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miércoles, 25 de abril de 2012

La Terapia del Silencio


“Todo está en cómo se mira, no en lo que miras.” 
André Gide, Les nourritures terrestres.

La semana santa es un tiempo de excesos y de carencias, de descanso y de ajetreo, de meditación y de irreflexión, de paciencia y de impetuosidades.  Es probable que sea el tiempo más ruidoso del año ya que todo el que tiene un armastrote de bocinas en su carro se siente empoderado para compartir su selección musical con todo el que esté en la playa, aunque ya hayan dos o tres de lo mismo cada uno tocando su selección musical.  Es probable también que sea el tiempo cuando más basura se produce y se tira, porque todos ven como su derecho dispensar de sus objetos desechables y tirarlos en lugares públicos sin el menor reparo.  Igualmente, los bares y centros públicos organizan fiestas y eventos para que asistentes, vecinos y el pueblo en general “disfruten” de todo lo que hay hasta que amanezca.  A todas esas cosas le llamamos “negocios,”“normal” y “deseable” para la economía local.  Caramba!!

Hay un valor olvidado y dolorosamente mancillado en la tradición de semana santa:  guardar silencio.  En el silencio se reconoce el espacio interior y es en ese espacio interior donde se crean y fortalecen los valores.  En el silencio contemplamos con serenidad, descubrimos cómo vivir el presente y ampliamos nuestra comprensión del mundo que nos rodea.  El silencio aumenta nuestra capacidad de concentración, de observación, de valoración y nos permite ahondar en el significado de las cosas en lugar de quedarnos en la superficialidad de lo que nos rodea.

Por otro lado, el ruido nos afecta fisiológicamente, alterando nuestra concentración, afectando las secreciones de hormonas, la respiración, los latidos del corazón y hasta las ondas cerebrales.  Bajo el ruido intenso el cerebro no funciona a capacidad.  La música es la forma sonora que más afecta nuestras emociones y escuchar música constantemente a un alto volumen hace de nuestras emociones una tómbola de reacciones constantes que irrita y deprime nuestro ser interior. 

Cognitivamente aprendemos menos en medio del ruido, la producción en espacios de trabajo ruidosos se reduce en un 66% y por causa del ruido nuestro cerebro no puede prestar atención a todo lo que nos pueda beneficiar.  En el comportamiento los seres humanos tienden a evitar y alejarse de los ruidos molestos, pero la constante presencia de ruidos y sonidos altos afecta considerablemente nuestra capacidad de mejorar nuestra conducta.

El ruido afecta a las plantas, a los peces y a los seres humanos, pero en nuestra cultura el ruido es sobrellevado, pacientemente permitido y normalmente aceptado como algo “nuestro”; sin embargo, está comprobado que el ruido es el contaminante más dañino a la integridad física, social, sicológica y emocional del ser humano.  La persona que vive constantemente rodeada de ruidos (de la calle, del radio, de la TV, del celular, de fuentes externas) carece de habilidades adecuadas para la retención de ideas, de pensamientos profundos y de responder adecuadamente a lo que le rodea.  Por otro lado el silencio calma, fortalece, alimenta al ser anterior y permite vivir una vida más ancha, más plena y más placentera.

El sonido del mar se produce a unos 12 decibeles, es el sonido más placentero, calmante y enriquecedor en la naturaleza. Aprovechemos su presencia a nuestro alrededor y vayamos a las playas para escucharlo, para enriquecernos, para calmarnos y, quizás, para mejorar y fortalecer nuestro ser interior.  Es la mejor terapia para tiempos difíciles como los que vivimos hoy en día.

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