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viernes, 10 de abril de 2020

Transitoriedad

LA TRANSITORIEDAD DE LA VIDA. | ZARATUSTRA1947

Hay un espacio en el camino por el que todos transitamos cuando resulta evidente la naturaleza solitaria del trayecto.

Años atrás en Fort Myers, Florida, me tocó salir corriendo de mi carro para ayudar a un conductor que perdió el control de su vehículo y se estrelló en un poste.  Llegué donde él y tan pronto lo vi puse mi mano sobre la ceja izquierda desde donde salía sangre a borbotones.  La presión ayudó a parar la sangre hasta que la ambulancia llegó cinco minutos más tarde y me paré al lado para ver cómo lo atendían.  

No me acuerdo ni su nombre ni sus características básicas, sólo era un hombre muy mayor a quien, según el paramédico, le había salvado la vida.  Se fueron y yo quedé parado ahí solito, con decenas de gentes alrededor quienes contemplaban la escena a distancia.  El dueño del lote de carros frente al cual el anciano había chocado se me acercó y me puso su mano sobre el hombro mientras me decía “eres un héroe”.  De repente, ese momento de solitario  heroísmo se hizo más pesado. 

Así también fue años antes en el Hospital Bella Vista en Mayaguez, Puerto Rico, donde era asistente al capellán y la segunda persona al que llamaban cuando había alguna emergencia.  Esa tarde entré a la habitación 405 junto al equipo del código azul y apenas unos minutos más tarde vi la frustración pintada en todos los colores sobre los rostros del equipo cuando se dieron cuenta que no podían salvar la vida del paciente, un hombre sesentañero de tez india y pelo blanco.  

Vi cómo se le extinguió el aliento de vida ante mis ojos y luego fui yo quien salió de la habitación para darle la noticia a los familiares que esperaban ansiosos y llorosos.  Me sentí muy solo mientras deseaba tener a mi lado un ejército de ángeles para que me ayudaran.

Ahora, ante la presencia del COVID-19, me doy cuenta que la razón por la que los seres humanos pelean no es permanente, sino que es tan furtiva como la niebla al salir el sol.  Es imposible atajar el agua que se filtra por nuestros dedos, como si al abrir la boca ante la lluvia pudiera uno tragar toda el agua que cae.  Imposible.  

La impermanencia de nuestro presencia sobre la tierra y la seguridad de que todo desaparece al cerrar los ojos para siempre nos unifica en la realización de que nada dura.  Esa transitoriedad de todo lo que hoy conocemos que existe debiera hacernos pensar mejor acerca de lo que somos y lo que hacemos desde que abrimos los ojos y lo cerramos en el diario vivir.

Nadie ni nada nos puede acompañar en ese momento solitario cuando el aliento se nos va.  Tanto luchamos para que el aliento quede dentro de nosotros y, caramba, qué fácil se nos puede ir!  Ser humano es un largo trayecto que se hace corto en ese preciso momento de la más abyecta soledad.  Cuando se nos va el aliento no nos llevamos a más nadie, sólo uno se va.

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