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martes, 23 de mayo de 2023

Nanas de la Cebolla


"La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre."
Miguel Hernández | Nanas de la cebolla

viernes, 18 de diciembre de 2020

Quinteto Terrenero: Historias de Amor y Desamor

 


El amor nos encuentra en todos los espacios y en todos los tiempos.  Todos tenemos una historia que contar y éstas nos enseñan realidades que nos hacen más dolidos, más frágiles, pero más humanos.

En “Tu Bella”, Marcos recibe una carta como ninguna otra, una misiva que le abre un universo desconocido e inesperado, las interioridades de una chica como tantas otras, prisioneras de una existencia irreemplazable, injusta pero angustiosamente real.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/tu-bella.html?m=1.

Luis tuvo una experiencia única y se la cuenta a su major amigo, Franco, sentados ante la playa al atardecer.  ¿Fue amor o no?  Esa es la pregunta y al compartir sus diálogos interiores aprenden cosas que quizás no sabían de sí mismos ni del amor.  O quizás aún no saben nada verdadero de la tal Elena, la que nunca le pudo dar a Luis lo que quería.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/12/palabras-nunca-dichas.html.

Rossy tiene una sonrisa envidiable y una actitud ante la vida que Dios se la bendiga.  Desde joven descubre los beneficios de sus gracias físicas envidiables y decide hacerse el favor a sí misma de disfrutarlo al máximo.  En ella descubrimos las preguntas que nos hacemos cada vez que nos encontramos con una Rossy.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/rosssy.html?m=1.

Chana por fin descubre su belleza, la que por tanto tiempo yacía oculta en insultos y desmanes.  Ya nadie la puede engañar, sabe quién es y descubre la naturaleza del verdadero amor, el amor propio.  Es algo de lo que todos nosotros podemos aprender.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/renacer.html?m=1.

No fue amor, sino conveniencia, pero Yaribel se enfrenta ahora con la decisión más grande de su vida y no hay recuerdos de placer loco que la ayuden a ocultar la triste realidad que es ahora la decisión que debe tomar.  Léelo en https://terrenero.blogspot.com/2020/05/yaribel.html?m=1.


Palabras Nunca Dichas

 



“Yo sé que nunca fue amor”, me dijo Luis con esa profunda y dolorosa convicción que sólo el mucho pensar provoca.  Sus ojos se veían claros, una sonrisa a medio acabar se cruzaba entre labios y ojos, pero no era una sonrisa de felicidad sino una sonrisa de conformidad, de paciencia y, quién sabe, hasta de rencor.  Obviamente había pensado mucho y ampliamente sobre lo que me compartía mientras nos tomábamos una fría en la playa.

“Pero pasaste mucho tiempo con ella según entiendo”, le dije yo, no tan seguro de si debía ahondar en sus sentimientos a flor de piel.  “¿Cómo es que ahora piensas que no te quería?”, le pregunté sin saber a penas por donde encauzar una conversación que ya me daba mucho pesar.  No sé si lo que veía en los ojos de Luis era dolor, pero ciertamente no era felicidad.  Me incomodaba verlo con esa vista larga plasmada sobre el mar y de cara a la leve explosión  de las olas sobre la arena.

Los hombres generalmente no confesamos nuestros sentimientos, ni de satisfacción ni de pesar, escondemos muy bien nuestras inseguridades y torpezas.  Es mejor así porque hemos sido criados para aguantar todo, sufrirlo todo, burlarlo todo y dejar ver que nada nos impacta ni nos afecta.  Los hombres llevamos sobre nuestros ojos la maldición del engaño propio, a diario nos decimos que nada nos afecta, aunque nos destroce a pedazos.  Y cuando se trata de amor, el peso del engaño propio es mucho mayor.

Luis pausó para mirarme y luego descansó su vista sobre sus manos, colocadas abiertas sobre la mesa como un perrito coloca las patas esperando que su dueño le dé una caricia.

“¿Sabes cómo lo sé?”, me pregunta ávidamente.  Y entonces me relata lo que sin duda alguna fue el resultado de una exploración interna profunda, como si estuviera escarbando la tierra y evitando cortar en dos a los gusanitos.  Su relato es digno de un libro de texto de un sicólogo:

 

“Después de varias veces de estar con ella me di cuenta de sopetón que faltaba algo.  Ese algo lo seguí sintiendo en otras ocasiones en que estuvimos juntos.  Tú sabes, Franco, he tenido muchas experiencias con mujeres, con novias, con amantes, con encuentros pasajeros.  Hasta de mi ex-esposa podía decir lo mismo.  Cada una de ellas y casi sin excepción me decían, me susurraban, me suspiraban, me secreteaban, me confesaban, me compartían, me regalaban en gestos y palabras lo que ellas sentían estando conmigo.  Pero no cualquier palabra, sino algo muy personal, muy íntimo.  Sus confesiones reflejaban el toque íntimo no sólo del placer sino del encuentro.  A veces era algo sobre mi piel, cómo les encantaba mi color, mi tono, mi mezcla.  Me decía que les encantaba mi cuello, las curvas entre hombro y cabello, no se cansaban de besarlas.  Otras veces hablaban de mis ojos, que se perdían totalmente al mirarlos.  Que se engranojaban al disfrutar del encaje novedoso de mis cejas, de mis largas pestañas, de mis ojos.  Otras no cesaban de tocar mi nariz de arriba abajo, algunas acariciaban mis labios, corriendo sus dedos de izquierda a derecha hasta hacerme reir por las cosquillas que provocaban.  Otras levantaban mis brazos para oler mis axilas, para hacer correr sus dedos desde mis muñecas hasta mi cintura.  Otras enredaban sus dedos en el pelo de mi pecho.  Y otras no podían aguantar tomar mis orejas en sus labios o lamer mis ojos con su lengua húmeda y apasionada.  Siempre me preguntaba sobre lo que sentían, siempre me sentía profundamente agradecido—aunque de manera inconsciente—por la valoración de sus palabras, de su labios, de sus manos, de sus miradas y, más que nada, por ese repetido suspiro que uno escucha cuando sabe que la amante ha descubierto la fuente de su satisfacción y de su placer.”

Bueno, yo no sabía si ese relato se trataba de un cuento erótico o de una fantasía de las mil y una noches.  Pero yo, absorto escuchando el relato, también me daba cuenta de que Luis posaba sus ojos sobre esa distancia eterna entre un recuerdo y otro y que muy dentro de sí había entendido lo que no estuvo presente en esa relación con Elena.


“Nunca me dijo nada de ese tipo de cosas, Franco, nunca.  Esas palabras nunca las dijo.  En sus ojos nunca vi esa comunión de su corazón con mi cuerpo. Parecía como si yo era simplemente el objeto de un momento, o quizás el interés de algo que podía darle, pero nunca sentí que ella estaba realmente allí o que me sentía a mi.  Era como estar del otro lado de un vidrio, mirando pero sin poder tocar la carne viva.  A veces me sentí usado, no sólo en mi cuerpo sino también en mi espíritu.  Mi entrega no era apreciada, mis detalles no eran vistos, vivía en otro mundo.  Esa conexión entre su corazón y el mío no existió nunca de su parte.  De parte de ella nunca hubo aprecio por mis ojos, mis labios, mis orejas, mi pecho, mi carne, mi color, mis atenciones, mis delicadezas, mis sutilidades.  Cumplíamos con la mecánica del amor de muchas formas, pero nunca sentí que lo que había vuelto locas a las demás era parte de lo que ella también sentía.  Por eso, al poco tiempo, me di cuenta de que no, de que realmente yo no era gran cosa para ella, de que era sólo un pasar de tiempo, un capricho quizás, algo diferente en su rutina de muchos otros cuerpos y de muchas otras emociones, pero nada más.”

“Luis”, le dije, “yo sé que lo has pensado mucho, pero te confieso que siento envidia por todo lo que me dices, por lo que me compartes, me parece verte en ese espacio secreto y oculto a los demás, a los momentos compartidos con Elena.  No sé si entiendo todo lo que me dices.  Compartieron mucho, Luis y estoy seguro que Elena también sentía muchas cosas contigo, de otra forma cómo podía hacerlo, Luis, por Dios”.  La verdad que no sé por qué sentía como que defendía a Elena, quizás no creía posible que mi apuesto amigo se sintiera así, quizás realmente no comprendía porque en mis adentros sabía que a mi ninguna mujer me había hablado ni expresado lo que habían dicho y hecho con Luis.

“Lo que más me satisface es que sé que todo lo que dí y compartí fue de muy adentro.  Y lo que más me disgusta es la debilidad de haber deseado un imposible.  Elena me enseñó mucho, Franco y lo más poderoso que aprendí es que no se puede dar lo que no se tiene.  Ella no sintió amor por mi, Franco, simplemente no lo tenía o no lo sabía, o no lo quería dar, o sus necesidades y hábitos eran tan fuertes que no había espacio para más.”

Ahora me parecía a mi que Luis la excusaba, o quizás la perdonaba.  Pero más que nada Luis me hizo pensar en los desaciertos del amor robado, del amor imaginado, del amor incierto, del amor equivocado, del amor a medias.  “Me atreví a dejarme enamorar”, me confiesa Luis y ahora me doy cuenta que parte de lo que Luis sentía era por la agonía intensa de haberse abandonado a un amor que no pudo controlar, que no le pertenecía y que no fue recibido como él lo deseaba.  Su amor se convirtió en un permanente desamor, como una cascada que en lugar de caer al plácido río simplemente se pierde en el aire para nunca verse, ni sentirse.

“Luis”, le dije, “es tiempo de dejar pasar las cosas, ¿no te parece?”

“Sí lo es”, me contestó, “pero me queda el sentimiento de que ese amor que sentí nunca perecerá, que seguirá conmigo en el lugar que le pertenece, con la intensidad que descubra en cada recuerdo y con el dolor de cada desencanto y de cada traición”. 

Luis y yo nos quedamos absortos por un momento.  No sé lo que pensaba él, pero yo me preguntaba cómo sería amar así, cómo sería sentirse así desengañado, cómo es que la gente se mete en situaciones tales.  Porque en lo que a mi respecta, ya no creo en nadie, me he dado tantas veces y me he abierto tantas veces al dolor que ya no me puedo abrir al amor.  No señor, para nada, para nunca y para siempre.  Sentía envidia por todos los goces y valoraciones que recibió Luis, pero hoy yo estaba ganando.  Yo, el duro, el de corazón de concreto, al que nadie ni nada lo altera, yo me siento limpio, indoloro, incoloro, insaboro porque a mi corazón no le entra ni una uva, ni una manzana, ni un melao, ni un ruiseñor.  No señor, mi corazón está duro como una piedra y Luis me acaba de enseñar que es mejor así.


miércoles, 6 de mayo de 2020

El amor me encuentra

Soliloquios 2
Por José R. Bourget Tactuk



Nadie sabe cuándo lo encuentra a uno el amor. 

Es fácil para un bebé, es instantáneo, automático, incuestionable, irrefutable e inevitable porque desde el vientre hasta los brazos, la madre lo es todo y “amor” es sólo otro nombre para “madre”. 

Para un niño el amor no existe, sólo la necesidad de comer, dormir, jugar y recibir todo lo que quiere o desea.  Viven su vida esperando lo que le van a dar, o esperando que le den, o deseando que le den.  Entre jugar y joder la paciencia se van los 6, 7, 8, 9, 10, 11 y 12 años.

Un adolescente comienza a ver el amor desde dentro hacia afuera, sus hormonas impulsando reflejos desconocidos, inaguantables e irremediablemente inseguros.  El amor se siente hacia cualquiera que toca esos sentimientos y cuando se mezclan la carne con el espíritu entonces cualquiera es bueno o buena para el momento.  El adolescente siente amor por todo lo que se mueve, lo que se siente, lo que se mira, lo que se aprieta, lo que se besa y, bueno, lo que se adentra.

Por otro lado, hay muchos adolescentes que se cansan de que los jodan tanto en la casa, se desesperan y entonces se juntan para reproducir sus inquietudes e infelicidades en la carne de los carajitos que procrean.

Uno deja la adolescencia creyendo que la persona que uno ha escogido es el todo y responsable de todo y culpable de todo, desde el sentimiento de confianza hasta amueblar la casa, desde vestir hasta tener un orgasmo dos o tres veces al día, o más.  La gente se une o se casa joven para evitar pensarlo demasiado, porque si de verdad lo piensan no se casan.  

Por eso la gente en sus 30 y pico se aguantan tanto, lo piensan tanto y luego razonan que está mejor así.  Por eso es que el que quiere casarse tiene que hacerlo en sus veinte para poder decir que se volvió loco, que la razón no importa, que sólo la pasión, el placer y la profunda convicción de que nos merecemos lo mejor del mundo bastan para vivir con otra persona.

Algunos y algunas en sus 20 y tanto descubren tanto de su cuerpo que se quedan estancados ahí.  Ya tuvieron sus hijos y ya conocen lo que pueden y no pueden hacer.  Descubren que si no lo buscan no lo consiguen.  A muchos el amor no les llega muy lejos, se les queda estancado entre el vientre y el cuello.  Y como ese tipo de amor necesita variedad (porque hasta el azúcar empalaga) muy pronto descubren que pueden saltar y brincar hasta más no poder.  Si no me creen, paren a cualquiera en sus veinte y pregúntenle, varón o hembra, que cuántas veces ha brincado.

Ya en los trenta uno se da cuenta que todo sigue funcionando bien, pero uno comienza a moverse con un poco más de calma, saboreando cada momento para que dure un chin más.  En lugar de tirarse dos o tres veces en media hora uno busca uno que dure media hora.  ¿Quién puede decir cuál es mejor?  Lo bueno es que en esta etapa además de hacerlo uno habla un chin y comienza a descubrir cosas que ni uno sabía que pensaba o sentía.

En los cuarenta y después, bueno, ni vale la pena escribirlo, porque es tanto, tan complejo, tan diverso, tan colorido y, también, a veces tan confuso.  Ya lo superficial y lo superfluo es más obvio, las preguntas son más certeras, los riesgos más grandes pero con conocimiento, las lujurias más largamente intensas, los errores más lastimeramente trágicos, las decisiones más fáciles pero más imperfectas y las mentiras se vuelven más sofisticadas, más ocultas, más perfectas, como cuando nos decimos que no nos estamos poniendo viejos.

El amor nos encuentra bajo el cocotero, bajo las sábanas, en los sueños, en un poema, en un dolor, en un beso y en ilusiones que no fueron más que el engaño procreado día a día.  Con el tiempo esos mismos engaños se vuelven pesados, tan pesados que arrastran con ellos a todas las cosas que amamos, hasta a nosotros mismos. 


Encontrarnos con el amor es la aventura de cada día, el laberinto en el que nos perdemos en cada giro del pensamiento.  Muchos sienten ese amor con total certeza, otros pensamos que nunca lo hemos tenido.  Nos toca el malogro de un gran engaño para descubrir que lo que pensamos tener fue tan escapista que ni la brisa en su turbio trayecto trajo el perfume de las flores por donde cruzó.


domingo, 15 de julio de 2012

El Sendero Oculto


El joven Ramón Antonio me confiesa que está cansado, hastiado, desencantado de la vida.  Para una persona de apenas 22 años es mucho para decir, habiendo sucumbido ante la desesperanza y la obsesión por el bien vivir, inalcanzable para él. Su compañera se le fue, me dijo que ella le dijo hace dos noches que aunque es buen muchacho y de buen corazón “no sirve pa’na”, no consigue trabajo, no puede hacer nada, no tiene cuartos y no puede ofrecerle nada.

Ramón Antonio me confiesa que su compañera es muy bonita, “muy sersy”, con ojos claros que alumbran un rostro de nariz aguileña, labios llenos y mejillas levantadas.  Cuando vi su foto comprendí lo que decía, Luisa se veía de lado, sonrisa a flor de piel, juguetona en sus ojos y con esa aura de entrega que puede volver loco a cualquier amante que se le acerque a dos pulgadas de distancia. 

Harta de pasar hambre salió unas noches antes a uno de los bares donde van turistas, “pa’verlo que aparece” y se le apareció un tipo que la engalanó, la sedujo y le ofreció lo que Ramón no podía darle:  una buena cena, una cama cómoda y sexo impredecible, sorprendente, cautivante y prohibido.  Y dos mil pesos en la cartera.  Descubrir tantas cosas en una sola noche era más de lo que podía soportar su pobre corazón de 17 años y desde ese momento descubrió que tenía vocación para sentir placer, dar placer y ganarse la vida haciéndolo.  A partir de ahí no había camino de regreso, el sendero oculto de la vida se le hizo claro, pernicioso y ganancioso. 

La  vida es amplia, compleja y, hasta cierto punto, infinita.  Sus secretos se convierten en descubrimientos estrafalarios, sus guaridas son impredecibles, sus cuevas y escondrijos pueden ser indescriptibles y hasta nefastos.  Como en muchas otras instancias de la vida, a veces es mejor vivir en ignorancia que delatar los secretos que pueden hacernos felices. Luisa y Ramón Antonio descubrieron vidas diferentes, una llena de desesperanza y la otra, llena de placeres y sorpresas.

Vivimos vicariamente las experiencias de trabajadores sexuales que vemos a nuestro alrededor.  Nos preguntamos cómo es porque ya entendemos el por qué.  Yo admiro profundamente a los y las personas que se buscan la vida ofreciendo placer a cambio de dinero.  No me atrevo a levantar un solo dedo de condena ni de acusación, porque con qué virtudes propias puedo criticar la realidad más evidente de todas:  hay que vivir y hay que ayudar a vivir a los que amamos.  Si tu arte es ser plomero, vive de tu plomería; si es ser carpintero, vive de tu carpintería; pero si es tu arte es seducir y conquistar, ofertando placeres de otra forma inalcanzables para algunos, regalando fantasías, sueños bacanales y mentiras piadosas, entonces vive de tu arte.

Yo sé, muy dentro de mi, que si estuviera en iguales circunstancias probablemente estaría haciendo lo mismo para vivir, para que mis hijos vivan, para mantener a mi madre, para ayudar a mi familia.  O, simplemente, porque me da placer, independencia y control.  No señores, se merecen respeto, aunque en el fondo sintamos la inevitable sospecha de lo prohibido, del sendero oculto que avistamos como autodestructible.

Me gustaría encontrarme con Luisa, dejarme seducir por sus ojos claros, por su sonrisa coqueta, por sus besos plenos de placer. Quisiera me abrazara en sus cabellos, me apretara con sus manos y me hiciera disfrutar lo prohibido.   ¿No es eso lo que buscan todos?  Siento pena por Ramón Antonio, por ese pobre diablo que no puede hacer nada para cambiar su destino.  Es muy tarde para él cuando apenas amanece para Luisa.

Así es la vida, nos trae sorpresas en cada esquina. Si ven a Luisa por ahí, por favor díganle que quiero conocerla, que si desea platicar con un viejo calvo, rechoncho y aburrido que yo soy un buen candidato, que deseo me ayude a descubrir el sendero oculto que sólo ella me podrá develar.

martes, 6 de septiembre de 2011

"Es Tan Difícil"

Hola Marcos:
            Te escribo esta carta porque, francamente, a esta altura del juego ya no sé qué mas hacer.  Cuando varios meses atrás me prometiste el cielo y la vida no te tomé en serio porque, ¿a quién se le ocurre ofrecer tales cosas?  En tus ojitos verdi-azules noté ese tono ensoñador de los que saben muy poco de la vida, o sea, de la vida que vivimos aquí.  Yo sé que conoces de la vida, después de todo no naciste ayer y, de hecho, tienes más años que yo.  Pero mi vida ha sido dura, muy dura, muy pobre, muy jodida, lo que me hace una persona menos confiada, más cuidadosa y menos soñadora.

            Esto no quiere decir que no tenga mis sueños y mis decepciones. Me acuerdo de las muchas veces que me quería ir, lejos de ti, de tus abrazos, de tu salamería, de la melcocha de tus besos espantados por el calor del mediodía sobre sábanas que no aguantaban un sudor más.  Después de esos momentos de estupor, de verte bajo el peso de mi cuerpo suspirando vanamente los placeres con los que te engañaba, terminaba volviendo mi rostro hacia la pared para no ver más en tu rostro la satisfacción que a mi misma me hastiaba.  Hubiese querido que fuese “mi primera vez” con un enamorado, pero no, Marcos, ya han sido cinco, séis, diez, o más y tú tampoco has podido marcar sobre mi cuerpo la herida mortal del amor para siempre.  

            No me siento culpable porque no te he dejado solo, porque cada noche que vengo donde ti me entrego, siguiendo melodiosamente tus caricias y comportándome como el cocotero del patio bajo la brisa, extendiendo mis brazos para acompañar el movimiento incansable de tus labios sobre mis pechos.  Confiesas que tengo la piel más dulce y más suave que jamás hayas conocido.  Ay, mi Marcos, te puedo llevar a cualquier barrio en Las Terrenas y vas a descubrir que en cada calle hay veinte o trenta chicas como yo, cada uno prometiendo piel de melao y suavidad de seda entre pecho y pecho.  ¿A quién quieres engañar?  Será a ti mismo, porque hace años que a mi ya no me engaña nadie, ni siquiera el padre de mi hija quien fue el primero que me enseñó que no hay tal cosa como  una mentira amarga.  Todas son dulces, las que te dicen al oído o en los callejones, en susurros o en maldiciones.  Hasta los engaños repetidos cada noche son endulzados con melao aunque al amanecer tengan sabor de trapo viejo en la boca.

            Marcos, Marcos, párate ahi, devuélvete, móntate en la guagua y súbete en el avión.  Regresa a tu pais, llévate en tus maletas el recuerdo que creaste para satisfacer tus propias fantasias.  De aquí no me saca nadie, ni sueños ni promesas, ni yola ni Yolanda, ni dólares ni Dolores, ni visas ni Euros.  Cuando llegues allá mirarás atrás y pensarás en mi.  Sí, eso lo sé, carajo, porque hice lo imposible para que no te olvidaras de mi, de mi piel, mis senos, mis entrañas, mis abrazos, mis risas y mis placeres, los que son fórmula macabra, embrujadora, marcándote para siempre con el veneno mortal de recuerdos imperecederos.  Se te caerán los dientes, Marcos, y todavía pensarás en mi, en el sudor inagotable de cada amor que hicimos en cada esquina de la casa.  Mientras hurtabas el placer de mi cuerpo nunca supiste el color del techo, yo sí Marcos.  Nunca supiste el olor de las cayenas al otro lado de la ventana, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste los perros, yo sí Marcos.  Nunca escuchaste al platanero ni al que compra hierros viejos, yo sí marcos. Cuando te parabas de la cama lo primero que decías era “tengo hambre”.  Por eso, en parte, nunca confié en tus palabras porque si recién me acababas de comer cómo diantre podías tener hambre, ¿o es que nunca te diste cuenta de toda la energía que me costaba amarte?  Si había alguien con hambre debí haber sido yo porque mentirte como lo hacía cada vez que hacíamos el amor me sacaba todo lo que tenía por dentro.

            Te escribo estas media-verdades cuando estás al otro lado del mundo, del cual no quiero que vuelvas, por lo menos no vuelvas a buscarme, no vuelvas con nuevas (o viejas) promesas.  Séis mil setecientos kilometros me separan físicamente de ti, pero para mi son séis mil setecientos mundos, porque en el otro mundo, en el sensato, el real, el de cada día, el de no tener nada y desearlo todo, en ese mundo mío, muy mío, ahi vivo con mi distancia.  Tu mundo y el mío nunca se encontrarán, líneas paralelas que nunca se cansan de verse a distancia.  Entre tú y yo hay demasiados espacios vacíos de por medio que nunca se llenarán y, Marcos, más que nada, hay millones de cosas que nunca sabrás y que ni en ésta ni en la otra vida podrás descubrir.  

            Como lo dice Zacarías, "es tan difícil", Marcos, pero así es.
            Tu Bella.









jueves, 23 de agosto de 2007

Valorar

En algún momento de la vida a todos nos llega el momento de valorar las cosas.

En base a los valores hacemos lo propio: matamos, salvamos, mentimos, creemos, lloramos, reimos, abandonamos, acudimos, decimos, callamos, oimos, hablamos, odiamos y, por suerte, también amamos.

En una aldea de la región oeste del continente africano los habitantes comenzaron a sentirse muy preocupados. Sus vacas dejaron de dar leche de la noche a la mañana. Consternados llamaron a una reunión para saber si alguien había descubierto lo que pasaba. Nadie sabía nada. ¿Qué hacemos?, se preguntaron. A un joven valiente se le ocurrió una idea. “Pienso quedarme despierto esta noche para velar por las vacas y ver si descubro algo.” “Buena idea”, contestaron los ancianos de la aldea. Así que esa noche el joven se quedó medio oculto, velando por las vacas, esperando a ver lo que pasaba.

Exactamente a la media noche algo nunca antes visto se presentó ante él. Del cielo a la tierra un rayo de luna apareció y sobre su superficie plateada el joven miró cómo una joven de excepcional belleza descendía llevando en sus manos una ponchera. Al llegar a la tierra la bella doncella celestial procedió a ordeñar las vacas colocando la leche en la ponchera. Una vez terminada ascendió por el sendero luminoso de luna y desapareció en el espacio infinito.

El joven experimentó sentimientos de sorpresa, de miedo, de atracción y también de decisión. Decidió que la próxima noche prepararía una trampa para apresar a la bella doncella celestial y así solucionar el problema de una vez por todas. Lo pensó, lo planeó y lo hizo.

La próxima medianoche el joven esperaba la llegada de la dulcinea del cielo y, efectivamente, justo a medianoche el sendero de luz brillante apareció nuevamente y pudo ver cómo, al punto de descender a la tierra, la princesa nocturna cayó en la trampa que la aguardaba. “Déjenme ir, déjenme ir!”, gritaba la doncella desesperada. El joven acudió rápidamente y sin dudarlo comenzó a intemperarla preguntándole “¿Por qué nos robas nuestra leche?” La hermosa damisela le rogaba que la dejara ir, pero el joven valiente se negaba. Finalmente la joven explicó lo que sucedía. “Vengo de una tribu del cielo y necesitamos de esta leche para sobrevivir ya que no tenemos tierra para cultivar.” Y entonces rogó, “Por favor déjame ir.”

El joven aldeano lo pensó y entonces le contestó: “Está bien, te dejaré ir, pero con una sola condición, que te cases conmigo.” La doncella se iba a negar pero al pensarlo un momento le dijo: “Me casaré contigo, pero primero déjame ir a mi casa y a mi gente y en tres días regreso y me caso contigo.” El muchacho accedió y la joven princesa regresó al cielo por el rayo de luna que la trajo a la tierra.

Tres días más tarde la bella princesa apareció sobre el rayo de luna llevando en sus manos una caja de madera. Acercándose al joven aldeano le dijo: “Voy a casarme contigo y te voy a hacer muy feliz, pero tienes que prometerme que nunca abrirás esta caja.” “No hay problema,” contestó el joven.

Se casaron y eran muy felices, pero un día la doncella salió de viaje y el joven aldeano no pudo resistir más y abrió la caja. Para su asombro no encontró nada, la vió vacía. Al regresar del viaje la doncella vió en el rostro del muchacho la verdad. “Abriste la caja, ¿verdad?” “Sí, pero no encontré nada, estaba totalmente vacía.”

Airada la doncella le respondió con tesón: “Es imposible que pueda seguir viviendo contigo, me tengo que ir.” “Pero, ¿por qué?, fue sólo por curiosidad.” “No te dejo porque la hayas abierto,” dijo la doncella, “yo sabía que en algún momento u otro lo harías. Te dejo porque dices que estaba vacía.” “Pero sí lo estaba,” dijo el joven varón. Entonces la doncella le explicó: “Mira, cuando dejé mi casa y mi gente recogí todo lo que era hermoso y precioso para mi, el silencio del cielo, el polvo de las estrellas, el espacio que todo lo llena, ¿cómo podré vivir contigo cuando aquello que es lo más precioso para mi es nada para ti?” (Del libro “Who Needs God” del Rabí Harold Kushner).

A todos nos llega el momento de valorar y cuando lo hacemos las consecuencias son a menudo inmutables: avanzamos o retrocedemos, luchamos o nos dejamos vencer o, simplemente, existimos plenamente o existimos vacíos como el huevo que no tiene nada adentro y todo lo que ofrece es un frágil cascarón.

El amor es la manera más inmensa de valorar.

El amor es la manera más intensa de valorar.

Amamos la patria, amamos nuestra madre o nuestro padre, amamos nuestros hijos, amamos a nuestro amante o cónyuge. El poeta turco Nazim Hikmet escribía desde su celda poemas para su esposa cada noche entre 9 y 10. En uno de ellos le decía, “El gozo de amarte es como una segunda persona dentro de mi.” ¡Que profunda sencillez!

En otro de sus versos floreados y melancólicos le compartía: “¡Cuán hermoso es pensar en ti, escribir acerca de ti, recostado aquí en mi prisión y recordar las palabras que decías, no las palabras mismas sino la manera en que las decías!”

Tal como lo hizo Hikmet, si has amado, si amas o cuando ames, descubrirás el milagro de valorar las cosas que escapan a tus sentidos. Verás más que las expresiones o las imágenes; podrás ver los bosquejos de las palabras en el aire y el perfume de las miradas ocultas tras una sonrisa inesperada.

Imaginémonos por un momento que valoramos no sólo al amado o a la amada, sino todo lo que se encuentra en nuestro entorno. Por ejemplo, la basura echada sin cuidado dice mucho sobre lo que valoramos en la Madre Tierra. ¿Quién echa mierda sobre el rostro de su propia madre? Pero se lo hacemos a la Madre Tierra a diario. ¿Por qué? Porque no la valoramos. Imagínense si la valorábamos como debiéramos. Y si hiciéramos lo propio con nuestros amigos, con nuestros talentos, con nuestras relaciones, con nuestros compañeros y nuestras compañeras, con nuestros amantes y cónyuges.

¿Cómo sería si la Madre Tierra o la Madre Patria fuera una segunda persona dentro de nosotros y la amásemos como tal?

“Te deseo,” decía Nazim Hikmet. “La vida debería ser tan hermosa como lo eres tú.”
No hay nada más que se pueda decir, Nazim lo dijo todo.

Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...