Soliloquios—7
Por José R. Bourget Tactuk
El
joven Ramón Antonio me confiesa que está cansado, hastiado, desencantado de la
vida. Para una persona de apenas 22 años es mucho para decir, habiendo
sucumbido ante la desesperanza y la obsesión por el bien vivir, inalcanzable
para él. Su compañera se le fue, me dijo que ella le dijo hace dos noches
que aunque es buen muchacho y de buen corazón “no sirve pa’na”, no
consigue trabajo, no puede hacer nada, no tiene cuartos y no puede ofrecerle
nada.
Ramón
Antonio me confiesa que su compañera es muy bonita, “muy sersy”, con ojos
claros que alumbran un rostro de nariz aguileña, labios llenos y mejillas
levantadas. Cuando vi su foto comprendí lo que decía, Luisa se veía de
lado, sonrisa a flor de piel, juguetona en sus ojos y con esa aura de entrega
que puede volver loco a cualquier amante que se le acerque a dos pulgadas de
distancia.
Harta
de pasar hambre salió unas noches antes a uno de los bares donde van turistas,
“pa’verlo que aparece” y se le apareció un tipo que la engalanó, la sedujo y le
ofreció lo que Ramón no podía darle: una buena cena, una cama cómoda y
sexo impredecible, sorprendente, cautivante y prohibido. Y dos mil pesos
en la cartera. Descubrir tantas cosas en una sola noche era más de lo que
podía soportar su pobre corazón de 17 años y desde ese momento descubrió que
tenía vocación para sentir placer, dar placer y ganarse la vida
haciéndolo. A partir de ahí no había camino de regreso, el sendero oculto
de la vida se le hizo claro, pernicioso y ganancioso.
La
vida es amplia, compleja y, hasta cierto punto, infinita. Sus secretos se
convierten en descubrimientos estrafalarios, sus guaridas son impredecibles,
sus cuevas y escondrijos pueden ser indescriptibles y hasta nefastos.
Como en muchas otras instancias de la vida, a veces es mejor vivir en
ignorancia que delatar los secretos que pueden hacernos felices. Luisa y Ramón
Antonio descubrieron vidas diferentes, una llena de desesperanza y la otra,
llena de placeres y sorpresas.
Vivimos
vicariamente las experiencias de trabajadores sexuales que vemos a nuestro
alrededor. Nos preguntamos cómo es porque ya entendemos el por qué.
Yo admiro profundamente a los y las personas que se buscan la vida ofreciendo
placer a cambio de dinero. No me atrevo a levantar un solo dedo de
condena ni de acusación, porque con qué virtudes propias puedo criticar la
realidad más evidente de todas: hay que vivir y hay que ayudar a vivir a
los que amamos. Si tu arte es ser plomero, vive de tu plomería; si es ser
carpintero, vive de tu carpintería; pero si es tu arte es seducir y conquistar,
ofertando placeres de otra forma inalcanzables para algunos, regalando
fantasías, sueños bacanales y mentiras piadosas, entonces vive de tu arte.
Yo
sé, muy dentro de mi, que si estuviera en iguales circunstancias probablemente
estaría haciendo lo mismo para vivir, para que mis hijos vivan, para mantener a
mi madre, para ayudar a mi familia. O, simplemente, porque me da placer,
independencia y control. No señores, se merecen respeto, aunque en el
fondo sintamos la inevitable sospecha de lo prohibido, del sendero oculto que
avistamos como autodestructible.
Me
gustaría encontrarme con Luisa, dejarme seducir por sus ojos claros, por su
sonrisa coqueta, por sus besos plenos de placer. Quisiera me abrazara en sus
cabellos, me apretara con sus manos y me hiciera disfrutar lo
prohibido. ¿No es eso lo que buscan todos? Siento pena por
Ramón Antonio, por ese pobre diablo que no puede hacer nada para cambiar su
destino. Es muy tarde para él cuando apenas amanece para Luisa.
Así
es la vida, nos trae sorpresas en cada esquina. Si ven a Luisa por ahí, por
favor díganle que quiero conocerla, que si desea platicar con un viejo calvo,
rechoncho y aburrido que yo soy un buen candidato, que deseo me ayude a
descubrir el sendero oculto que sólo ella me podrá develar.