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miércoles, 7 de diciembre de 2011

Sicofancia


                  Hay diferentes modelos para identificar las orientaciones sociales en relación al tiempo entre las culturas del mundo.  Sociedades asiáticas, africanas y del pacífico se les identifica como orientadas hacia el pasado por lo que sus idiosincracias, costumbres sociales, religiosas y políticas incluyen respeto a los ancestros y dar un rol preponderante a los padres, abuelos y ancianos. 

                  Las sociedades industriales como las del norte de Europa y en Norte América tienden a ser orientadas hacia el futuro.  Un valor cultural preponderante es el de mejorarse a uno mismo porque creen que el futuro siempre está lleno de posibilidades y las cosas siempre pueden cambiar hacia lo mejor. 

                  Hay otras sociedades, como la nuestra, que están preponderantemente orientadas hacia el presente. Sin duda alguna muchos de nosotros en Dominicana pensamos en el futuro y demostramos cierto nivel de respeto hacia nuestros antepasados y ancianos, pero la gran mayoría de nosotros vive enfocada hacia el presente, hacia el hoy, hacia lo que podemos ver, tocar, sentir y obtener en el presente.  De hecho, entre nosotros el futuro siempre se presenta como incierto, no sabemos quién va a gobernar, ni si las cosas van a ser mejores o peores.  Aquéllos en posición de poder o de control hacen promesas que muchas veces no cumplen y por eso nos sentimos empujados a darle más valor a lo que podamos conseguir ahora mismo.  En lenguaje eleccionario, romo en mano es mejor que barrica en almacén.

                  Cada cosa tiene sentido en su propio contexto por lo que no sirve de mucho valorizar o despreciar alguna de estas orientaciones pero sí vale la pena explorar y comprender mejor las implicaciones que puede tener para una sociedad emergente como Las Terrenas el vivir preponderantemente en el presente, o el tener percepciones y actitudes incoherentes e improductivas hacia el pasado.

                  En el ambiente socio-político local encuentro lamentable que los líderes actuales constantemente critican y desvalorizan a los servidores públicos del pasado argumentando que no hicieron nada y que es ahora cuando se ven obras hechas. Tal discurso es muy lamentable a parte de estar errado y refleja una nefasta vileza espiritual de parte de sus exponentes.  A diferencia de los individuos la vida en comunidad es realmente una red viviente de enlaces entre pasado, presente y futuro.  El mejor presente y el mejor futuro no se edifican sobre la mezquina desvalorización del pasado; por el contrario, debemos construir sobre el pasado, aprendiendo del mismo y honrando a los que han precedido y entonces, con nuevos bríos y con mayores recursos, continuamos en el camino del progreso presente y futuro. Pretender destruir el pasado de otros para levantar sobre sus escombros un ego-presente es una soberbia imperdonable e insensata por parte del que la propugne.

                  El discursillo salvífico de los que ostentan el poder local me acuerdan de la sicofancia, esa práctica alcahueta que se convirtió en arte en la antigua Roma y que consistía en acusar a opositores sin motivos razonables, o simplemente para sacar ventajas personales y políticas.  Hacia el final de su historia el imperio romano se corrompió en múltiples formas y, como ejemplo, los abogados no podían cobrar por sus servicios pero los que se inventaban acusaciones podrían percibir hasta una cuarta parte de lo que se cobrara injustamente, por lo que era más beneficioso convertirse en acusador (sicofante) que en defensor.  En esa nefasta época los cobradores de impuestos se inventaban acciones que terminaban en desalojo y pérdida para los que no se podían defender, los magistrados invitaban a sus casas a los poderosos para negociar acuerdos y posiciones burocráticas.   Beneficios económicos se otorgaban al mejor postor mientras que los políticos compraban votos con fondos personales o del estado para asegurarse una constante gestión de poder.  Los sicofantes inventaban acusaciones para desplazar enemigos y posicionarse en el favor de los que estaban dispuestos a creerles, utilizando inclusive a otros sicofantes como pistoleros a sueldos de la mentira.  Detrás de todo ello había un verdadero sistema de corrupción amparada por un imperio decadente y en franca descomposición, por lo que los corruptos locales se protegían por medio de los corruptores imperiales y todo en nombre de la República.

                  Si de algo nos puede servir esa historia pasada y ajena es para crear una memoria sobre lo que puede estar ocurriendo en el presente.  Lo que hicieron o no los pasados servidores públicos en el municipio debe servirnos para afinar el presente no para cementar nuevos y peores errores.  Acusar de ineptos a los líderes del pasado pone una carga espeluznante sobre los hombros de los sicofantes actuales y constituye un mísero cimiento para el futuro promisorio al que todos aspiramos.

(derecha:  Dios mío, cuándo se acabará esta mediocridad? )

domingo, 18 de septiembre de 2011

Oximorónico



           Había una vez un pueblo al lado del mar, sembrado entre los cocoteros, espejo de las olas, trovador de bachatas inéditas, parido entre cuevas, montes y pantanos, rodeado por un cinturón de jaibas y ciguapas, salcochado con el sazón de amaneceres arrolladores y besado cada tarde por el suave y tibio cantar de nacientes estrellas borrachas de amor.  Era un pueblo vendido al mar, recorrido espeluznantemente por vacas y toros silvestres que con sus colas y cachos adornan sus calles, abastecido felizmente por el constante susurro de peos motorizados.  Allí, en ese pueblo de nadie pero con todo, de todos y sin nada, el universo decidió crear un oxímoron.
            Un oxímoron es un artificio de la literatura, el que permite utilizar términos aparentemente contradictorios con el fin de crear un significado alterno (ver las cursivas en este artículo).  Un oxímoron es un absurdo, como cuando decimos “paz aguerrida” ya que si es paz no puede ser guerrera, o aguerrida, pero el significado que se crea es el de una paz persistente.  Oximorones pueden ser metáforas que crean nuevos significados como en “silencio atronador,” “dulce amargura,” “minuto eterno” y así por el estilo.
            A veces me siento tentado a pensar en Las Terrenas como un oxímoron por causa de las cosas absurdas que suceden.  Al lado de mi casa (frente al Banco León) hay apenas 30 metros de calle que son una verdadera tortura tanto para el peatón como para el transeúnte.  Después de dos meses de solicitar pública e infructuosamente que arreglen el pedacito y así preservar la seguridad de niños, peatones y transeúntes decidí afeitarme la barba en señal de protesta silenciosa.  Si en 15 días más no lo arreglan con pico y pala, o con caliche o con pala y rodillo mecánicos, me voy a cortar todo el pelo.  Otro caso es en relación con el vertedero, donde se sigue quemando la basura y contaminando el aire voluntariamente.  No me refiero a la combustión instantánea normal en todo vertedero de cielo abierto, sino a la quema adrede, para bajar la basura, la que crea un humo que transporta sustancias carcinógenas y nocivas a la salud por todo el cielo de Las Terrenas.  Parecería como si alguien deseara que nos muramos todos.  Por otro lado, el caos en el tránsito y en el aparcamiento lo que da no es pena, sino triste risa, al igual que los métodos erráticos utilizados para el manejo de los desechos sólidos. 
            Todo es reflejo de un estado absurdo de las cosas, un oxímoron de 24 horas al día donde más información crea desinformación, donde más construcciones destruyen, donde reclamar genera nuevas demagogias.  Todo parecería ser una alegre agonía donde se condenan felizmente a la compañía solitaria del desencanto a todos los que rechazamos ser alimentados con el sazón sinsaboro de la incompetencia.  Vivimos en una mágica realidad gobernada por la dulce ignorancia del afán improductivo de los que no saben cómo hacer bien las cosas. Vivimos subyugados al orgasmo doloroso de la mediocridad.
            Todo eso y mucho más me hace pensar sobre la necesidad de un co-manejo municipal, una manera de atraer a todas las fuerzas vivas para ayudar a crear conciencia, procesos, sistemas y recursos que nos ayuden a prevenir lo indeseado, cambiar lo errado y potenciar lo posible para bien de todos.  Una dictadura es el manejo férreo y autocrático de un gobernante manipulativo y demagógico.  Un co-manejo es el gobierno compartido con todos los interesados con el fin de preservar los recursos existentes.
            El gobierno municipal democrático no tiene que ser un absurdo; por el contrario, puede ser un dulce afán, un ejercicio en compartir lo que es de todos preservando lo que no es de nadie.  El co-manejo efectivo hace que oigan los ojos y que miren los oídos, porque mientras más estamos más somos. 
            Y eso no es un absurdo.

Carta Abierta Para los Concejales

  Carta abierta a los concejales de Las Terrenas CONCEJALES PARA UN FUTURO MÁS CERTERO Por José Bourget, comunitario Querid@s Concejales: Si...