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lunes, 12 de enero de 2009

Voto de Silencio

Hace unas semanas estuve al punto de tomar una decisión que hubiera tenido un impacto trascendental sobre mi vida y la de las personas que me rodean. Había pensado seriamente en hacer votos de silencio por un año. Eso hubiera significado no decir ninguna palabra ni a mi mujer ni a mis hijos, no hablar en la radio, no responder al teléfono, no hacer ninguna transacción comercial que implique hablar, no cantar, no gritar y, más que ninguna otra cosa, hubiera significado solamente escuchar, escuchar y escuchar. No estoy seguro de todas las consecuencias que un voto de silencio hubiera tenido, pero creo que mi matrimonio no hubiera sobrevivido un año de silencio. Igualmente hubiera sido muy duro no poder hablarle a mi hija de casi dos años de edad y, sobretodo, hubiera sido desastroso no tener conversaciones con mi hijo de 7 años, Kiran, con quien hablo de astronomía, historia, matemáticas y la naturaleza, entre otras cosas, y a quien le leo un libro cada noche antes de acostarse.

Algunos monjes y monjas (católicos, budistas o de otras religiones) hacen voto de silencio como parte de su peregrinaje espiritual. Generalmente la razón del voto de silencio es “para vaciarse de sí mismos y que Dios pueda ocuparles más plenamente.” Hace varios años trabajaba para una universidad de monjes y monjas benedictinos en Minnesota (USA) y aunque ellos no hacen votos de silencio total practican momentos de silencio varias veces al día. Igualmente ponen mucho énfasis en escuchar, no simplemente oir sino en escuchar profundamente. Varias veces me uní a ellos durante varios de esos ejercicios de silencio y puedo confesarles que fue una experiencia profundamente transformadora.

Me pregunto cómo viven los mudos, sin poder expresar en palabras todo lo que sienten dentro, aunque me imagino que utilizan otras formas de comunicación para obtener lo mismo que los que hablamos obtenemos al hablar. O quizás no. Me pregunto si los mudos desean que pudieran hablar.

El ejercicio de pensar en tomar el voto de silencio por un año (también pensé en no tener sexo por un año!) tuvo sus consecuencias espirituales y filosóficas: llegué a la conclusión de que era muy débil y de que no lograría llegar al año sin hablar (ni siquiera llegar a la primera semana!). Igualmente, me hizo pensar en lo mucho que dependemos del contacto físico (el hablar es una forma de contacto físico) y de la interacción verbal con otras personas. Me hizo pensar de todo el desperdicio de palabras del que soy responsable a veces y de cuánto detesto la babosidad en las palabras de otras personas (sobretodo políticos mentirosos y corruptos).

Más que nada, solamente el pensar en tomar el voto me enseñó sobre la fragilidad en las satisfacciones de la vida. En cualquier minuto podría enfermarme y perder mi capacidad de hablar. Creo que debería vivir agradecido cada día y, al mismo tiempo, debo aprender a apreciar al don del habla como si hoy fuera el último día en que podré usarlo.

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