Soliloquios—15
Por José R. Bourget
Tactuk
Cada casa tiene un armario cargado de cosas.
Encima del armario hay cajas, paquetes, polvo y cosas pendientes. En el
estante dentro del armario hay más cajas, sábanas, toallas, unos chelitos
escondidos y algunos recuerdos especiales que nos causan alegría y quizás algún
que otro pesar. Colgados del palo central tenemos vestidos, pantalones,
camisas, trajes y las cosas que algún día quizás nos vuelvan a servir.
En el estante de
abajo hay zapatos, carteras, bultos que guardan quién sabe qué y allí detrás,
en la esquinita derecha, hay una latita de metal con unos papelitos secretos y
hasta con unos cuantos pesos para cuando se apriete la cosa.
El armario está
colocado en un esquina de la habitación, tiene años que no lo movemos, por lo
que no sabemos las telarañas que pueda tener colgado en la parte de
atrás. Como todas las cosas que no movemos a diario lleva dentro de sí,
por arriba y en los lados, el peso de cosas visibles y cosas ocultas.
Cuando hay algo que no queremos ver lo tiramos dentro del closet, cuando hay
algo que tenemos que resolver lo ponemos encima del closet, para que no se nos
olvide.
Algunos armarios
están trancados con llave. Los armarios con llave se usan para guardar
dinero o porque tienen cosas adentro que no queremos que nadie vea. La
mayoría de nuestras casas son democráticas, entrán gente invitadas y también
las “presentá,” las que llegan sin avisar y las que están dispuestas a
todo. A veces hay una autopista sin límite de velocidad entre la puerta
de entrada a la casa y nuestra habitación y como siempre hay cositas que
preferimos que ni mami, ni mi hermana, ni mis vecinas sepan le ponemos candado
al armario y así nos sentimos más tranquilas.
Todos nos
acordamos de ese momento de nuestra niñez cuando abrimos el armario de nuestras
madres y descubrimos “tesoros” inesperados. Mi tía Rosalia había estado
casada con Luis Alejandro por 18 años y su hijita María Leticia de 4 años abrió
la puerta del armario y después de tirar un montón de ropas al piso descubrió
la foto de Roberto Pérez, su amor de secundaria, el de toda su vida, el que la
hizo mujer y el que le amargó la vida hasta ese día.
María Leticia
miró la cara de su mamá cuando ésta entró al aposento y escandalizada vió lo
que había sucedido. En ese momento con su carita de angelita inocente la
niña le preguntó a su mami “¿e’te mi papi, mami?” Hasta el día de hoy
María Leticia recuerda el jalón que le dió su madre, también se acuerda porque
de ese jalón María Leticia chocó con el espaldar de la cama y se hizo una
cortada en la ceja derecha. El sangrero fue otro recuerdo de su niñez y
la cicatriz la tiene María Leticia hasta el día de hoy, cuando ya está casada y
tiene su propio armario.
Me pregunto si
María Leticia tiene alguna foto escondida en ese armario, la foto de nosotros dos besándonos bajo el cocotero aquel, una foto que su niña
de 3 años, Rosaly Altagracia, encontrará algún día.