miraba como si por los ojos se pudieran transmitir 70 años de felicidad compartida. Nanita murió a las 88 años y don Pablo tenía 86. Se casaron cuando ella tenía 18 y él 16 y nunca se habían separado el uno del otro. Procrearon 11 varones y adoptaron 3 niñas. Ocho de sus hijos habían muerto primero que ellos.

Don Pablo me regaló algo muy especial. La peineta que había usado esa mañana para peinar la cabellera gris y sedosa de su nanita. Estuvo 20 años conmigo hasta que se desapareció en una de mis mudanzas.

¡Voten por Yo!

¡Voten por Yo! ¡Voten por Yo! Soy el mejor, el único y el más bueno. Voten por YO porque YO me lo merezco.

En primer lugar YO soy totalmente honesto. Si alguna vez YO me quedé con dinero o propiedades de alguien, o si YO no he manejado bien mis cuentas, no ha sido con mala intención, fueron las circunstancias de la vida. Les juro que mi corazón y mente están limpios y de que YO soy capaz sólo de hacer el bien.

Segundo, es cierto que mi hablar es un poco limitado y que YO ni leo ni escribo bien, pero el público que me apoya me entiende y se identifican conmigo por esas mismas razones. Aunque no me guste leer o escribir, aunque YO me encuentro esta misma columna un poco larga (realmente muy larga), YO sigo creyendo que YO soy el mejor candidato para traer la educación a este pueblo que tanto la necesita. YO voy a construir escuelas técnicas y dirigir campañas de alfabetización para que todos los terreneros puedan mejorar su vida. Por favor no hagan caso a los horrores ortográficos en mis letreros o mis horrores de dicción al hablar, es que siempre YO ando muy apurado, la gente me atacan mucho y en campaña política es muy difícil hacer mejor de ahi.

Tercero, también quiero decirles que YO he cambiado mucho. Fíjense que YO vivía dándome tragos, YO tenía unos liítos por la izquierda y YO tuve que meterme en deuda, pero todo eso ya pasó. Inclusive, YO ya no tiro basura en la calle, mis papelitos y botellitas van directicos al zafacón. Ni YO hago ruidos innecesarios ni llevo una pistola al cinto. Tanto es así que en apego fiel a la ley YO he prohibido totalmente que mi equipo de promoción utilice las camioneticas esas anunciendo mi nombre YO, repitiéndole sin tin si non, a ritmo de bachata, de merengue y de regetón. YO sé que algunos de los que me apoyan son tan fanáticos que todavía lo hacen. Perdónenlos que es porque están en campaña, pero tan pronto YO sea elegido todo eso va a cambiar y YO voy a comenzar a prohibir todas esas vagabunderías. Señores, es que cuando entra la política nosotros los YO dominicanos, sobretodo los YO terreneros, somos altamente creativos y como llevamos la musiquita por dentro tenemos que inventarnos algo, no sólo la música sino también los colores. Por eso es que postes, paredes y casas llevan mis YO colores. Pero eso sí, cuando voten por YO y tan pronto YO salga elegido YO seré un fiel guardián del medio ambiente.

Cuarto, YO prometo que se acabarán los hoyos en las calles, los badenes mal hechos y los obstáculos en las aceras. Y Las Terrenas dejará ser una Villa de Caliche. Y voy a trabajar para mejorar las calzadas. YO mismo me he caído ya como diez veces en las pistas de obstáculos que llamamos calzadas. Aunque YO llevo la frente guayada con todos los cables, letreros y zinc que cuelgan sobre las calzadas, YO les prometo que eso YO lo voy a cambiar tan pronto YO llegue a la silla, para que nuestro pueblo sea también un pueblo para los transeúntes, no sólo para los motoristas. A los primeros que YO les voy a jalar los moños va a ser a esos extranjeros locos que andan por ahi montados en quads y yipetas como si tuvieran en una selva. Si no se arreglan YO los montaré en el avión y los mandaré al mismo sitio de donde vinieron.

Quinto, cuidado del que piense de que YO no soy una persona capaz. YO soy el mejor de todos, YO soy el mejor estratega, YO soy el mejor gerente, YO soy el mejor orador, YO soy el más convincente, YO soy el que mejores recursos tiene. Aunque algunos piensen que YO he engañado a algunas gentes, extranjeros y dominicanos, YO voy a ser el líder más honesto en la historia de este pueblo. Es cierto que YO doy botellas de ron, botellitas y fundidas de agua, sacos de arroz, planchas de zinc y madera para todo el que quiera, que YO construyo canchas y YO edifico puentes. Y si todo eso YO lo puedo hacer ahora, imagínense lo que YO podré hacer cuando YO sea elegido por este pueblo.

Sexto, señores, para qué esperar más. Es más, no hay ni que esperar para el 16 de mayo ni mucho menos para el 16 de agosto. Háganme su líder por proclama popular y si eso no se puede entonces hagan lo que todo terrenero en sano juicio debe hacer. Voten por el mejor, por el más sabio, por el que va a cambiar todo, por la mejor oferta, por las mejores promesas, por la mayor capacidad, por la mayor esperanza, por el mejor historial, por el ejemplo más grandioso, por el de mayor integridad, por el más amistoso, por la sonrisa más abierta, por el más dadivoso, por el que ha construído más canchas, por el que ha repartido más cuartos, por la verdadera esperanza en carne y hueso de nuestra gloriosa Las Terrenas.

Y, finalmente, señores, aunque no lo parezca, YO soy de Samaná, de aquí mismitico de Las Terrenas. Sucede que mi tatarabuelo era de aquí y aunque mi familia se fue para otros sitios YO regresé al lugar de mi origen sanguíneo. Por eso YO creo que debemos cerrarle las puertas a todo el que no es de aquí. YO grito y declaro a viva voz, "Las Terrenas para los Terreneros. Que se vayan todos los otros pa'l cachimbo." Eso de que es mejor buscar la diversidad, la pluralidad, la multiculturalidad es el discurso de los que quieren abusar de nosotros. La prueba de un buen candidato es tener un nombre como YO, terrenero y los que no lo tengan que cierren campaña porque todo el mundo sabe que los terreneros sólo votan por terreneros, que los terreneros votamos en familia y que aunque nos cambiamos para aquí y para allá acabamos votando por nosotros mismos. Terrenero, YO soy to voz, YO soy tu sangre, YO soy to corazón, YO soy to brazo y tus pies, YO soy un hijo de esta tierra, de aquíٕ no me saca nadie y YO soy el mejor. Terrenero, vota por YO.

Lavando en el Río

Cimbapo ci li peka; ci li kutima ku cimbipo.
"No vale la pena tratar de cambiar la mente de un testarudo."
Proverbio de los Umbumdu de Angola (Africa)

Hace varios años estaba en Namibia, en el sur del continente africano, conversando con una colega quien me contó una de esas historias que guardan lecciones para toda una eternidad.

Me relataba que a una comunidad que conocía le llegó una voluntaria a trabajar en la escuela de la aldea. La voluntaria daba clases de inglés, colaboraba con los grupos de madres y prestaba apoyo a otras iniciativas comunitarias. La voluntaria había observado que las mujeres iban dos veces a la semana al río a lavar sus ropas y dentro de poco comenzó a pensar que era una pérdida de tiempo muy grande. Sólo compartió sus sentimientos con un par de personas las cuales, como era de esperarse, lo compartieron con otras tantas personas y, dentro de poco, pues la gran mayoría de la gente ya sabía sobre lo que ella pensaba.

Nada de importancia ocurrió durante las primeras semanas de estadía de la voluntaria, pero un día, en una reunión comunitaria, la voluntaria explotó. En medio del público comenzó a criticar la costumbre, argumentando que las mujeres gastaban demasiado tiempo lavando unas cuantas piezas de ropa, que debían pasar más tiempo trabajando en otras alternativas para ganarse su sustento y de que le estaban dando un muy mal ejemplo a las niñas y señoritas de la aldea quienes debían aprender de sus mayores mejores hábitos de trabajo y de vocación.
Todos se sintieron un poco transtornadas y hasta ofendidos por la situación sobretodo tratándose de una persona que no era de ahí, pero no dijeron nada, sólo que salieron del lugar frustrados y acongojados un poco.

La voluntaria sintió que había cumplido con su deber de "decir la verdad," de advertirles sobre un mal que dañaba, según ella, el porvenir de la comunidad y de haber cumplido con lo que ella sentía era su deber como participante activa en el bienestar de la comunidad.

Nada nuevo ocurrió hasta varias semanas más tarde cuando una de las mujeres de mayor edad vino a visitar a la voluntaria a su casa. Se sentaron a compartir una taza de té y a charlar un poco. La señora charlaba con ella de varias cosas y entre esas cosas le relató sin mayor importancia lo que había ocurrido ese día en el río, mientras las mujeres lavaban sus ropas. Le decía de la madre que mientras le lavaba el pelo a la hija que se iba a casar pronto también le hablaba sobre cómo mantener la vida familiar, como tratar a su esposo y cómo prepararse para tener hijos. También de cómo algunas mujeres hablaban de la cosecha de café que iban a recoger y de que debían llevar la cosecha a vender a otra aldea porque recibirían mejor precio. También compartieron sus opiniones sobre el jefe de la aldea que recientemente se había casado con su tercera esposa, una mujer 20 años más joven que él y simpatizaban con los sentimientos de la primera esposa que no estaba muy a gusto con la situación. Le relataba también sobre el hijo de una de las mujeres, que había sido enviado al ejército y quien viviría durante el tiempo de su servicio militar en otra aldea, en medio de otro grupo étnico que hablaba un idioma diferente y tenían costumbres diferentes.

En fin, la señora compartió esas y muchas otras cositas que ocurrieron mientras las mujeres lavaban sus ropas. Luego la señora se fué. La voluntaria se quedó en su casa pensando un poco. Poco a poco sintió que su mente y corazón se preñaban con nuevas impresiones e ideas, hasta parir de sopetón todo un arcoiris de profundos sentimientos, algunos de dolor y congoja y otros de comprensión sin igual.

Mi colega me dijo que la voluntaria le confesó más adelante que lo que ella comenzó a sentir era algo nuevo y diferente, porque poco a poco ella comenzó a entender lo que realmente ocurría en el río, mientras las mujeres lavaban sus ropas. Era cierto que las mujeres podrían lavar sus ropas en menos de una hora, pero "ir al río" no era solamente para lavar ropas. Allí, entre piedras y estanques, bajo las sombras de las grandes árboles y en medio del canto, risas y juegos de niñas y jovencitas, las mujeres compartían entre ellas sus vidas, sus sueños, sus necesidades y sus realidades. Allí se mantenían todas informadas, se solucionaban problemas, se compartían recursos, se daban consejos, se aconsejaban entre sí sobre cómo proceder con esposos y con hijos, se enseñaban cómo manejar mejor sus recursos, cómo compartir sus enseres de la casa cuando habían necesidades especiales y cosas por el estilo. Allí se tomaban decisiones que los esposos nunca se enterarían, se tomaban medidas y se solucionaban problemas que sólo ellas sabían; por encima de todo, allí en el río, entre enjuagues y enjuagues, se conocía un mundo paralelo a la vida de la aldea, un mundo tal sin el cual la aldea realmente no hubiera podido existir.

Esa comprensión le llegó a la voluntaria como le llega a uno una calentura desde dentro hacia afuera. Fue algo incontrolable, como un vómito inesperado, colvulsionando las entrañas, los tuétanos y los huesos. Y cuando todos los tremores hubieron pasado la voluntaria nació a una nueva realidad de sí misma, de dónde estaba y de lo que estaba sucediendo.

Al día siguiente cuando las mujeres de la aldea llevaban sus bateas para lavar al río la voluntaria las acompañó. Ese día ella nació a un mundo nuevo de comprensiones, de dichas y pesares compartidos, de sueños y realidades comunes y de esperanzas a flor de piel en cada una de ellas. De ahi en adelante nadie la podía sacar del río cuando las mujeres iban a lavar sus ropas.

Tal como esa experiencia, hay muchas realidades en la vida que nos llegan en un gotero, recibiéndolas gota a gota, para que no nos haga mucho daño. Las grandes sentimientos se suelen "parir," y casi siempre vienen acompañados de dolores de parto; de la misma manera, una vez paridos producen mucha felicidad, porque vemos el comienzo de una nueva vida interior, un nuevo sentir, un nuevo respeto y una mejor comprensión.

Comienzos

Los comienzos y los finales son muy difíciles. Comenzar una amistad, un noviazgo, un negocio, una construcción son ejemplos de comienzos que pueden ser difíciles porque conllevan establecer confianza, tomar decisiones, abandonar a veces viejas costumbres y empezar unas nuevas. Terminar una relación, una etapa en la vida, una esperanza o un sueño son ejemplos de finales difíciles porque conllevan a veces cambios bruscos, a veces inesperados, pérdidas de confianza y de esperanza y hasta de valor personal.

Por naturaleza al ser humano le gusta la estabilidad, que las cosas continúen siendo como siempre han sido, ver siempre el mismo panorama, las mismas cosas, las mismas costumbres, las mismas expectativas y el mismo andar. En otras palabras, la rutina de siempre. Imagínense que llegue la hora de comida y cuando usted se sienta a la mesa para llenar los buches con arroz y habichuelas, se le aparecen con piernas de sapo fritas. Yo estoy seguro que lo primero que se le ocurriría sería un par de malas palabras. O, quizás, si usted espera a su novio en casa y llega tarde porque, dizque, le estaba haciendo ojo bonito a una vecina coquetísima que se acaba de mudar al lado. Yo estoy seguro que lo primero que se le ocurriría sería decirle al novio que se regrese por donde vino y que se vaya a seguir ayudando a mudarse a la nueva vecina por el resto de su vida.

Otra de las cosas más difíciles es cuando los hijos comienzan a tomar decisiones por cuenta propia. Ya no es ni mami ni papi los que deciden, si no ellos mismos. Algunos padres no pueden aguantar eso, o sea, no pueden aceptar el cambio de que sus hijos e hijas son ya entes independientes. Quieren seguir manteniéndolos debajo de la falda materna o de la correa paterna cueste lo que cueste.

Pero, quizás lo más difícil de la vida es abandonar un sueño. Uno de esos sueños acariciados de cada día, los que uno se repite de día y de noche, pasándoles la mano del deseo por su cabecita y, a veces, hasta echándoles una que otra lagrimita para que nos sepan más a realidad. Puede ser el sueño de casarnos con una persona que consideramos especial, de llegar a una mejor posición en el trabajo, de conseguir una buena ventaja comercial, o de ganar unas elecciones. En todos esos casos se invirtieron tantas energías, esperanzas, deseos, recursos, emociones y hasta una partecita de nuestro ser. Es duro tener que abandonar el sueño, saber que no se nos dio, que ese noviecito o noviecita escogió a otra persona, que ese negocio no se dio, que no hay esperanza de avanzar en el trabajo y que, como acabó de suceder recientemente, que los votantes no nos favorecieron sino que escogieron a otros.

Cuántas veces el amante o la amante, el esposo o la esposa, se repite constantemente que “las cosas van a cambiar,” “él va a cambiar,” “ella va a cambiar.” Con el tiempo se descubre dolorosamente que el cambio no viene, que era sólo el fruto de nuestra imaginación, esa lucha constante por mantener la estabilidad de nuestros pensamientos, las creencias que nos sostienen y nos dan de dónde aferrarnos. Señores, es duro cuando el piso donde estamos parados se nos hunde y caemos al vacío desconocido. ¿Qué vamos a hacer? ¿Hacia dónde iremos? ¿Quién nos va a ayudar? El peor de los miedos no es el que ya conocemos sino el que nos falta por descubrir.

La verdad es que cuando se nos presentan cambios inesperados y sentimos que nos va a tragar la tierra es la mejor manera de descubrir nuestros temores ocultos, los que a veces tememos revelarnos a nosotros mismos. Aunque algunos sueños terminen contrario a como los esperábamos, siempre hay nuevas noches para soñar otra vez. Y también nuevos días. En realidad, a veces los sueños no realizados son puertas ocultas a través de las cuales podemos transitar hacia horizontes inesperados y hasta insospechados, pero igualmente productivos y felices. Yo estoy igualmente seguro que cualquier persona a la que se le haya truncado un sueño muy pronto descubrió que existen otras realidades paralelas, que la visión de túnel—esa percepción de que las cosas sólo pueden ser de una manera, la nuestra—era un simple engaño de nuestra imaginación, un cruel espejismo, una adivinanza fortuita.

Los cambios, o sea, cuando las cosas dejan de ser como siempre han sido para nosotros, o cuando las circunstancias cambian y se colocan fuera de nuestro control, pueden ser muy difíciles y traumáticos. Sin embargo, el cambio es la constante más permanente en la existencia humana y en la naturaleza, lo que pasa es que nuestros ajustes al cambio ocurren de manera imperceptible; o sea, que no nos damos cuenta de lo bien que nos estamos ajustando. Así como nos atemorizan los cambios así también tenemos dentro de nosotros las capacidades para lidiar con ellos.

Cuando le pongan patas de sapo fritas en su mesa, diga las dos malas palabras que le salen por la lengua, pero también atrévase a probarlas y así se dará cuenta de que, después de todo, también saben a pollo frito.

Cazadores

Junio 5, Día Mundial del Medio Ambiente.—En las profundidades de las selvas de Ecuador, vivió un grupo de gente cuya sociedad se basaba en el asesinato. Durante siglos mantuvieron sangrientas guerras de venganza, cortando la cabeza de los enemigos que mataban. Sus rituales de reducción de cabezas impresionaron al mundo.

Ellos se hacían llamar simplemente "humanidad", en su lenguaje: "el Shuar". Sus vidas eran un interminable ciclo de violencia, una eterna lucha de sangre de vecinos contra vecinos, un mundo dominado por las inapelables leyes de la venganza. En este violento cosmos, los despiadados enemigos se mataban unos a otros a lo largo de los oscuros caminos de la selva y la supervivencia dependía de quien obtenía primero la cabeza del enemigo.

Para los shuar el coleccionar cabezas humanas era una verdadera obsesión. No se les consideraba hombres a menos que obtuviesen una cabeza como trofeo a los 10 u 11 años de edad. Creían que su propia fuerza masculina y virilidad tenía que ver con el hecho de salir y matar a alguien. Pensaban que el poder adquirido venía de la cabeza de aquel a quien asesinaban.
Los shuar creían que el mundo a su alrededor no era más que un pálido reflejo de una realidad más profunda, un mundo espiritual más allá de lo que podían percibir los sentidos. Para buscar esa realidad, los shuar se convirtieron en expertos en la utilización de las plantas alucinógenas, que crecían en la selva que los rodeaba. Tan arraigada estaba su creencia en un mundo espiritual superior que los shuar incluso le daban alucinógenos a sus niños para mostrarles esta realidad. Cuando un joven llegaba a la pubertad sus representantes lo consideraban preparado para una escalofriante y agotadora prueba. A ningún shuar le era permitido hacer el amor a una mujer hasta no haber pasado este desgarrador rito.

Los shuar creían que cualquiera que tuviera un alma arutam no podía ser asesinado. Sin embargo, el poder del arutam comenzaría a desvanecerse en pocas semanas. Para conservar su arutam el hombre shuar debía cortar la cabeza de un enemigo. La cacería de cabezas era un ataque sencillo y despiadado. Los shuar atacaban sin avisar, generalmente de madrugada. Sus objetivos eran clanes enemigos u hombres sagrados sospechosos de brujería. Los mayores y más experimentados jefes iniciaban a los jóvenes en las tácticas de la cacería de cabezas. Frecuentemente obligaban a sus víctimas a salir al descubierto prendiendo fuego a sus viviendas. Cuando los adormilados y asustados habitantes huían de las llamas los cazadores de cabezas los mataban; hombres, mujeres y niños, jóvenes y viejos.

Cuando la matanza terminaba, los shuar no perdían tiempo en celebraciones. Se apresuraban a regresar a sus casas cargando consigo las cabezas del enemigo. Creían que las muertes habían desatado una nueva y más temible fuerza: las almas en pena de sus víctimas sedientas de venganza. Para protegerse de estos espíritus vengadores, los asesinos debían realizar uno de los más misteriosos rituales de la humanidad...

Los científicos de la época se preguntaban acerca de las técnicas de reducción de cabezas. La primera presentación de una cabeza reducida a una sociedad científica fue en 1862, esto fue en la Sociedad Antropológica de París. Cien años más tarde, el Occidente había aprendido mucho más acerca de la reducción de cabezas.

Un concepto errado muy común con respecto a las cabezas era que se reducían con el cráneo y todo. Es un hecho que un cráneo humano no puede reducirse, es hueso sólido así que ello no sería posible. La solución para esto era bastante simple: la cabeza era separada del cuerpo y se efectuaba un corte que se hacía, usualmente, desde la parte trasera del cráneo hasta la coronilla, entonces la piel era despegada. En ese punto el cráneo ya no tenía ninguna utilidad así que era sencillamente desechado. Luego, comenzaba el proceso de sumergir la cabeza en agua próxima a hervir. El secreto era en dejar que el agua no hirviese totalmente, pues el cabello se dañaría y caería. Después de retirar la cabeza del agua próxima a hervir, se volteaba, y varias piedras calientes eran colocadas dentro de ella. Entonces estas eran removidas cuando se enfriaban para luego sustituirlas por otras nuevas y finalmente por arena caliente. Este proceso continúa reduciendo la cabeza y la seca. Luego la cabeza es suspendida sobre una hoguera humeante en la que se seca y reduce más su tamaño. Tan pronto la cabeza ha sido colgada y secada es de aproximadamente la mitad del tamaño de una cabeza humana normal.

En los años 1970, gracias a unas leyes promulgadas por el gobierno, la cacería de cabezas llegó a su fin. Una forma de vida de miles de años de antigüedad había desaparecido. La cacería de cabezas fue víctima de la modernización. Muchos temen que los mismos shuar sean las próximas víctimas.

En años recientes las principales selvas del Amazonas se encuentran bajo el feroz ataque de un nuevo y mortal enemigo: la codicia del mundo industrializado. Cada año, 42 millones de acres de selva desaparecen para siempre (un acre contine 3,000 metros cuadrados, o casi cinco tareas dominicanas). Como sus antiguos predecesores, los shuar de hoy en día están luchando por sobrevivir, pero con una estrategia totalmente diferente. El plan de batalla de la nueva generación shuar es pedir a los visitantes que los ayuden en sus luchas por salvar sus tierras y su antigua cultura antes de que ambas sean destruidas.

¿Podría ser que esta gente antigua nos recuerde algo que debido a nuestro gran poder hemos olvidado? Muchos conocedores piensan que sí. Los shuar nos dicen que no debemos ver al mundo como algo para usar y del cual abusar. Debemos verlo como parte de nosotros, el medio ambiente no esta afuera de nosotros, es lo que somos. [Fuente e información más completa sobre los "cazadores de cabeza" aparece en http://www.geocities.com/mysteryplanet2/CA/shuar.htm.]

Sísifo y el Fénix

  LA DESGRACIA DE SÍSIFO Y LA PROMESA DEL FÉNIX (Escrito en el 2009) Todo el mundo tiene una idea de lo que se debe hacer en Las Terrenas. T...