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miércoles, 6 de mayo de 2020

El Armario de María Leticia


Soliloquios—15
Por José R. Bourget Tactuk



Cada casa tiene un armario cargado de cosas.  Encima del armario hay cajas, paquetes, polvo y cosas pendientes.  En el estante dentro del armario hay más cajas, sábanas, toallas, unos chelitos escondidos y algunos recuerdos especiales que nos causan alegría y quizás algún que otro pesar.  Colgados del palo central tenemos vestidos, pantalones, camisas, trajes y las cosas que algún día quizás nos vuelvan a servir.

       En el estante de abajo hay zapatos, carteras, bultos que guardan quién sabe qué y allí detrás, en la esquinita derecha, hay una latita de metal con unos papelitos secretos y hasta con unos cuantos pesos para cuando se apriete la cosa.

       El armario está colocado en un esquina de la habitación, tiene años que no lo movemos, por lo que no sabemos las telarañas que pueda tener colgado en la parte de atrás.  Como todas las cosas que no movemos a diario lleva dentro de sí, por arriba y en los lados, el peso de cosas visibles y cosas ocultas.  Cuando hay algo que no queremos ver lo tiramos dentro del closet, cuando hay algo que tenemos que resolver lo ponemos encima del closet, para que no se nos olvide.

       Algunos armarios están trancados con llave.  Los armarios con llave se usan para guardar dinero o porque tienen cosas adentro que no queremos que nadie vea.  La mayoría de nuestras casas son democráticas, entrán gente invitadas y también las “presentá,” las que llegan sin avisar y las que están dispuestas a todo.  A veces hay una autopista sin límite de velocidad entre la puerta de entrada a la casa y nuestra habitación y como siempre hay cositas que preferimos que ni mami, ni mi hermana, ni mis vecinas sepan le ponemos candado al armario y así nos sentimos más tranquilas.

       Todos nos acordamos de ese momento de nuestra niñez cuando abrimos el armario de nuestras madres y descubrimos “tesoros” inesperados.  Mi tía Rosalia había estado casada con Luis Alejandro por 18 años y su hijita María Leticia de 4 años abrió la puerta del armario y después de tirar un montón de ropas al piso descubrió la foto de Roberto Pérez, su amor de secundaria, el de toda su vida, el que la hizo mujer y el que le amargó la vida hasta ese día. 

       María Leticia miró la cara de su mamá cuando ésta entró al aposento y escandalizada vió lo que había sucedido.  En ese momento con su carita de angelita inocente la niña le preguntó a su mami “¿e’te mi papi, mami?”  Hasta el día de hoy María Leticia recuerda el jalón que le dió su madre, también se acuerda porque de ese jalón María Leticia chocó con el espaldar de la cama y se hizo una cortada en la ceja derecha.  El sangrero fue otro recuerdo de su niñez y la cicatriz la tiene María Leticia hasta el día de hoy, cuando ya está casada y tiene su propio armario. 

       Me pregunto si María Leticia tiene alguna foto escondida en ese armario, la foto de nosotros dos besándonos bajo el cocotero aquel, una foto que su niña de 3 años, Rosaly Altagracia, encontrará algún día.

lunes, 26 de marzo de 2018

Haciendo Memorias--1 (de tres)




Una comunidad está hecha de memorias.

Cuando niños hicimos memorias corriendo, jugando, visitando, conociendo gente, haciendo cosas nuevas y creando espacio en lugares especiales.  Esos lugares fueron los árboles, los callejones, las calles, las casas, donde jugamos pelota y donde compartíamos con nuestros amiguitos.  Una vez adultos hacemos memorias visitando amigos, compartiendo un juego de dóminos en alguna esquina, recortando el pelo con nuestro barbero favorito y metiéndonos en todos los embullos que constituyen el diario afán.

A veces los adultos nos mudamos a nuevos pueblos, pero las memorias quedan.  El antaño es un saco que llevamos a rastras hasta morir.  Las memorias se transforman en senderos mentales que forman un mapa emotivo, ligando la mente con la mano y con el corazón.
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Yo me acuerdo del samán donde jugaba al “topao” con mis amigos, del “gajo” donde jugaba a los vaqueros e indios con mis vecinos, el plei de pelota, el pozo donde nos bañábamos, el salto de agua, la piscina, el monte de aserrín donde saltaba (y donde se perdieron mis gafas) y hasta de la carbonera en el patio del hotel familiar donde una gallina ponía un huevo cada día, un huevo que a veces lo llevaba a la cocina para comérmelo yo solito porque era un regalito de la gallina para mi.  Uno de mis lugares favoritos era un cuarto oscuro y polvoroso donde mi tío guardaba todo tipo de herramientas, tornillos, pedazos de motores, esprines y un millón de artefactos más, todos desconocidos, sucios, grasosos, brillantes, pesados, metálicos y repletos de mensajes secretos.

Los recuerdos que construimos en nuestro pueblo, en nuestros barrios, en nuestras casas y en nuestras escuelas forman un baúl mental ancho, largo y profundo.  Ese baúl flota sobre la atmósfera intranquila del pueblo, haciendo lazos y encuentros con los baúles de todas las demás personas.  Es como un cielo repleto de tesoros gigantescos de todas formas, colores y diseños, jugando, tocándose, explotando y desparramándose por todo el ambiente hasta crear una sombrilla de palabras, sueños, emociones, abrazos, peleas, gritos, besos y hasta de fuertes abrazos.  Esa multitud de baúles es una masa espesa pero ligera, amorfa pero concreta, silente pero consciente y es lo que nos convierte en una comunidad.  Nuestras memorias nos hacen lo que somos como pueblo.


Un turista que llega a nuestro medio busca crear memorias.  Los turistas son piratas caza-tesoros, metiendo sus manos en nuestros baúles para encontrar los tesoros que ya damos por sentado, pero que para ellos son joyas valiosísimas.  Por eso es que los turistas buscan tesoros en las esquinas, en las pequeñas tiendas, bailando bachata, tomando una cerveza con la arena entre los dedos, comiendo un pollo guisado con tostones y, a veces, echándole el ojo a esa mulatona despampanante, la de curvas increíbles, de muslos inmensos, de senos repletos de promesas y de ojos que se fijan en la memoria como chicle en la silla.  Hablo como hombre, me imagino que las mujeres anidan similares ilusiones, miradas, ensueños y complicaciones.

¿Cómo se pueden obviar tantas fuerzas y emociones?  Para eso vienen, pare vivir nuevas emociones, para recordarlas, tomarles fotos y repetirlas a todos los que quieran escucharlas.  Con sólo cerrar sus ojos hacen un inventario de complicidades entre sus sueños y realidades, aumentando los colores y las sensaciones, apagando los desencantos y las frustraciones porque, al fin y al cabo, para qué hacer turismo si no es para inventarnos mil verdades y esconderlas en buhardillas acortinadas con mentiras piadosas.  No hay beso más dulce que el robado a las ilusiones, no hay mayor lucidez que la cómplice fantasía del momento fugaz que nos hierve la sangre.

Pero, ¿y qué si las memorias se hacen amargas, duras, traumáticas, feas y hediondas?  Entonces nuestra comunidad se convierte en pesadilla, en la historia convertida en trauma, en duras realidades, las que se dicen y redicen con dolor, con muecas, con estallidos de lágrimas, de pesar y de frustración.

Por eso es que debemos ver a nuestro pueblo como una comunidad magnética, por un lado una corriente positiva que energiza, potencia, construye, fomenta, amplIa, empodera, crece y crea esperanzas, sueños y posibilidades.  Por otro lado está la corriente negativa, destructiva, trágica, la que carcome por dentro, convirtiendo a niños y niñas en objetos, haciendo de nuestras calles vertederos, de nuestros callejones pozos de insalubridades y que desguaza la esperanza que todos poseemos por dentro.
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Las memorias las hacemos nosotros por nuestras propias acciones y por las acciones que permitimos que otros hagan, o deshagan, o no hagan.  Las memorias son poderosas y sin ellas no podemos vivir.  Si quieres descubrirlo intenta olvidarte de todo, a ver si puedes.  Y así como no podemos borrar nuestras memorias tampoco se borran las memorias de un pueblo.

Una comunidad está hecha de memorias y el infierno está hecho de pesadillas.

lunes, 6 de junio de 2011

Armario


Cada casa tiene un armario cargado de cosas.  Encima del armario hay cajas, paquetes, polvo y cosas pendientes.  En el estante dentro del armario hay más cajas, sábanas, toallas, unos chelitos escondidos y algunos recuerdos especiales que nos causan alegría y quizás algún que otro pesar.  Colgados del palo central tenemos vestidos, pantalones, camisas, trajes y las cosas que algún día quizás nos vuelvan a servir.
       En el estante de abajo hay zapatos, carteras, bultos que guardan quién sabe qué y allí detrás, en la esquinita derecha, hay una latita de metal con unos papelitos secretos y hasta con unos cuantos pesos para cuando se apriete la cosa.
       El armario está colocado en un esquina de la habitación, tiene años que no lo movemos, por lo que no sabemos las telarañas que pueda tener colgado en la parte de atrás.  Como todas las cosas que no movemos a diario lleva dentro de sí, por arriba y en los lados, el peso de cosas visibles y cosas ocultas.  Cuando hay algo que no queremos ver lo tiramos dentro del closet, cuando hay algo que tenemos que resolver lo ponemos encima del closet, para que no se nos olvide.
       Algunos armarios están trancados con llave.  Los armarios con llave se usan para guardar dinero o porque tienen cosas adentro que no queremos que nadie vea.  La mayoría de nuestras casas son democráticas, entrán gente invitadas y también las “presentá,” las que llegan sin avisar y las que están dispuestas a todo.  A veces hay una autopista sin límite de velocidad entre la puerta de entrada a la casa y nuestra habitación y como siempre hay cositas que preferimos que ni mami, ni mi hermana, ni mis vecinas sepan le ponemos candado al armario y así nos sentimos más tranquilas.
       Todos nos acordamos de ese momento de nuestra niñez cuando abrimos el armario de nuestras madres y descubrimos “tesoros” inesperados.  Mi tía Rosalia había estado casada con Luis Alejandro por 18 años y su hijita María Leticia de 4 años abrió la puerta del armario y después de tirar un montón de ropas al piso descubrió la foto de Roberto Pérez, su amor de secundaria, el de toda su vida, el que la hizo mujer y el que le amargó la vida hasta ese día. 
       María Leticia miró la cara de su mamá cuando ésta entró al aposento y escandalizada vió lo que había sucedido.  En ese momento con su carita de angelita inocente la niña le preguntó a su mami “¿e’te mi papi, mami?”  Hasta el día de hoy María Leticia recuerda el jalón que le dió su madre, también se acuerda porque de ese jalón María Leticia chocó con el espaldar de la cama y se hizo una cortada en la ceja derecha.  El sangrero fue otro recuerdo de su niñez y la cicatriz la tiene María Leticia hasta el día de hoy, cuando ya está casada y tiene su propio armario. 
       Me preguntó si María Leticia tiene alguna foto escondida en ese armario, una foto que su niña de 3 años, Rosaly Altagracia, encontrará algún día.

Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...