En este espacio inverosímil de tiempo que llamamos vida se nos atraviesan momentos de espera a los cuales nadie puede atajar. Son como relámpagos en noche clara de lucha llena. Son extraños, imposibles, inquietantes y, sobretodo, indiferentes.
El momento de espera puede ser fugaz. O eternamente presente…o ausente.
Cuando nos llega el tiempo nos contemplamos como somos: desnudos. Y una vez descubrimos cuán desnudos estamos hacemos lo mismo que Eva: nos cubrimos. La lucha de una vida entera se convierte en el mero afán de protegernos de nuestra propia desnudez.
El momento de espera puede ser fugaz. O eternamente presente…o ausente.
Cuando nos llega el tiempo nos contemplamos como somos: desnudos. Y una vez descubrimos cuán desnudos estamos hacemos lo mismo que Eva: nos cubrimos. La lucha de una vida entera se convierte en el mero afán de protegernos de nuestra propia desnudez.
La vida es un largo trayecto del desnudo al desnudo.
Se cubre el niño porque se le ha dicho que se tape. Se cubre la niña porque se le ha dicho que nadie debe verla. Se cubre el adolescente para no verse menos, ni más. Se cubre el hombre por costumbre, se cubre la mujer por ternura. Se cubre el ladrón para no ser visto. Se cubre el político con lo que hace para que no se vea lo que no hace. Se cubre el débil con su bocaza vulgar para que no se le note que es pedro que ladra pero no muerde. Se cubre el rudo para que no se le vea que tiene alma también y, más que todo, se cubre el feo para que sólo se le vea lo bonito que tiene.
Nos cubrimos todos.
Y de todo lo que nos cubrimos lo más necesario es cubrirnos de nuestra nostalgia, de ese ángel intruso que se nos aparece para llevarnos cerca a cualquier sitio que nos recuerde de alguien a quien hemos amado mucho. Nos confronta con las palabras, los perfumes, los suspiros, los deseos, los llamados, los sueños y las esperanzas del otro ser con quien compartimos nuestra desnudez. A esa persona a quien le revelamos todo, a quien le dijimos algo que está más cerca de nuestra alma que nuestra propia existencia.
¿Te acuerdas? Le dijiste todo, hasta lo más profundo, tus miedos, tus pesadillas, tus deseos, tus más profundos deseos. Y hoy viene el ángel de la melancolía para recordarte que la próxima vez debes cubrirte tu desnudez un poco mejor. Tantas veces nos visita el ángel que terminamos cubriéndonos todo. No sólo nos cubrimos los ojos evitando mirar a los otros ojos, no sólo cubrimos nuestros oídos pretendiendo no oir ni bueno ni malo, no sólo cubrimos nuestros pechos para no dar de nuestra leche, sino que también nos cubrimos el alma para que después nadie nos diga que nos desnudamos fácilmente ante cualquiera que se aparezca ofreciéndonos amor.
La desnudez.
Mal aprendimos a que la desnudez es solamente sexual y a que debe ser atrayente y apetecible. Se nos olvidó el grito primal de juntar piel con el vacío sideral, unidos con todo y separados por nada. Prefiero la vida sin ángel de la melancolía, para que la desnudez sea permanente, sensata, libre y célebre para no tener que pasar por todas las etapas del maquillaje corporal, perdiendo lo que verdaderamente somos ante los ojos de los demás.
Nacimos desnudos y no importa cuánto nos pongan encima también nos moriremos desnudos.
Se cubre el niño porque se le ha dicho que se tape. Se cubre la niña porque se le ha dicho que nadie debe verla. Se cubre el adolescente para no verse menos, ni más. Se cubre el hombre por costumbre, se cubre la mujer por ternura. Se cubre el ladrón para no ser visto. Se cubre el político con lo que hace para que no se vea lo que no hace. Se cubre el débil con su bocaza vulgar para que no se le note que es pedro que ladra pero no muerde. Se cubre el rudo para que no se le vea que tiene alma también y, más que todo, se cubre el feo para que sólo se le vea lo bonito que tiene.
Nos cubrimos todos.
Y de todo lo que nos cubrimos lo más necesario es cubrirnos de nuestra nostalgia, de ese ángel intruso que se nos aparece para llevarnos cerca a cualquier sitio que nos recuerde de alguien a quien hemos amado mucho. Nos confronta con las palabras, los perfumes, los suspiros, los deseos, los llamados, los sueños y las esperanzas del otro ser con quien compartimos nuestra desnudez. A esa persona a quien le revelamos todo, a quien le dijimos algo que está más cerca de nuestra alma que nuestra propia existencia.
¿Te acuerdas? Le dijiste todo, hasta lo más profundo, tus miedos, tus pesadillas, tus deseos, tus más profundos deseos. Y hoy viene el ángel de la melancolía para recordarte que la próxima vez debes cubrirte tu desnudez un poco mejor. Tantas veces nos visita el ángel que terminamos cubriéndonos todo. No sólo nos cubrimos los ojos evitando mirar a los otros ojos, no sólo cubrimos nuestros oídos pretendiendo no oir ni bueno ni malo, no sólo cubrimos nuestros pechos para no dar de nuestra leche, sino que también nos cubrimos el alma para que después nadie nos diga que nos desnudamos fácilmente ante cualquiera que se aparezca ofreciéndonos amor.
La desnudez.
Mal aprendimos a que la desnudez es solamente sexual y a que debe ser atrayente y apetecible. Se nos olvidó el grito primal de juntar piel con el vacío sideral, unidos con todo y separados por nada. Prefiero la vida sin ángel de la melancolía, para que la desnudez sea permanente, sensata, libre y célebre para no tener que pasar por todas las etapas del maquillaje corporal, perdiendo lo que verdaderamente somos ante los ojos de los demás.
Nacimos desnudos y no importa cuánto nos pongan encima también nos moriremos desnudos.
Viva la desnudez.