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sábado, 10 de marzo de 2012

Monos, Guineos y la Resistencia al Cambio



Un grupo de científicos decidieron encerrar a cinco monos dentro de una jaula, colocando una escalera en el centro y sobre ella, un montón de guineos.

Nada más entrar, uno de ellos subió las escaleras buscando el alimento. En ese momento, los científicos castigaron a los monos que se habían quedado en el suelo lanzándolos chorros de agua fría.

Así, cada vez que uno de los monos subía las escaleras en busca de los guineos, los que permanecían abajo sufrían un desagradable baño de agua helada.

No tardaron mucho en relacionar las subidas por la escalera con la ducha helada, de tal forma que, cuando alguno hacía intención de trepar, el resto se lo impedía y entre todos le daban una paliza para disuadirlo.

En este punto, los científicos sustituyeron uno de los monos de la jaula por otro nuevo. Evidentemente, nada más entrar, al ver los plátanos, intentaba subir las escaleras, recibiendo la paliza con la que el resto de monos pretendía evitar el castigo del agua helada.

El resultado era que el novato no volvía a hacer intención de subir las escaleras.

De nuevo, los científicos sustituían un mono antiguo por otro novato que, irremediablemente intentaba subir a por los plátanos, recibiendo la paliza del resto, incluido el primer mono sustituido, que además participaba en el castigo de forma vehemente.

Un tercero fue cambiado, repitiéndose de nuevo la misma situación. El cuarto, y finalmente el quinto de los monos originales fueron sustituidos también por monos nuevos.

Llegó un momento en el que, dentro de la jaula había un grupo de cinco monos que, a pesar de no haber recibido nunca una ducha de agua fría, continuaban golpeando a aquél que intentaba llegar hasta los guineos.

Si en ese momento pudiéramos preguntar a alguno de los monos porqué golpeáis a quien intenta subir por la escalera, la respuesta, seguramente, sería algo así como: "no sé, aquí las cosas siempre se han hecho así..."

martes, 13 de julio de 2010

La Prueba del Lápiz

Hace varios años visité al pais sudafricano de Namibia, un lugar impresionante, fascinante y lleno de emociones, al que volvería varias veces por razones de trabajo. Allí me enteré de “la prueba del lápiz”, un sistema de medición racial implementado por los opresores blancos creadores del Apartheid. La prueba consistía en colocar un lápiz a través del pelo de la persona. Si el lápiz se caía solo del pelo la persona era declarada “blanca,” pero si el lápiz se quedaba entre el pelo la persona era declarada “negra” y era tratada como tal. Era un sistema profundamente racista e imperfecto porque aunque el lápiz de cayera del pelo si el color de la piel no era totalmente blanca entonces la persona era considerada “de color” y tratada discriminatoriamente.

¿Tenemos la prueba del lápiz en la República Dominicana? Teóricamente no y ciertamente no en la misma manera en que se llevó a cabo en Namibia y en Sudáfrica bajo el régimen del Apartheid. Sin embargo, hay pruebas parecidas por razones parecidas. Todo sistema de desigualdad social tiene su “prueba del lápiz.” Por ejemplo, la tarjeta Solidaridad y la de Bono Gas son utilizadas por el gobierno actual para atraer y mantener membresías políticas, ayudando a presionar a su favor en situaciones como en las pasadas elecciones. Si tienes el Bono Gas y la tarjeta Solidaridad es porque se espera que devuelvas el favor a través de tu lealtad al que te la dió, de esa forma eres declarado “de los nuestros.” Así pasas “la prueba del lápiz”. Igualmente, las así llamadas “botellas,” personas que no hacen nada pero reciben salarios o “ayudas” del gobierno municipal, o del provincial, o del central, ya han pasado la prueba de la membresía política, convirtiéndose en beneficiarios de un régimen desigual que sólo recompensa y beneficia a los que son compañeritos.
Los huacales de botellas no nacieron bajo este gobierno, han existido siempre, sin importar el partido gobernante, así que existen hoy y seguirán existiendo, porque son parte del sistema de desigualdad que es la sociedad dominicana.
Un sistema económico tiene su “prueba del lápiz” ya que algunas empresas benefician más a unos que a otros dependiendo de cuán bien pasan “la prueba del lápiz.” En este caso la prueba se basa sobre el nivel de lealtad a la empresa, o sea, cuán bien usted vive de acuerdo a lo que ellos digan, sin criticar y apoyando lo que ellos hagan. Consecuentemente, las empresas dan descuentos, rebajas y hasta anulan cobros a personas o entidades consideradas “amigas” de la empresa.

De manera similar, algunas empresas usan el eufemismo “buena presencia” para expresar el deseo de emplear a una mujer atractiva y sexy, opuesto a una fémina fea y poco atractiva. Aunque la ley impide la discriminación la realidad es otra, la gran mayoría de las empresas prefieren emplear a mujeres consideradas atractivas. Si usted es fea o es considerada insuficientemente atractiva para la empresa usted no pasa “la prueba del lápiz” del sexismo.

Los que vivimos a la merced de los poderosos frecuentemente hemos sido probados con el lápiz y hemos sido hallados faltos. Bajo el régimen del Apartheid cuán profundamente entraba el lápiz en el pelo determinaba el “township” o poblado donde vivirías. Mientras más duro era para el lápiz entrar entre tu pelo eras considerado más negro y eras relegado a los pueblos de menos privilegios. De esa forma los blancos vivían en el centro del pueblo y en las mejores tierras, rodeados de un círculo de barrios de personas casi blancas, seguidas por otro círculo de personas y barrios “de color,” y finalmente al final, en la parte más lejos, estaban los pueblos de los negros, los más negros y los bién negros. Cuando visité la ciudad costera de Swakopmund, en Namibia, tuve la oportunidad de ver el mapa de planificación maestra de la ciudad, un centro vacacional próspero y rico, con todos sus círculos de barrios y zonas, todos debidamente organizados en base a la prueba del lápiz.

Aunque no tengamos una “prueba del lápiz” tal como fue usada en Namibia, tenemos otras pruebas de desplazamiento social, de distribución social sistemática, tanto en lo político como en lo religioso y también en lo económico. Déle un vistazo a Las Terrenas y aunque no estén arreglados en círculos concéntricos alrededor de una “zona blanca,” pregúntese quiénes son considerados menos que otros, quiénes son beneficiados más que otros y a quiénes les llegan los beneficios del régimen de desigualdad social en el que vivimos.
Y para darnos cuenta del alcance social que tiene el posicionamiento político, pregúntese quiénes son los más privilegiados en esta comunidad, por qué y en qué manera. Si a usted no le molesta pues siga como está. Si a usted le molesta, bueno, ¿qué piensa hacer al respecto?

lunes, 14 de junio de 2010

Vida y Muerte

Cambios en la vida comienzan con la muerte

Para entender la vida hay que entender a la muerte. La mejor manera de empezar sería imaginándome muerto, dentro de un ataúd, la puerta cerrada sobre mi rostro, sin respirar, sin moverme y sin pensar en nada. Lo hice una vez dentro de un ataúd y una segunda vez dentro de las entrañas de una caverna, 20 metros bajo tierra, cuando apagué mi linterna y no se veía nada, ni se oía nada y casi no se sentía nada. Oigame, ¡esa fue una experiencia del cachimbo!

La verdad es que comencé a morirme desde antes de nacer. No muerto completo sino muerto a pedacitos. Mis células y hasta organismos completos dentro de mi comenzaron a aniquilarse a sí mismos por el beneficio que causaban a otras partes del todo. Eso tiene un nombre, se le llama apoptosis, un mecanismo de autodestrucción existente en cada organismo multicelular. Por ejemplo, mi mano tiene cinco dedos porque las células que existían entre mis dedos murieron cuando era todavía un embrión. Un embrión, aún desde su etapa de 8 a 10 células depende de la muerte de algunas células (el espermatozoide que penetra al óvulo constituye una primera unidad celular, luego se divide automáticamente en dos células, luego en cuatro, luego en ocho y así hasta alcanzar su madurez genética). En otras palabras, si no fuera por esa muerte nunca hubiera llegado a estar vivo.

Aún de adulto no podría vivir sin la muerte. Sin la apoptosis me moriría completamente cubierto de cánceres. Mis células están constantemente desarrollando mutaciones que podrían producir un caos celular. Pero un sistema interno de vigilancia, como el mantenido por una proteína conocida como p53 (llamada el "guardian del genome") detecta tales errores celulares y les ordena a que cometan suicidio celular masivo.

Esas muertes celulares programadas me mantienen vivo. También permiten que en lo más profundo de mis intestinos las células se regeneren, permitiendo el procesamiento de alimentos y desechos. Igualmente mi piel cambia totalmente cada ocho días, así que nuevas celulas ocupan el lugar de las células que se han suicidado. Si después de levantarme en la mañana tomo las sábanas y las sacudo voy a ver un polvillo en el aire. No es el caliche de la calle sino mi piel muerta, desechada por el cuerpo y recogida por la sábana. Mi colchón, está llenito de células muertas que mi piel desechó, y ese olor peculiar de mi colchón y de mi almohada es de esas células muertas, podridas, apestosas y sucias. Si alguna vez encuentro cucarachas o insectos pequeñitos en mi colchón es porque están buscando a esas células muertas para alimentarse de ellas.

De igual manera, cuando mi cuerpo ha terminado de combatir a una infección y se encuentra repleto de células blancas obsoletas, todas ellas cometen suicidio como si estuvieran obedeciendo una orden militar, para que así la infección e hinchazón subsanen. Si las células blancas no perecen la hinchazón sería permanente. Pus es nada más y nada menos que células blancas muertas.

Ahora cierro mis ojos por un momento y me imagino que dentro de mi cuerpo, ahora mismo, en este mismo instante, hay células que se están muriendo, o suicidándose, para que el resto de mi pueda seguir viviendo. Yo, que pensaba que todo lo que hacía era vivir, me doy cuenta que también me estoy muriendo. No muriendo para morirme, sino muriendo para poder vivir.

Ahora observo a todas esas chicas tan hermosas (derecha), lindas, fragantes, elegantes, eróticas, con el vaivén de sus cadencias, con sus rostros hermosos y sus sonrisas picarezcas, con todas sus promesas y todas sus ofertas (lo mismo se puede decir de los hombres). Se están muriendo. Cada día, cada hora, cada instante, se están muriendo. Partes de ellas se mueren para que el todo de ellas pueda vivir.

Como sé que me estoy muriendo por dentro…para poder vivir, voy a aprovechar al máximo ese sacrificio supremo que han hecho mis células para mantenerme vivo. Ellas quisieron que siguiera vivo para que disfrutara mi vida. Voy a ayudarlas tomando decisiones sabias y honestas en cuanto a mi mismo y a los demás, en cuanto a mi familia, mi ambiente, mis seres queridos, mis amigos y mi comunidad. Y sé que tomando decisiones sabias y sensatas en cuanto a mi mismo, todas las demás personas y la comunidad resultarán beneficiadas.

Te invito a que hagas lo mismo.

Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...