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viernes, 22 de abril de 2011

Pedro de Yamasá



Durante la semana santa mientras la mayoría celebrara el asueto yo meditaba sobre la razón del asueto.  La remembranza religiosa comenzaba con el “domingo de ramos,” un evento que marcaba la selección del liderazgo natural de Jesús entre el público mediante la algarabía de un público que cortó palmas para hacer un camino de honra y reconocimiento.  Si Jesús hubiese sido Amable Aristy hubiera repartido papeletas de $500, si hubiera sido Papá hubiera soltado dos o tres chistes crudos y si hubiera sido Leonel se hubieran distribuído tarjetas de solidaridad, bono gas y bono luz.  Es increíble que una semana tan trágica comenzara de manera tan gozosa.
Pedro falló en su hora más crítica, una célebre incompetencia.

El jueves fue otro evento importante, la cena en el aposento alto, la disputa de quién está más cerca, quién moja el pan de quién, el perfil del que está dispuesto a entregarlo todo y las cualidades de doce líderes marcados por eventos incontrolables en las 24 horas que seguirían.  Notable fue la presencia de Pedro, el que siempre era primero en todo, el primero en hablar, el primero en hacer y el primero en, bueno, cometer errores.  Esa noche fue el primero en confesar su amor por el maestro.  El también llegaría a ser el primero en cortar una oreja y el primero en negar a su maestro.  Pedro, de simple pescador ascendió aceleradamente la jerarquía entre los discípulos hasta convertirse en el de mayor calado y nota.  Pedro por aquí y Pedro por allí, pero a la hora de la verdad “se rajó,” no sirvió para nada, se volvió un incompetente ante la presión de lo inevitable.  
El ego le habla a muchos como si fuera una zarza ardiente.

En el 1969 los autores Laurence Peter y Raymond Hull escribieron la obra “El Principio de Pedro” en la cual, de manera jocosa, demostraban la manera en que las jerarquías trabajan y cómo dentro de toda organización los mejores empleados, los que suben por los escalones de la jerarquía, eventualmente terminan en una posición para la cual son terminantemente incompetentes.  Ese nivel de incompetencia se encuentra generalmente en el tope.  Por eso es que muchas personas que han hecho muy bien a niveles inferiores de la jerarquía se convierten en incompetentes una vez llegan arriba.  En el caso del discípulo Pedro, en la hora suprema, en el día final de su discipulado junto al Maestro, se volvió totalmente incompetente y no pudo dar su testimonio sentado junto a la hoguera.  Tres veces negó a su maestro.
El servicio por la comunidad es la pruebla del liderazgo. 

Toda persona que se considera un líder debe hacerse la misma pregunta que se hizo Moisés ante la zarza ardiente:  “¿por qué yo?”, la cual es una pregunta obligada una vez se tiene claridad de “qué es lo que debo hacer.”  A Moisés la zarza le decía “saca a mi pueblo de Egipto” y Moisés respondió “por qué yo?”  Es una respuesta-pregunta legítima.  En nuestro medio hay muchos que no han necesitado de una zarza ardiente para decidir que tienen que hacer algo, son los autoescogidos.  Son los que tienen la misión y los que saben que son ellos los llamados.  Esta autoselección no tiene nada de malo, de hecho algunos agentes de cambio comienzan así.  Pero cuando se preguntan “qué es lo que debo hacer” no logran conectar la respuesta con otra pregunta sumamente importante: “¿qué es lo que espera la comunidad?”  Cada vez que un autoescogido se pone por encima del bien común sabremos que se trata de un Pedrista, o sea, de alguien que ha llegado a su más alto nivel de incompetencia.  Es que nadie puede ser líder a menos que no sea para servir y si el autodenominado líder no hace nada por la comunidad que sea visible y auténtico le resta calidad a su autoselección.  El servicio por el bien común es el cuchillo que llega al corazón de la auyama, lo demás es bla, bla, bla.

Me río de pesar cuando observo a personas autodenominadas líderes de la comunidad que carecen de las más elementales muestras de servicio comunitario.  La capacidad de liderazgo de una persona sin vocación de servicio es tan hueca y hedionda como el follón de Yamasá.  Yo sigo confiando que hay suficientes personas en nuestro pueblo que saben identificar a los follones en nuestro medio y que saben qué hacer cuando el hedor de sus palabras huecas les invade las narices.

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