Soliloquios—1
Por José R. Bourget Tactuk
Si pudiera ser sincero
contigo te diría que no estoy segura.
La certeza es la
cualidad de los aburridos, por eso prefiero nunca acomodarme con nada porque de
esa forma la vida se me va llenita de sensaciones, todas cambiantes, coloridas
y pasajeras. Cada hora es un nuevo
comienzo y cada día es un paquetón de sorpresas.
Ah, caray, perdona que
no te he dicho mi nombre, me llaman Rosalinda, pero prefiero Rosy por el simple
hecho de que cuando me dicen “Rosy” se tiene que arrastrar la “s” como diciendo
Rosssssssssy y eso me llega!!
Si no te has dado
cuenta soy muy impulsiva pero la mejor de mis cualidades no tiene nada que ver
con mi temperamento sino con mi sonrisa.
La gente que me acaba de conocer, o la que ya me conoce, o la que me ve
por la calle, siempre, quiero decir siempre y siempre, me mira dos veces,
primero para ver mi sonrisa y segundo para ver mi sonrisa. Tengo la carita más dulce del mundo y todo el
mundo quiere verla dos, tres, cuatro y hasta doscientas veces.
Es una gran
bendición. Es también una gran
maldición, porque hay tanta gente que no entiende que la mayoría de las veces
es sólo eso, una sonrisa y nada más.
Pero, te confieso, aprovecho cada instante de poder que me da mi sonrisa
para meterme en el bolsillo a cualquier persona que quiera. Cuando sonrío se me levantan las cejas y se me
alargan los ojos y cuando eso ocurre no hay nadie que no me quiera para
sí. Por eso tengo y posee a quien quiera
y no me hace falta nada porque me lo dan todo.
Mi sonrisa me permite
mantenerme flotando en el espacio sideral, moviéndome de persona en persona
como una pajita flotando en el río que ni se sale ni se hunde. Tengo una destreza magistral para no meterme
muy profundo, sólo a flor de piel, sin dolores ni consecuencias, pero
disfrutándolo todo.
¿Cómo sería si todo el
mundo fuera así como yo? A veces me
pregunto qué hacen las otras chicas, las que no levantan ni el polvo del
callejón, las que no provocan ni un ladrido del perro del vecino, las que no
reciben ni siquiera la mirada inicial y mucho menos la pintura final. ¡Ay!
Yo no sé qué haría en esa situación, pero no me gusta pensar en esas
cosas, lo importante es seguir disfrutando de los beneficios de mi sonrisa.
No me malentiendas,
tengo mis momentos en que prefiero cerrar los ojos y olvidarme de que estoy
aquí. Son esos momentos cuando me
pregunto si hay algo más, si puedo conseguir mucho más, si es posible sentir
más, hasta dar más. Pero mi sonrisa me
ha permitido conocer a tantos que ya he dejado de creer que es posible que haya
más porque, después de todo, los que más me miran son los que ya están con
otras. Entonces, si hubiera algo más,
¿cómo es que ellos están tan listos para dejar lo otro para venir a saborearme
a mi y a mi sonrisita?
¡Ay!, no sé, mejor no
pienso en esas cosas. Después de todo
aún soy joven y tengo toda una vida por delante. No quiero ser como mi madre querida del alma,
toda cansada, pesarosa y aguantá donde está porque no hay nada más. Me pregunto que si ella hubiera tenido mi
sonrisa dónde estaría ahora porque, te digo la verdad, siento mucha pena por
mamá, ni siquiera en sus cuarenta y ya está enchonclá y sin esperanza de salir
de ahí.
Mejor me voy a pasear
un chin, cuando me monto en mi pasola parezco una reina y mis contactos en
WhatsApp tienen cuchocientas fotos de mis sonrisas en todas las poses habidas y
por haber. Pasola, teléfono, poder y mi
sonrisa. Mi sonrisa eterna, mi sonrisa irresistible,
mi yo.
“Rosssssy…!!!!!”