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viernes, 18 de diciembre de 2020

Quinteto Terrenero: Historias de Amor y Desamor

 


El amor nos encuentra en todos los espacios y en todos los tiempos.  Todos tenemos una historia que contar y éstas nos enseñan realidades que nos hacen más dolidos, más frágiles, pero más humanos.

En “Tu Bella”, Marcos recibe una carta como ninguna otra, una misiva que le abre un universo desconocido e inesperado, las interioridades de una chica como tantas otras, prisioneras de una existencia irreemplazable, injusta pero angustiosamente real.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/tu-bella.html?m=1.

Luis tuvo una experiencia única y se la cuenta a su major amigo, Franco, sentados ante la playa al atardecer.  ¿Fue amor o no?  Esa es la pregunta y al compartir sus diálogos interiores aprenden cosas que quizás no sabían de sí mismos ni del amor.  O quizás aún no saben nada verdadero de la tal Elena, la que nunca le pudo dar a Luis lo que quería.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/12/palabras-nunca-dichas.html.

Rossy tiene una sonrisa envidiable y una actitud ante la vida que Dios se la bendiga.  Desde joven descubre los beneficios de sus gracias físicas envidiables y decide hacerse el favor a sí misma de disfrutarlo al máximo.  En ella descubrimos las preguntas que nos hacemos cada vez que nos encontramos con una Rossy.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/rosssy.html?m=1.

Chana por fin descubre su belleza, la que por tanto tiempo yacía oculta en insultos y desmanes.  Ya nadie la puede engañar, sabe quién es y descubre la naturaleza del verdadero amor, el amor propio.  Es algo de lo que todos nosotros podemos aprender.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/renacer.html?m=1.

No fue amor, sino conveniencia, pero Yaribel se enfrenta ahora con la decisión más grande de su vida y no hay recuerdos de placer loco que la ayuden a ocultar la triste realidad que es ahora la decisión que debe tomar.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/yaribel.html?m=1.


Palabras Nunca Dichas

 



“Yo sé que nunca fue amor”, me dijo Luis con esa profunda y dolorosa convicción que sólo el mucho pensar provoca.  Sus ojos se veían claros, una sonrisa a medio acabar se cruzaba entre labios y ojos, pero no era una sonrisa de felicidad sino una sonrisa de conformidad, de paciencia y, quién sabe, hasta de rencor.  Obviamente había pensado mucho y ampliamente sobre lo que me compartía mientras nos tomábamos una fría en la playa.

“Pero pasaste mucho tiempo con ella según entiendo”, le dije yo, no tan seguro de si debía ahondar en sus sentimientos a flor de piel.  “¿Cómo es que ahora piensas que no te quería?”, le pregunté sin saber a penas por donde encauzar una conversación que ya me daba mucho pesar.  No sé si lo que veía en los ojos de Luis era dolor, pero ciertamente no era felicidad.  Me incomodaba verlo con esa vista larga plasmada sobre el mar y de cara a la leve explosión  de las olas sobre la arena.

Los hombres generalmente no confesamos nuestros sentimientos, ni de satisfacción ni de pesar, escondemos muy bien nuestras inseguridades y torpezas.  Es mejor así porque hemos sido criados para aguantar todo, sufrirlo todo, burlarlo todo y dejar ver que nada nos impacta ni nos afecta.  Los hombres llevamos sobre nuestros ojos la maldición del engaño propio, a diario nos decimos que nada nos afecta, aunque nos destroce a pedazos.  Y cuando se trata de amor, el peso del engaño propio es mucho mayor.

Luis pausó para mirarme y luego descansó su vista sobre sus manos, colocadas abiertas sobre la mesa como un perrito coloca las patas esperando que su dueño le dé una caricia.

“¿Sabes cómo lo sé?”, me pregunta ávidamente.  Y entonces me relata lo que sin duda alguna fue el resultado de una exploración interna profunda, como si estuviera escarbando la tierra y evitando cortar en dos a los gusanitos.  Su relato es digno de un libro de texto de un sicólogo:

 

“Después de varias veces de estar con ella me di cuenta de sopetón que faltaba algo.  Ese algo lo seguí sintiendo en otras ocasiones en que estuvimos juntos.  Tú sabes, Franco, he tenido muchas experiencias con mujeres, con novias, con amantes, con encuentros pasajeros.  Hasta de mi ex-esposa podía decir lo mismo.  Cada una de ellas y casi sin excepción me decían, me susurraban, me suspiraban, me secreteaban, me confesaban, me compartían, me regalaban en gestos y palabras lo que ellas sentían estando conmigo.  Pero no cualquier palabra, sino algo muy personal, muy íntimo.  Sus confesiones reflejaban el toque íntimo no sólo del placer sino del encuentro.  A veces era algo sobre mi piel, cómo les encantaba mi color, mi tono, mi mezcla.  Me decía que les encantaba mi cuello, las curvas entre hombro y cabello, no se cansaban de besarlas.  Otras veces hablaban de mis ojos, que se perdían totalmente al mirarlos.  Que se engranojaban al disfrutar del encaje novedoso de mis cejas, de mis largas pestañas, de mis ojos.  Otras no cesaban de tocar mi nariz de arriba abajo, algunas acariciaban mis labios, corriendo sus dedos de izquierda a derecha hasta hacerme reir por las cosquillas que provocaban.  Otras levantaban mis brazos para oler mis axilas, para hacer correr sus dedos desde mis muñecas hasta mi cintura.  Otras enredaban sus dedos en el pelo de mi pecho.  Y otras no podían aguantar tomar mis orejas en sus labios o lamer mis ojos con su lengua húmeda y apasionada.  Siempre me preguntaba sobre lo que sentían, siempre me sentía profundamente agradecido—aunque de manera inconsciente—por la valoración de sus palabras, de su labios, de sus manos, de sus miradas y, más que nada, por ese repetido suspiro que uno escucha cuando sabe que la amante ha descubierto la fuente de su satisfacción y de su placer.”

Bueno, yo no sabía si ese relato se trataba de un cuento erótico o de una fantasía de las mil y una noches.  Pero yo, absorto escuchando el relato, también me daba cuenta de que Luis posaba sus ojos sobre esa distancia eterna entre un recuerdo y otro y que muy dentro de sí había entendido lo que no estuvo presente en esa relación con Elena.


“Nunca me dijo nada de ese tipo de cosas, Franco, nunca.  Esas palabras nunca las dijo.  En sus ojos nunca vi esa comunión de su corazón con mi cuerpo. Parecía como si yo era simplemente el objeto de un momento, o quizás el interés de algo que podía darle, pero nunca sentí que ella estaba realmente allí o que me sentía a mi.  Era como estar del otro lado de un vidrio, mirando pero sin poder tocar la carne viva.  A veces me sentí usado, no sólo en mi cuerpo sino también en mi espíritu.  Mi entrega no era apreciada, mis detalles no eran vistos, vivía en otro mundo.  Esa conexión entre su corazón y el mío no existió nunca de su parte.  De parte de ella nunca hubo aprecio por mis ojos, mis labios, mis orejas, mi pecho, mi carne, mi color, mis atenciones, mis delicadezas, mis sutilidades.  Cumplíamos con la mecánica del amor de muchas formas, pero nunca sentí que lo que había vuelto locas a las demás era parte de lo que ella también sentía.  Por eso, al poco tiempo, me di cuenta de que no, de que realmente yo no era gran cosa para ella, de que era sólo un pasar de tiempo, un capricho quizás, algo diferente en su rutina de muchos otros cuerpos y de muchas otras emociones, pero nada más.”

“Luis”, le dije, “yo sé que lo has pensado mucho, pero te confieso que siento envidia por todo lo que me dices, por lo que me compartes, me parece verte en ese espacio secreto y oculto a los demás, a los momentos compartidos con Elena.  No sé si entiendo todo lo que me dices.  Compartieron mucho, Luis y estoy seguro que Elena también sentía muchas cosas contigo, de otra forma cómo podía hacerlo, Luis, por Dios”.  La verdad que no sé por qué sentía como que defendía a Elena, quizás no creía posible que mi apuesto amigo se sintiera así, quizás realmente no comprendía porque en mis adentros sabía que a mi ninguna mujer me había hablado ni expresado lo que habían dicho y hecho con Luis.

“Lo que más me satisface es que sé que todo lo que dí y compartí fue de muy adentro.  Y lo que más me disgusta es la debilidad de haber deseado un imposible.  Elena me enseñó mucho, Franco y lo más poderoso que aprendí es que no se puede dar lo que no se tiene.  Ella no sintió amor por mi, Franco, simplemente no lo tenía o no lo sabía, o no lo quería dar, o sus necesidades y hábitos eran tan fuertes que no había espacio para más.”

Ahora me parecía a mi que Luis la excusaba, o quizás la perdonaba.  Pero más que nada Luis me hizo pensar en los desaciertos del amor robado, del amor imaginado, del amor incierto, del amor equivocado, del amor a medias.  “Me atreví a dejarme enamorar”, me confiesa Luis y ahora me doy cuenta que parte de lo que Luis sentía era por la agonía intensa de haberse abandonado a un amor que no pudo controlar, que no le pertenecía y que no fue recibido como él lo deseaba.  Su amor se convirtió en un permanente desamor, como una cascada que en lugar de caer al plácido río simplemente se pierde en el aire para nunca verse, ni sentirse.

“Luis”, le dije, “es tiempo de dejar pasar las cosas, ¿no te parece?”

“Sí lo es”, me contestó, “pero me queda el sentimiento de que ese amor que sentí nunca perecerá, que seguirá conmigo en el lugar que le pertenece, con la intensidad que descubra en cada recuerdo y con el dolor de cada desencanto y de cada traición”. 

Luis y yo nos quedamos absortos por un momento.  No sé lo que pensaba él, pero yo me preguntaba cómo sería amar así, cómo sería sentirse así desengañado, cómo es que la gente se mete en situaciones tales.  Porque en lo que a mi respecta, ya no creo en nadie, me he dado tantas veces y me he abierto tantas veces al dolor que ya no me puedo abrir al amor.  No señor, para nada, para nunca y para siempre.  Sentía envidia por todos los goces y valoraciones que recibió Luis, pero hoy yo estaba ganando.  Yo, el duro, el de corazón de concreto, al que nadie ni nada lo altera, yo me siento limpio, indoloro, incoloro, insaboro porque a mi corazón no le entra ni una uva, ni una manzana, ni un melao, ni un ruiseñor.  No señor, mi corazón está duro como una piedra y Luis me acaba de enseñar que es mejor así.


martes, 6 de septiembre de 2011

"Es Tan Difícil"

Hola Marcos:
            Te escribo esta carta porque, francamente, a esta altura del juego ya no sé qué mas hacer.  Cuando varios meses atrás me prometiste el cielo y la vida no te tomé en serio porque, ¿a quién se le ocurre ofrecer tales cosas?  En tus ojitos verdi-azules noté ese tono ensoñador de los que saben muy poco de la vida, o sea, de la vida que vivimos aquí.  Yo sé que conoces de la vida, después de todo no naciste ayer y, de hecho, tienes más años que yo.  Pero mi vida ha sido dura, muy dura, muy pobre, muy jodida, lo que me hace una persona menos confiada, más cuidadosa y menos soñadora.

            Esto no quiere decir que no tenga mis sueños y mis decepciones. Me acuerdo de las muchas veces que me quería ir, lejos de ti, de tus abrazos, de tu salamería, de la melcocha de tus besos espantados por el calor del mediodía sobre sábanas que no aguantaban un sudor más.  Después de esos momentos de estupor, de verte bajo el peso de mi cuerpo suspirando vanamente los placeres con los que te engañaba, terminaba volviendo mi rostro hacia la pared para no ver más en tu rostro la satisfacción que a mi misma me hastiaba.  Hubiese querido que fuese “mi primera vez” con un enamorado, pero no, Marcos, ya han sido cinco, séis, diez, o más y tú tampoco has podido marcar sobre mi cuerpo la herida mortal del amor para siempre.  

            No me siento culpable porque no te he dejado solo, porque cada noche que vengo donde ti me entrego, siguiendo melodiosamente tus caricias y comportándome como el cocotero del patio bajo la brisa, extendiendo mis brazos para acompañar el movimiento incansable de tus labios sobre mis pechos.  Confiesas que tengo la piel más dulce y más suave que jamás hayas conocido.  Ay, mi Marcos, te puedo llevar a cualquier barrio en Las Terrenas y vas a descubrir que en cada calle hay veinte o trenta chicas como yo, cada uno prometiendo piel de melao y suavidad de seda entre pecho y pecho.  ¿A quién quieres engañar?  Será a ti mismo, porque hace años que a mi ya no me engaña nadie, ni siquiera el padre de mi hija quien fue el primero que me enseñó que no hay tal cosa como  una mentira amarga.  Todas son dulces, las que te dicen al oído o en los callejones, en susurros o en maldiciones.  Hasta los engaños repetidos cada noche son endulzados con melao aunque al amanecer tengan sabor de trapo viejo en la boca.

            Marcos, Marcos, párate ahi, devuélvete, móntate en la guagua y súbete en el avión.  Regresa a tu pais, llévate en tus maletas el recuerdo que creaste para satisfacer tus propias fantasias.  De aquí no me saca nadie, ni sueños ni promesas, ni yola ni Yolanda, ni dólares ni Dolores, ni visas ni Euros.  Cuando llegues allá mirarás atrás y pensarás en mi.  Sí, eso lo sé, carajo, porque hice lo imposible para que no te olvidaras de mi, de mi piel, mis senos, mis entrañas, mis abrazos, mis risas y mis placeres, los que son fórmula macabra, embrujadora, marcándote para siempre con el veneno mortal de recuerdos imperecederos.  Se te caerán los dientes, Marcos, y todavía pensarás en mi, en el sudor inagotable de cada amor que hicimos en cada esquina de la casa.  Mientras hurtabas el placer de mi cuerpo nunca supiste el color del techo, yo sí Marcos.  Nunca supiste el olor de las cayenas al otro lado de la ventana, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste los perros, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste al platanero ni al que compra hierros viejos, yo sí marcos. Cuando te parabas de la cama lo primero que decías era “tengo hambre”.  Por eso, en parte, nunca confié en tus palabras porque si recién me acababas de comer cómo diantre podías tener hambre, ¿o es que nunca te diste cuenta de toda la energía que me costaba amarte?  Si había alguien con hambre debí haber sido yo porque mentirte como lo hacía cada vez que hacíamos el amor me sacaba todo lo que tenía por dentro.

            Te escribo estas media-verdades cuando estás al otro lado del mundo, del cual no quiero que vuelvas, por lo menos no vuelvas a buscarme, no vuelvas con nuevas (o viejas) promesas.  Séis mil setecientos kilometros me separan físicamente de ti, pero para mi son séis mil setecientos mundos, porque en el otro mundo, en el sensato, el real, el de cada día, el de no tener nada y desearlo todo, en ese mundo mío, muy mío, ahi vivo con mi distancia.  Tu mundo y el mío nunca se encontrarán, líneas paralelas que nunca se cansan de verse a distancia.  Entre tú y yo hay demasiados espacios vacíos de por medio que nunca se llenarán y, Marcos, más que nada, hay millones de cosas que nunca sabrás y que ni en ésta ni en la otra vida podrás descubrir.  

            Como lo dice Zacarías, "es tan difícil", Marcos, pero así es.
            Tu Bella.









Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...