lunes, 12 de junio de 2006

Azúcar

La primera vez que se me apretó el corazón por una muchacha fue mucho antes de Chavela, mi primer amor. Estaba jugando a los carritos con Carlitos en el balcón de mi casa cuando Merceditas, su prima, salió corriendo de su casa y se metió en la guagua estacionada frente a su casa. "¿Y para dónde se fue Merceditas?" Le pregunté a Carlitos, quien no me supo contestar excepto para decirme "déjame ir a ver." Momentos más tarde regresó.

Carlitos me sugirió que fuera a la guagua a ver lo que encontraba, mientras me miraba con una carita picarezca con tinte de diablo cojuelos. Yo abandoné la seguridad del balcón de mi casa y me adentré en territorio desconocido, cual explorador empedernido ante una inmensa selva. Me acuerdo como ahora que la guagua tenía tres escalones en la entrada. Era una GMC vieja, medio destartalada, con forros de vinil en los asientos y vidrios manchados en las ventanas. Pero como era la única guagua para transporte colectivo en el pueblo todos estaban conforme.

Tan pronto subí a la guagua de lo primero que me di cuenta era de que no había nadie. O, por lo menos, no se veía a nadie por el momento. Con unos pasitos de cucaracha comenzé a avanzar hacia la parte posterior mientras miraba de izquiera a derecha a cada uno de los asientos. Finalmente el suspenso terminó cuando noté que al final del pasillo, en el lugar cariñosamente conocido como "la cocina", había alguien. Era Merceditas, escondida detrás del último asiento como para que nadie la viera ni la sintiera.

Con su mano derecha hizo dos gestos: primero se llevó el índice derecho a la boca en señal de que guardara silencio y, el segundo, con el mismo índice me hizo señal de que me acercara. Yo no tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo. Finalmente, al acercarme a su rostro, la malvá muchacha me tiró el brazo al cuello y me dió el primer beso de mi vida, apuntando y acertando directamente entre mis labios. Su boca me supo a azúcar y después de ese momento inquietante, inesperado, lleno de nerviosismo y de un placer hasta ese entonces desconocido, Merceditas salió corriendo de la guagua y me dejó allí plantado en la nada y en el todo, con un sentimiento tan indescriptible que sólo se puede comparar a un sueño profundo y apacible.

Sólo me tomó unos instantes para darme cuenta de lo que había sucedido. Merceditas, al verme en el balcón jugando con su primo, había corrido hacia lo cocina y se echó una cucharada de azúcar en la boca, luego siguió corriendo y se metió en la guagua y allí me esperó. Pienso que su primo Carlitos sabía algo de lo que estaba ocurriendo ya que él fué quien me sugirió que fuera a descubrir lo que podría estar ocurriendo.

Ese beso dulce, enmelao, azucarado, secreto, regalado y a la vez robado, fue mi primer beso y les confieso, amigos todos, que nunca me he podido olvidar de él. Yo apenas tenía 9 indefensos añitos y así de zopetón se me abrieron los ojos hacia la vasta inmensidad de la vida, hacia las sorpresas que me aguardaban detrás de asientos, puertas, cortinas, paredes y matas. Quién me diría que Merceditas me dejaría marcado con el deseo inaudito y constante de recibir otro beso tan dulce como el que ella me regaló ese día. Aunque era muy joven entonces y estoy hecho un viejo ahora, sé muy dentro de mi alma que nunca he recibido ni recibiré otro beso como ese. No sólo por el alto contenido de azúcar de esos labios tiernos, vírgenes y coquetos, sino por lo que ofrecieron en aventura insospechada, en sueños de tortura interminable en los días que siguieron y por la incógnita que dejaron en cuanto a su significado, no sólo sobre el significado del beso mismo, sino también sobre la vida, el amor, el placer, la lujuria, y sobre los secretos infinitos e inconclusos que existen entre varones y hembras.

Merceditas, me dejaste sellado con la lápida de un beso preñado de ilusiones, de sospechas, de deseos y de ignorancia. No sabía lo que hacía pero tú parecías saberlo todo. Me diste de tu merced, Merceditas, por lo que ahora sólo me queda repetir tu nombre en esos momentos en que el recuerdo añejo de labios azucarados me tortura hasta hacerme perder la noción del tiempo. Entonces me veo nuevamente en la cocina de esa guagua bendita, agachándome junto a ti, viendo a tu índice prometiéndome una sorpresa repleta de sensaciones que hasta hoy han quedado conmigo y que no desaparecerán jamás.

La Navidad

La primera navidad de la que tengo memoria me regalaron un traje de vaqueros, completo con pistolas, canana y tiros. También me dieron arcos y flechas, como si una misma persona pudiera representar simultáneamente a los vaqueros y a los indios. Mi envidia no me ayudaba a celebrar el regalo que le dieron a mi mejor amigo y vecino, José Abraham, a quienes los reyes le regalaron un triciclo rojo. Yo me moría de la envidia. Como a los reyes se le dejaba yerba (para dar a los camellos), un vasito de agua y cigarrillos Cremas (para los magos) siempre sospeché que a los reyes magos no les gustó lo que les dejé y que quizás José Abraham le había dejado algo mucho más especial.

En unos días se celebrará la navidad, el año nuevo y el "día de los santos reyes." Ni la navidad, ni el año nuevo ni los reyes eran cristianos, aunque dichas celebraciones forman parte del calendario mayormente católico romano. Los "santos reyes" eran realmente astrólogos paganos de Persia, Egipto y Mesopotamia y no "santos" reyes.

Según los eruditos es más probable que Jesús naciera en septiembre, séis meses después de la pascua, pero no en diciembre ya que se habla en el texto de nuevo testamento de la presencia de pastores tendiendo a sus ovejas en el monte, lo que sería imposible hacer durante el frío invierno de diciembre en Judea. ¿Entonces de dónde nos llega la fecha del 25 de diciembre? De las tradiciones paganas. Las más notables quizás fueron la fiesta babilónica al hijo de Isis, diosa de la naturaleza, celebrada el 25 de diciembre, acompañada con ruidosas fiestas, grandes comilonas y bebederas y el intercambio de regalos. En Roma, el solsticio de invierno se celebraba muchos cientos de años antes del nacimiento de Cristo. Los romanos llamaban a la fiesta de navidad "saturnalia" en honor a Saturno, dios de la agricultura. En enero celebraban las "calendas", representando el triunfo de la vida sobre la muerta. Toda esa estación se le conocía como Dies Natalis Invicti Solis, o "el nacimiento del sol invicto." Fue allí en Roma que comenzó la tradición de los "mummers", grupos de cantores y bailadores vestidos en disfraces que iban de casa en casa entreteniendo a los vecinos. Así que ese fue el comienzo de los aguinaldos y de los "asaltos" o "parrandas" navideñas.

En escandinavia (Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca) el período de fiestas se le conocía como Yule y todo era una gran fiesta con muchas bebidas, comilonas y no tanto con atención a la espiritualidad. En la cultura celta (islas británicas) se reverenciaba todo lo verde y algunas ramas especiales como las utilizadas para decorar las puertas de nuestras casas en este tiempo. Todas eran símbolos de fertilidad.

La primera evidencia de la existencia de una celebración navideña se remonta al año 354 de nuestra era, celebrando el nacimiento de Cristo y sustituyendo el mismo evento que se celebraba Enero 6. Así que en el día en que hoy se celebra el "día de los reyes" era cuando se celebraba la navidad, o el nacimiento de Cristo. Los villancicos empezaron el la edad media, asociándose directamente al nacimiento de Cristo. Alrededor de ese tiempo en Italia se comenzó a presentar escenas del nacimiento de Cristo, iniciadas aparentemente for San Francis de Assissi como una manera de aumentar el nivel espiritual de las gentes.

Al principio los grupos conservadores en las iglesias cristianas estaban opuestos a la celebración de la navidad ya que conocían su origen pagano y las fiestas paganas que sustituía. Realmente no se sabe a ciencia cierta el día del nacimiento de Cristo, así que la navidad realmente reemplazó a numerosas fiestas paganas. La primera referencia a la navidad celebrada el 25 de diciembre ocurre en Inglaterra en el 1043.

En el caso de México y centroamérica, los indígenas festejaban durante el invierno o Panquetzaliztli, el advenimiento de Hitzilopochtli, Dios de la Guerra. En su evangelización los religiosos agustinos sustituyeron la imagen de Hitzilopochtli por la de José y María. Las fiestas comenzaron a ser conocidas como "aguinaldos" y se hacían pequeños intercambios de regalos que incluía dulces y juguetes a los niños.

Lo más importante de este período es quizás la manera en que se puede celebrar. Es un momento ideal para reflexionar y para meditar acerca de las bendiciones que recibimos, compartiendo lo que tenemos con los demás y proponiéndonos nuevas empresas, ideales y metas en el nuevo año. Es un momento también para tratar de ser más justos, compasivos y pacientes con nosotros mismos y para los demás. Si detrás de las bebederas, comilonas y regalos no existe un espíritu de agradecimiento, de humildad, de compasión y de generosidad entonces hemos perdido el espíritu de la navidad. Ojalá que no, ojalá que todos nos convirtamos en personas que seamos un poquito mejor que lo que éramos el pasado enero.

Así que a todos los lectores, felicidades, mucha paz, mucha esperanza y lo mejor para todos!

Morir Soñando

Para entender la vida hay que entender a la muerte. La mejor manera de empezar sería imaginándome muerto, dentro de un ataúd, la puerta cerrada sobre mi rostro, sin respirar, sin moverme y sin pensar en nada. Lo hice una vez dentro de un ataúd y una segunda vez dentro de las entrañas de una caverna, 20 metros bajo tierra, cuando apagué mi linterna y no se veía nada, ni se oía nada y casi no se sentía nada. Oigame, ¡esa fue una experiencia del cachimbo! La verdad es que comencé a morirme desde antes de nacer. No muerto completo sino muerto a pedacitos. Mis células y hasta organismos completos dentro de mi comenzaron a aniquilarse a sí mismos por el beneficio que causaban a otras partes del todo. Eso tiene un nombre, se le llama apoptosis, un mecanismo de autodestrucción existente en cada organismo multicelular. Por ejemplo, mi mano tiene cinco dedos porque las células que existían entre mis dedos murieron cuando era todavía un embrión. Un embrión, aún desde su etapa de 8 a 10 células depende de la muerte de algunas células (el espermatozoide que penetra al óvulo constituye una primera unidad celular, luego se divide automáticamente en dos células, luego en cuatro, luego en ocho y así hasta alcanzar su madurez genética). En otras palabras, si no fuera por esa muerte nunca hubiera llegado a estar vivo. Aún de adulto no podría vivir sin la muerte. Sin la apoptosis me moriría completamente cubierto de cánceres. Mis células están constantemente desarrollando mutaciones que podrían producir un caos celular. Pero un sistema interno de vigilancia, como el mantenido por una proteína conocida como p53 (llamada el "guardian del genome") detecta tales errores celulares y les ordena a que cometan suicidio celular masivo. Esas muertes celulares programadas me mantienen vivo. También permiten que en lo más profundo de mis intestinos las células se regeneren, permitiendo el procesamiento de alimentos y desechos. Igualmente mi piel cambia totalmente cada ocho días, así que nuevas celulas ocupan el lugar de las células que se han suicidado. Si después de levantarme en la mañana tomo las sábanas y las sacudo voy a ver un polvillo en el aire. No es el caliche de la calle sino mi piel muerta, desechada por el cuerpo y recogida por la sábana. Mi colchón, está llenito de células muertas que mi piel desechó, y ese olor peculiar de mi colchón y de mi almohada es de esas células muertas, podridas, apestosas y sucias. Si alguna vez encuentro cucarachas o insectos pequeñitos en mi colchón es porque están buscando a esas células muertas para alimentarse de ellas. De igual manera, cuando mi cuerpo ha terminado de combatir a una infección y se encuentra repleto de células blancas obsoletas, todas ellas cometen suicidio como si estuvieran obedeciendo una orden militar, para que así la infección e hinchazón subsanen. Si las células blancas no perecen la hinchazón sería permanente. Pus es nada más y nada menos que células blancas muertas. Ahora cierro mis ojos por un momento y me imagino que dentro de mi cuerpo, ahora mismo, en este mismo instante, hay células que se están muriendo, o suicidándose, para que el resto de mi pueda seguir viviendo. Yo, que pensaba que todo lo que hacía era vivir, me doy cuenta que también me estoy muriendo. No muriendo para morirme, sino muriendo para poder vivir. Ahora observo a todas esas chicas tan hermosas, lindas, fragantes, elegantes, eróticas, con el vaivén de sus cadencias, con sus rostros hermosos y sus sonrisas picarezcas, con todas sus promesas y todas sus ofertas (lo mismo se puede decir de los hombres). Se están muriendo. Cada día, cada hora, cada instante, se están muriendo. Partes de ellas se mueren para que el todo de ellas pueda vivir. En pocas horas este año se va a morir. Se muere para que nazca uno nuevo. Con cada año nuevo se abren nuevas esperanzas y promesas. Como sé que me estoy muriendo por dentro…para poder vivir, voy a aprovechar al máximo ese sacrificio supremo que han hecho mis células para mantenerme vivo. Ellas quisieron que siguiera vivo para que disfrutara mi vida. Voy a ayudarlas tomando decisiones sabias y honestas en cuanto a mi mismo y a los demás, en cuanto a mi familia, mi ambiente, mis seres queridos, mis amigos y mi comunidad. Y sé que tomando decisiones sabias y sensatas en cuanto a mi mismo, todas las demás personas—y la comunidad—resultarán beneficiadas. Te invito a que hagas lo mismo.

Para Siempre Adiós

Para Siempre Adiós
Cuando pienso en el uso del tiempo es como si visitara a un cementerio. Cuando voy a un cementerio lo único que hago es encontrarme con la memoria, o para hacer una cita con una lágrima bohemia. Del cementerio no saco nada, sólo imágines que ya existían en mi mente, algo empolvadas, pero veo cual espejo la realidad que tarde o temprana será tan mía como la de los cadáveres que allí se encuentran. Entre mi memoria y mis lágrimas me doy cuenta que cuando estoy con mi gente lo hago no por lo que podamos hacer sino para simplemente estar juntos. Haciendo memorias creamos las lágrimas que luego brotarán de nuestros ojos en el cementerio. No importa si tenemos medio millón de minutos en este año 2006, lo importante es crear memorias para que cuando vayamos al cementerio tengamos de qué acordarnos.
El cementerio es entonces ese lugar donde el banco de nuestro tiempo se convierte en los cheles de nuestra memoria. Los cheles se convierten en billetes cuando la memoria nos acuerda de lo mucho que teníamos y de lo poco que nos hacía falta cuando estábamos con aquellos a quienes le hemos dado nuestro amor y nuestro cariño. Mejor aún, lo mejor es crear memorias para que mientras vivamos sepamos darle valor a lo que vivimos y, mucho más aún, para que sepamos darle valor a aquellos con quienes vivimos lo vivido. Qué triste sería llegar al cementerio y no tener memorias ni de nada ni de nadie. Cierto, cierto, siempre nos acordamos de algo, pero me refiero a esas memorias profundas, transcendentes, las que nos tocan el alma, como un clavo bien clavado en la caoba de nuestro ser.
Así que en este año 2006, con su medio millón de minutos, vivámoslo para la memoria, no la memoria superficial e intransigente, sino para la memoria final y duradera, la que nos aparta de la memoria de un perro o gato, de un árbol o de un viento, la que nos trae sonrisas a nuestros labios y lágrimas a nuestros ojos. Que este año nos traiga de todo lo bueno, pero sobretodo, que nos traiga buenas memorias, las que sólo podemos hacer tú y yo, con nuestras propias manos, con nuestros propios labios, con nuestras propias mentes, con nuestros abrazos y besos, con nuestro pensar, con nuestro actuar, con lo mejor que podemos darnos a nosotros mismos y a los demás. ¡Qué buen año nos espera. ¡¡¡Que viva el 2006!!!

Un Día

Cada día nos llega con 24 horas, ni una más ni una menos. A cada hora la acompañan sus respectivos minutos y segundos y son tantos que al final de un año completo nos habrán pasado por encima 525,600 minutos y 3,153,600 segundos. Eso es mucho tiempo. Si usted quiere saber lo largo que es todo ese tiempo simplemente cuente del 100 al 160 y eso es un solo minuto. Siga contando, sin comer ni beber ni dormir y dentro de 365 días va a llegar al conteo final de 525,600 minutos. Imagínese todo lo que puede hacer en todo ese tiempo!! Imagínese también todo lo que se puede dejar de hacer en ese mismo tiempo.
Como está empezando un año Nuevo y me faltan más de 520,000 minutos antes de que se acabe el 2006 me propongo que en todo ese tiempo voy a hacer y a dejar de hacer varias cosas.
Diez cosas que voy a dejar de hacer:
1. Dejar de maldecir cada vez que me pasa por el lado un motoconcho con su diarrea malodorosa de humo blanco y gris.
2. Dejar de quejarme cada vez que recibo el cobro de la luz y pienso en los salarios que reciben los ejecutivos de Luz y Fuerza.
3. Dejar de cerrar las ventanas cada vez que a las 3 de la mañana me despierta la bulla del callejón al lado del Banco Popular.
4. Dejar de llorar cada vez que mueren niños inocentes e indefensos, trancados en sus casas, soñando con una mejor vida.
5. Dejar de tener pesadillas donde una bala perdida cae sobre la cabeza de mi niño.
6. Dejar de sufrir por las heridas hechas sobre la carne viva de nuestra Madre Tierra gracias al "progreso" que nos van a traer la Marina y el Campo de Golf.
7. Dejar de preguntarme por qué algunos de mis vecinos echan la basura en el solar baldío al lado de mi casa, cuando apenas unos pasos más y la podrían echar en el zafacón de basura de la calle Duarte.
8. Dejar de cerrar los ojos cuando un motoconcho se me atraviesa en el mismo medio como si el conductor--y su pasajera--fueran de goma y no les doliera nada si los atropellara sin poder hacer nada para evitarlo.
9. Dejar de preocuparme porque 99 de las 100 personas que conozco no leen absolutamente nada.
10. Dejar de maldecir las desgracias traídas por el Presidente Bush sobre su propio pueblo, sobre nuestro pueblo y sobre todo el mundo.
Diez cosas que voy definitivamente a hacer:
1. Voy a comenzar a dormir una siesta cada día.
2. Voy a seguir soñando con una academia de música y un taller de ciencias para la niñez y juventud de Las Terrenas.
3. Voy a mover cielo y tierra hasta que podamos tener un parque infantil en Las Terrenas.
4. Voy a hacer más ejercicios, por lo menos cuatro veces a la semana.
5. Voy a dejar de comer carne, poco a poco.
6. Voy a pasar más tiempo en la calle, hablando con la gente, y menos tiempo frente a mi computadora.
7. Voy a seguir desaprendiendo todas las cosas estúpidas que aprendí en los 25 años que pasé en las aulas.
8. Voy a seguir sembrando algo cada día.
9. Voy a producir menos basura.
10. Voy a trabajar duro duro duro para ayudar a despolitizar el futuro socio-cultural de mi pueblo adoptivo de Las Terrenas.
No sé si podré dejar de hacer y a la vez hacer tantas cosas, algunas de ellas nuevas, pero quizás ese medio millón de minutos en el 2006 me ayudará a hacerlo todo possible.

"Enamorao a Raja Tabla"

La última vez que me enamoré todo lo veía en blanco y negro. No sé por qué pero eso era lo que veían mis ojos. No importaba si empezaba de izquierda a derecha o de derecha a izquierda todo era blanco y negro. Si movía mi cabeza de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba, todo era blanco y negro. En las esquinas, en los finales, en las curvas, en los símbolos, en los espacios, en las pausas y hasta en la exclamaciones, todo era blanco y negro y yo estaba perdidamente enamorado.

Pero antes de que me llamen "loco," quisiera explicar que no fue culpa mía. Fue culpa de una chica que me encontró por ahi, me miró a los ojos y me dijo "tómalo." Y yo lo tomé en mis manos, en mis brazos, en mi mente, en todo mi ser y estuve borracho con ese amor hasta que se me acabaron los espacios en blanco y negro. Entonces me sentí tan desdichado con ese final, pero a la vez tan entusiasmado y tan contento con lo que recibí de ese amor.

Yo no sé si ustedes se han enamorado de esa manera pero era como dice la bachata, yo estaba "más perdío que un camino viejo," tan asfixiao como una garrapata en lomo de yegua virgen, tan ciego como un gallo de pelea borracho con clerén. Y, lo peor de todo, yo no podía despegarme de ese blanco y negro. Lo tenía agarrado tan fuertemente que no lo solté hasta que se me hizo de día y se me cansaron los ojos de tantas curvas que ví.

¿Quieren saber cómo se llamaba? Se llamaba Pi. Para ser más específico se llamaba "Life of Pi" y lo escribió un canadiense llamado Yann Martel. Sí, me enamoré de un libro, de su contenido, de su pasión, de su imaginación, de su creatividad, de sus historias y metáforas, de sus dobleces y sus verdades, de sus aventuras y sorpresas, de sus palabras, de sus párrafos y de sus imágenes. Lo sé, lo sé, la mayoría de nosotros pensamos que sólo nos podemos enamorar de algo hecho con carne y hueso; pero, señoras y señores, el placer de un buen libro dura mucho más que lo que ofrecen la carne y los huesos, uno lo puede repetir cuantas veces uno quiera sin necesidad de pastillas o artífices increíbles y, más que nada, no hay que usar las artimañas del diablo para recibir ese sentimiento profundo e incontenible del buen amor.

Perdónenme la osadía de decir que si usted no ha leído hasta enamorarse de lo que está leyendo entonces usted todavía no ha descubierto lo que es el verdadero amor, el amor a la belleza visible sólo a los ojos de la mente, a los oídos de la imaginación, al placer de ojos que nunca cierran sus párpados a la creatividad. Es una pena, pero si usted no ha sabido sentarse sin querer pararse ni para orinar por culpa de un libro, es porque aún no ha abierto sus ojos a la bendición más grande que pueda recibir cualquier humano: el amor al placer de la lectura.

Cuando leemos nos ponemos en contacto con ese espíritu universal que puede conectar nuestra alma a las almas de millones de personas que han leído ese mismo texto. A través de ese blanco y negro, ese fondo infinito de blanco relleno con curvas, rectas y detalles negros, que nos abre el puente hacia el universo infinito de las ideas, podemos crear nuevos cuerpos y nuevos corazones. Como lo dijera André Maurois, "la lectura de un buen libro es un diálogo incesante en que el libro habla y el alma contesta." Y el que no lee es un aburrido. Imagínense viviendo con alguien que no ofrece nunca nada nuevo, que siempre tiene los mismos cuentos y las mismas historias, que su mundo se limita a lo que se le presenta ante su rostro, sin alcanzar el mundo del más allá, el de las sorpresas, de la imaginación, de los valores universales. Como dijera alguien, "no es analfabeto aquél que no sabe leer, sino aquél que sabiendo leer, no lee." ¿Qué mejor saludo que preguntarle a un amigo, 'y qué has estado leyendo ultimamente'?" Y que desgracia cuando nadie nos responde o nos dicen "nada, no estoy leyendo nada."

¡Cuántos corazones vacíos y cuántas almas soñolientas, huecas al placer de otros mundos, de otras caricias, del placer del intelecto y de la lujuria por la sabiduría que nos ofrecen los libros! El mejor amigo no es un perro, es un libro. No te ladra, no te gasta, no te ensucia, solo te ilustra, te enriquece, te da placer y te hace una mejor persona.

Terreneros y terreneras, leamos, enamorémonos de las páginas en blanco y negro que nos ofrecen todo un mundo de placer, en nuestras mentes y en nuestros corazones. ¡A leer todos!

Perdón

Cañita era tullío, ese nombre áspero y vulgar que le damos a las personas que padecen discapacidades físicas. En el caso de Cañita él había sufrido de polio cuando niño y ambos pies estaban doblados hacia fuera, de tal manera que caminaba como si fuera un pingüino, además de que arrastraba los pies al andar. Debía tener la cachaza más gruesa del mundo, porque nunca usaba zapatos y parecía que no le dolía las piedras, ni el calor de la talvia, ni los vidrios, ni la arena, ni el lodo, ni el agua, ni nada. Nos burlábamos de él viniendo desde atrás para empujarlo, para decirle nombres sucios e insultos y hasta para hacerlo que se cayera. Cuando se caía al suelo salíamos corriendo a carcajadas, como burlándonos del mal ajeno. Un día cayó tan mal que se rompió un labio, comenzó a sangrar y empezó a llorar. Las lágrimas no nos hicieron parar, sino que comenzamos con el estribillo: "Cañita es un pende--, Cañita es un pen--jo, Cañita es un ---dejo."

El mudo se llamaba Nelson Julio Velásquez Rodríguez, pero ninguno sabíamos el nombre, sólo le decíamos "el mudo," y con ese nombre se quedó. Lavaba los carros del vecindario y no me acuerdo nunca haberlo visto sin un cubo en la mano y un paño de lana roja sobre el hombre. Los pantalones siempre parecían como que se había orinado en ellos, pero el mudo tenía las manos más grandes que yo había visto en mi vida. Como andaba bien y corría mejor que nosotros, además de que era grande, fuerte y tan tigre como cualquiera de nosotros, no nos atrevíamos a hacerle nada. Pero como además de mudo era también sordo lo que sí hacíamos era imitar sus intentos de hablar que a veces sonaban como me imagino que sonaría un perro que intentara hablar. Una vez estaba en la sastrería de Colá, perdiendo el tiempo y el mudo me agarró imitándolo. No oía ni hablaba, pero enseguida se dió cuenta que lo estaba imitando a él y me dió tremendo jalón de orejas que me hizo llorar del dolor y del pique. Me fui llorando a mi casa a quejarme a mi mamá, mientras mis amiguitos se las cogieron con contarme el estribillo, "José es un pende--, José es un pen--jo, José es un ---dejo."

Del que mejor me acuerdo es de Ricardito. Tenía seis dedos en lugar de cinco. Decíamos que tenía un dedo de más para que pudiera robar mejor, porque no había mejor ladrón que Ricardito, lo cual no era cierto porque su papá tenía mucho dinero y él tenía los mejores juguetes del barrio y a él no le hacía falta nada de lo que nosotros teníamos. Pero como tenía un defecto que nosotros no teníamos entonces le tocó la mala suerte de que nos burláramos por la parte más débil de su ego, su sexto dedo en la mano izquierda. Me acuerdo mejor del él porque éramos vecinos y, además, compañero de curso. Me imagino que yo pasaba más tiempo viéndolo a él escribir (era zurdo) que atendiendo a mis maestros. Siempre me resultaba jocoso ver cómo el dedito chiquito (el sexto) se movía sobre el papel mientras él escribía.

Aunque les estoy revelando todas estas maldades, yo era el más santo de todos. Créanme. Yo nunca llevé un peo chino al teatro, ni les embarré a nadie las manubrios de la bicicleta con pupú de perro, ni vacié las gomas de ninguna camioneta, ni tiré piedras de noche a lo loco a ver a quién se le pegaba. Es más, yo nunca le levanté la falda a las monjitas ni me hice orines en el confesionario. Mis amiguitos, por el otro lado, eran puros diablos y me atrevería a decir que ni las ciguitas que ahorcaron, ni los perros apedreados, ni los chivos apaleados, ni las niñas con cuadernos garabateados cargan sobre mi conciencia sino sobre la de ellos. Pero sí les confieso que a veces me atormentan los empujones y burlas a Cañita y las faltas de respeto hacia el mudo.

No me pregunten por qué lo hice. No lo sé. No me pregunten qué ganaba con hacer tales cosas. Nada. No me comenten que eso estuvo muy mal hecho. Ya lo sé. No me hagan creer que la voy a pagar de una manera u otra. Ya pasaron más de 35 años de esas cosas y todavía no me han salido ni cachos ni rabo, como me decían algunas personas que sucedería por ser tan 'degraciao.' Pero llevo dentro de mí recuerdos que quisiera que no existieran. Aquella vez que Cañitas se rompió lo boca al único que miraba era a mi. Yo no fuí quien lo empujó, fue Ricardito, el hermanito de Chavela, el primer amor de mi vida. Pero fué a mi a quien miró, con los ojotes llenos de esos lagrimones. Creo que sé por qué, porque era a mi casa donde iba a comer ya que mi mamá era dueña de un hotel en el pueblo y le daba la comida a él todos los días. Yo pienso que él pensaba que yo pensaría lo mismo que él pensó; o sea, que por qué diablos yo era partícipe de eso habiendo salido de un santo vientre como el de mi mamá.

Cañitas, perdóname. Mudo, perdóname. Ricardito, perdóname, porque yo fui quien te rompió el avióncito que te habían traído de los nuevayores para tu cumpleaños. Lo hice a propósito, de maldad, por envidia. Berto, perdóname, yo fui quien escondió la mascota de gramática el día del examen, para que te quemaras. Rosario, perdóname, yo fuí quien pegó el chicle en tu hermosa cabellera, sedosa, negrecita como un azabache, la que siempre olía a canela con azucenas. Sor Clara, perdóneme. No fue que me desmayé, eso fue un embuste. Yo sólo quería verle los panties, porque si no lo hacía Carlitos iba a ir donde mi mamá a contarle lo que yo le había hecho a Rosario esa mañana. Padre Miguel, perdóneme, porque cuando me fui a confesar y le conté lo que Mercedita hizo cuando se llenó la boca de azúcar y me besó y usted me preguntó que si me arrepentía y yo le dije que sí pero realmente pensaba que no, que me había gustado ma'que'ldiablo y que lo volvería a hacer por lo menos cuchocientas mil veces más.

Perdónenme todas las ciguitas asesinadas con mis tirapiedras, todos los perros a los que le caía a palos, todas los grillos que perdían sus patas y antenas, todas las hormiguitas inundadas en agua, todos los zapitos electrocutados, todas las mariposas aplastadas y todas las niñas a quienes les halé el pelo o los moños, las empujaba y torturaba con mis chistes brutos; y tú, Freddy, perdóname mucho más, yo fuí quien te pichó la goma de la bicicleta el día que tenías que irte rápido a cuidar de tu abuelita enferma después de la escuela. Lo hice porque no me dejaste fijarme de tu papel durante el examen de geografía.

Y si sigo escribiendo van a descubrir mucho más "de lo malvaíto que era, que era ma' malo quel rabito de la cucarachita ma vieja del vecindario" como me decía la vieja Concha, vecina de mi casa. Eso eran cosas de muchacho degraciaíto. Antes era un degraciaíto, pensaba como degraciaíto y actuaba como degraciaíto. Ya no. Ahora soy diferente, pienso diferente y actúo diferente.

Me arrepiento de todas esas maldades y prometo no hacerlas jamás.

Sísifo y el Fénix

  LA DESGRACIA DE SÍSIFO Y LA PROMESA DEL FÉNIX (Escrito en el 2009) Todo el mundo tiene una idea de lo que se debe hacer en Las Terrenas. T...