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domingo, 1 de julio de 2018

El Elegido


Soñar es humano.  No es meramente un asunto biológico (la necesidad del descanso), ni conductual (la costumbre de dedicar tiempo para dormir), es igualmente sicológico, social e, irremediablemente, político.

Soñar implica dos cosas. Primero, soñar relativo a lo que buscamos como individuos, a nuestras aspiraciones de desarrollo personal, a nuestras relaciones sociales, a nuestra ocupación o vocación, a nuestros deseos sobre dónde vivir, a las cosas que consideramos esenciales para nuestra calidad de vida.  Por eso es que soñamos acerca de nuestra familia, nuestros propios hijos, las cosas que deseamos hacer y las cosas que deseamos cambiar.  Soñamos deseando evitar las pesadillas y también soñamos, dormidos o despiertos, acerca de nuestras ambiciones y deseos.

Lo segundo es más retórico y más complejo, porque ya es un sueño referente a nuestra existencia social, cívica y política.  Soñamos acerca de nuestra vida en comunidad.  Nadie que viva en medios como el nuestro puede decir que pasa un día sin soñar acerca de cómo le gustaría que cambiaran las cosas.  En el trasfondo más profundo de nuestro cerebro existe un profundo deseo de vivir mejor.  Nadie vive para pasar hombre, para sufrir desnudez, para no tener un techo, para no tener transporte, para no tener una educación, un empleo o seguridad.  De hecho, en la pirámide Maslow las cosas esenciales de la vida (comida, bebida, vestido, sexo, etc.) constituyen la base de la pirámide, seguidas por la salud, la seguridad física, la obtención de una propiedad física, la moralidad, la existencia familiar y otras.  La amistad y la intimidad sexual aparecen justo en el centro de la pirámide, pero sin perseguir una descripción total de la pirámide lo esencial es entender que nuestros sueños van íntimamente ligados a elementos que pueden ser agrupados bajo la categoría de “calidad de vida”.  O sea, nuestra vida es grata y deseable cuando esos elementos esenciales han sido logrados.  No puede haber calidad de vida si no tenemos casa, ropa, comida, seguridad, amistades, empleo, salud y perspectivas de un buen futuro.  Nuestros sueños de vida en comunidad se hacen realidad cuando esas necesidades mínimas, básicas y esenciales son realizadas.

No siempre vivimos en un sueño realizado, por eso es que gran parte de nuestros sueños tienen que ver con la comunidad donde vivimos y las cosas que desearíamos que cambien, porque es en una comunidad “realizada” donde obtenemos los elementos esenciales para nuestra calidad de vida.  Cabe entonces preguntarnos, ¿qué tipo de comunidad deseamos?  ¿Cuáles son las características en una comunidad que me permiten desarrollarme y lograr mis metas, de tal forma que pueda hacer realidad mis sueños? ¿Qué pasa o debe pasar cuando la comunidad no es lo que deseamos, ni lo que la mayoría desea?

Cabe decir que desde el momento que nacemos somos entes políticos, o sea, nos convertimos en ciudadanos con derechos inalienables.  En el momento de ese primer grito, de ese primer respiro, adquirimos tales derechos.  Al convertirnos en adultos, transmitimos el poder de ese derecho natural para favorecer a las personas que en base al sistema político-social resultarán beneficiados por nuestro voto.  Un voto es el simple ejercicio de traspasar nuestro poder individual y convertirlo en un poder colectivo en la persona del “elegido”.  Una mayoría de personas transmiten ese derecho al “elegido” y, de repente, el “elegido” maneja los derechos de todos y todas, los que votaron o no por él. 

Es una tremenda responsabilidad la de ser el depositario de los derechos y los sueños de tantas personas en una comunidad.  Es un deber honroso, sublime e indispensable en el sistema democrático, porque a través de ese proceso esencialmente político-partidario todos los recursos disponibles para la calidad de vida de todas las personas en una comunidad son transmitidos a esa persona, “el elegido.”

Un buen ciudadano político (la cualidad atribuída desde el nacimiento) mantiene su conexión con sus sueños y aspiraciones en la forma en que se asegura de que “el elegido” responda a la responsabilidad de su posición atribuída mediante el voto.  En nuestro medio ha sido muy difícil encontrar a un “elegido” que responda amplia y evidentemente a nuestros sueños y aspiraciones de calidad de vida.  Pero muchos de nosotros, los políticos por nacimiento, o sea, los ciudadanos, no hemos aprendido a ejercer el debido proceso para asegurarnos que “el elegido” cumpla con sus atribuciones.
Por eso es que si queremos hacer realidad nuestros sueños de vida en comunidad no podemos hacerlo separados de un proceso de participación en la democracia, del uso de nuestras voces y prerrogativas para asegurarnos que “el elegido” cumpla con su deber político-social.  Cuando un “elegido” satisface nuestras más profundas aspiraciones, lo demuestra cuando la calidad de vida alcanza a la mayor cantidad de personas en la comunidad.  Hay minorías cuyos recursos les permiten procurarse toda la cualidad de vida a la que aspiran, obteniendo todos los aspectos dentro de la pirámide de Maslow y, por lo tanto, viven vidas de amplia calidad.  Hay otras minorías que están tan marginalizadas y separadas que recurren a las formas más elementales para asegurarse de lo mínimo para la vida (no siempre de la mejor manera).  Pero la gran mayoría son la prueba para un “elegido”, porque ellos son los que no están en ninguno de los dos extremos anteriores y son los que constituyen la prueba del fuego para “el elegido”.

Por eso sigo pensando (de manera metafórica y hasta sarcástica) que mientras en Las Terrenas nuestros barrios sigan a oscuras no hemos llegado mínimamente a la calidad de vida que esta comunidad se merece y, por lo tanto, “el elegido” está muy lejos de vivir a la altura de la confianza depositada sobre él por medio del voto partidario o no.

Sigo soñando porque lo que veo ahora sigue siendo pura pesadilla.



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