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domingo, 15 de julio de 2012

El Sendero Oculto


El joven Ramón Antonio me confiesa que está cansado, hastiado, desencantado de la vida.  Para una persona de apenas 22 años es mucho para decir, habiendo sucumbido ante la desesperanza y la obsesión por el bien vivir, inalcanzable para él. Su compañera se le fue, me dijo que ella le dijo hace dos noches que aunque es buen muchacho y de buen corazón “no sirve pa’na”, no consigue trabajo, no puede hacer nada, no tiene cuartos y no puede ofrecerle nada.

Ramón Antonio me confiesa que su compañera es muy bonita, “muy sersy”, con ojos claros que alumbran un rostro de nariz aguileña, labios llenos y mejillas levantadas.  Cuando vi su foto comprendí lo que decía, Luisa se veía de lado, sonrisa a flor de piel, juguetona en sus ojos y con esa aura de entrega que puede volver loco a cualquier amante que se le acerque a dos pulgadas de distancia. 

Harta de pasar hambre salió unas noches antes a uno de los bares donde van turistas, “pa’verlo que aparece” y se le apareció un tipo que la engalanó, la sedujo y le ofreció lo que Ramón no podía darle:  una buena cena, una cama cómoda y sexo impredecible, sorprendente, cautivante y prohibido.  Y dos mil pesos en la cartera.  Descubrir tantas cosas en una sola noche era más de lo que podía soportar su pobre corazón de 17 años y desde ese momento descubrió que tenía vocación para sentir placer, dar placer y ganarse la vida haciéndolo.  A partir de ahí no había camino de regreso, el sendero oculto de la vida se le hizo claro, pernicioso y ganancioso. 

La  vida es amplia, compleja y, hasta cierto punto, infinita.  Sus secretos se convierten en descubrimientos estrafalarios, sus guaridas son impredecibles, sus cuevas y escondrijos pueden ser indescriptibles y hasta nefastos.  Como en muchas otras instancias de la vida, a veces es mejor vivir en ignorancia que delatar los secretos que pueden hacernos felices. Luisa y Ramón Antonio descubrieron vidas diferentes, una llena de desesperanza y la otra, llena de placeres y sorpresas.

Vivimos vicariamente las experiencias de trabajadores sexuales que vemos a nuestro alrededor.  Nos preguntamos cómo es porque ya entendemos el por qué.  Yo admiro profundamente a los y las personas que se buscan la vida ofreciendo placer a cambio de dinero.  No me atrevo a levantar un solo dedo de condena ni de acusación, porque con qué virtudes propias puedo criticar la realidad más evidente de todas:  hay que vivir y hay que ayudar a vivir a los que amamos.  Si tu arte es ser plomero, vive de tu plomería; si es ser carpintero, vive de tu carpintería; pero si es tu arte es seducir y conquistar, ofertando placeres de otra forma inalcanzables para algunos, regalando fantasías, sueños bacanales y mentiras piadosas, entonces vive de tu arte.

Yo sé, muy dentro de mi, que si estuviera en iguales circunstancias probablemente estaría haciendo lo mismo para vivir, para que mis hijos vivan, para mantener a mi madre, para ayudar a mi familia.  O, simplemente, porque me da placer, independencia y control.  No señores, se merecen respeto, aunque en el fondo sintamos la inevitable sospecha de lo prohibido, del sendero oculto que avistamos como autodestructible.

Me gustaría encontrarme con Luisa, dejarme seducir por sus ojos claros, por su sonrisa coqueta, por sus besos plenos de placer. Quisiera me abrazara en sus cabellos, me apretara con sus manos y me hiciera disfrutar lo prohibido.   ¿No es eso lo que buscan todos?  Siento pena por Ramón Antonio, por ese pobre diablo que no puede hacer nada para cambiar su destino.  Es muy tarde para él cuando apenas amanece para Luisa.

Así es la vida, nos trae sorpresas en cada esquina. Si ven a Luisa por ahí, por favor díganle que quiero conocerla, que si desea platicar con un viejo calvo, rechoncho y aburrido que yo soy un buen candidato, que deseo me ayude a descubrir el sendero oculto que sólo ella me podrá develar.

lunes, 6 de junio de 2011

Armario


Cada casa tiene un armario cargado de cosas.  Encima del armario hay cajas, paquetes, polvo y cosas pendientes.  En el estante dentro del armario hay más cajas, sábanas, toallas, unos chelitos escondidos y algunos recuerdos especiales que nos causan alegría y quizás algún que otro pesar.  Colgados del palo central tenemos vestidos, pantalones, camisas, trajes y las cosas que algún día quizás nos vuelvan a servir.
       En el estante de abajo hay zapatos, carteras, bultos que guardan quién sabe qué y allí detrás, en la esquinita derecha, hay una latita de metal con unos papelitos secretos y hasta con unos cuantos pesos para cuando se apriete la cosa.
       El armario está colocado en un esquina de la habitación, tiene años que no lo movemos, por lo que no sabemos las telarañas que pueda tener colgado en la parte de atrás.  Como todas las cosas que no movemos a diario lleva dentro de sí, por arriba y en los lados, el peso de cosas visibles y cosas ocultas.  Cuando hay algo que no queremos ver lo tiramos dentro del closet, cuando hay algo que tenemos que resolver lo ponemos encima del closet, para que no se nos olvide.
       Algunos armarios están trancados con llave.  Los armarios con llave se usan para guardar dinero o porque tienen cosas adentro que no queremos que nadie vea.  La mayoría de nuestras casas son democráticas, entrán gente invitadas y también las “presentá,” las que llegan sin avisar y las que están dispuestas a todo.  A veces hay una autopista sin límite de velocidad entre la puerta de entrada a la casa y nuestra habitación y como siempre hay cositas que preferimos que ni mami, ni mi hermana, ni mis vecinas sepan le ponemos candado al armario y así nos sentimos más tranquilas.
       Todos nos acordamos de ese momento de nuestra niñez cuando abrimos el armario de nuestras madres y descubrimos “tesoros” inesperados.  Mi tía Rosalia había estado casada con Luis Alejandro por 18 años y su hijita María Leticia de 4 años abrió la puerta del armario y después de tirar un montón de ropas al piso descubrió la foto de Roberto Pérez, su amor de secundaria, el de toda su vida, el que la hizo mujer y el que le amargó la vida hasta ese día. 
       María Leticia miró la cara de su mamá cuando ésta entró al aposento y escandalizada vió lo que había sucedido.  En ese momento con su carita de angelita inocente la niña le preguntó a su mami “¿e’te mi papi, mami?”  Hasta el día de hoy María Leticia recuerda el jalón que le dió su madre, también se acuerda porque de ese jalón María Leticia chocó con el espaldar de la cama y se hizo una cortada en la ceja derecha.  El sangrero fue otro recuerdo de su niñez y la cicatriz la tiene María Leticia hasta el día de hoy, cuando ya está casada y tiene su propio armario. 
       Me preguntó si María Leticia tiene alguna foto escondida en ese armario, una foto que su niña de 3 años, Rosaly Altagracia, encontrará algún día.

Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...