Soliloquios—16
Por José R. Bourget
Tactuk
A juzgar por lo que se ve en Las Terrenas, los
dominicanos somos tremendas maquinarias sexuales al punto de que podemos
seducir, conquistar y satisfacer a todos los gustos, personas y deseos. Como me
decía una amiga extranjera, parece que los dominicanos (hombres y mujeres)
todavía "cuelgan de los árboles" por su aparente animalismo—esa
mezcla imperfecta de sexualidad primitiva y avasalladora, lo cual nos trae al
tema del orgasmo.
Pues bien, todo hombre sabe—o se imagina—que el orgasmo es lo máximo, la cumbre
del encuentro sexual, lo que más anhela, lo que más busca y también la medida
de su hombría, de su valor social ante los demás hombres y de su valor propio
(¡Dios mío, cuán engañados estamos!). Muchos miden su hombría por el nivel
de placer y cantidad de orgasmos recibidos y cuando buscan a una mujer para
obtener placer sexual juzgan el valor de la misma en base a su capacidad para
proporcionales un orgasmo, u orgasmos, realmente extraordinario.
Las mujeres…bueno, eso es diferente. Como lo sabe toda mujer no siempre se
llega al orgasmo y hay muchas que nunca lo han experimentado. Algunas esposas
ven el orgasmo de su esposo como una obligación que hay que proporcionar, pero
no necesariamente como algo para ellas. Muchas mujeres, al entrar en relación
física con un hombre, también buscan recibir el mismo placer, sobretodo si ese
hombre cumple con la imagen de ser alguien prodigioso, físicamente generoso y
bien dotado y cumple con su función de proveedor sexual temporal (como en el
caso de algunas de nuestras visitantes extranjeras al requerir los servicios de
algunos sankipankis locales).
Pero la sexualidad en las mujeres es algo más compleja porque, como lo sabe
toda mujer, en la mayoría de los casos el placer sexual—y sensual—no es siempre
tener un orgasmo y ese mismo placer no siempre tiene que estar ligado a lo
físico sino al entorno general de la relación con su pareja. Una cosa es tener
una "sesión" o dos en que se quitan todos los tapujos y frenos y otra
es la relación sexual y sensual a largo plazo. Además, las mujeres se someten
(¡involuntariamente!) a un proceso de socialización que menosprecia su
sexualidad, poniéndola por debajo de la del hombre y al servicio de ellos. Una
mujer "buena" no puede ser "sensual" porque lo sensual y lo
sexual son generalmente calificados como "malo", "sucio" e
"impropio." Muchas veces al tener una relación íntima con el hombre
la mujer tiene que tratar de poner a un lado todas esas imágenes negativas en
su cabeza. A veces lo logra, a veces no. Además, para muchas mujeres el placer
sexual se limita a actividades juzgadas "aceptables" dejando poco
espacio para la variedad, la improvisación o la creatividad de ambas partes.
Yo pienso que a muchas mujeres les agradará saber que hay lugares en el mundo
donde no todo se somete a la descripción varon-céntrica descrita al inicio. Un
caso bien notable es el de la isla Mangaya, en la Polinesia (Pacífico Sur)
donde las mujeres alcanzan dos y tres orgasmos ¡por coito! ¡Válgame Dios! ¿Cómo
es posible? Bueno, en esa sociedad, a diferencia de la nuestra en que el placer
del hombre es el centro, el satisfacer sexualmente a la mujer es la principal
responsabilidad del hombre. Al llegar a la pubertad, los 12 o 13 años, los
varones mangayos deben pasar por ciertos ritos de iniciación que les va a
permitir aprender cómo complacer a las mujeres. Ciertas mujeres adultas se
prestan para enseñarles sobre la anatomía femenina y también sobre la manera de
provocar el mayor nivel de excitación y placer en la mujer. Es tanto así que en
base a ese entrenamiento se espera que cada mujer mangaya obtenga por lo menos
un orgasmo durante las relaciones sexuales y el varón que sea incapaz de
dárselo es desterrado socialmente de la comunidad. ¡Imagínese eso!
Eso nos presenta con ciertas implicaciones. Primero, que no es que las mujeres
mangayas están mejor dotadas en sus clítoris o úteros, ni que los hombres están
mejor dotados en su penes. Es realmente un asunto de técnica. Segundo, que en
cuanto al entrenamiento sexual del varón si los hombres se encargan del mismo
terminarán machistas, egoístas y—principalmente—inadecuados para garantizar el
placer sexual en sus hembras. Tercero, los hombres son, por regla natural, no
sólo malos maestros sino también malos practicantes, con la única bendición de
que sus hembras, con el fin de preservar el frágil ego masculino, no les dicen
la verdad sino que los hacen que se sientan machos, complacientes y
complacidos.
Después de las dos o tres semanas de entrenamiento a manos de mujeres que saben
más de la anatomía y sicología femenina que cualquier médico especialista
occidental, los varones mangayos también aprenden que el proporcionar placer a
la mujer no es por simple gratificación de la misma, sino que es una necesidad
en la mujer (¡ofrézcome!). Claro está, nosotros en el Occidente estamos
desprovistos de una vision sagrada y sensualmente erotica de la sexualidad,
limitándonos mayormente a lo físico y a lo mecánico. Pensar diferente sobre la
sexualidad implicaría tener que aprender todo de manera diferente. La ausencia
de un kamasutra, o de un tantra, en nuestro medio socio-cultural nos impide ver
al orgasmo más allá del coito y por eso no aprendemos más sobre lo sagrado y lo
creativo en la función sexual, a diferencia de otras culturas, incluyendo
muchas culturas indígenas como la mangaya, en que lo sexual es una celebración
abierta, natural y constante de lo físico, lo emocional, lo espiritual, lo
anatómico, lo social y lo cultural.
Nótese que el tener muchos orgasmos no es necesariamente la medida de una
sexualidad satisfactoria y creativa. Lo que realmente importa es la manera en
que se visualiza la sexualidad. Visualizar nuestra sexualidad nos presenta con
ciertos problemas. Por ejemplo, una dominicana recientemente me dijo que su
hombre tiene que complacerla dos o tres veces al día (¡diache!) y que por eso
ella nunca se aparearía con un extranjero "flojo." Me alegró mucho
oir a otras dominicanas que inmediatamente revelaron que esa chica estaba un
poco "chiflada" o se trataba de una ninfómana. Al mismo tiempo
revelaron que a veces no es tanto experimentar el orgasmo sino el estar
con su pareja, comfortablemente satisfechos, los que le proporciona ese sentido
de franco placer. Aunque por dentro revelaron tener un "algito" de
que sí, caramba, por lo menos un orgasmo cada vez sería maravilloso aunque no
tendría que ser necesariamente uterino o clitorino (donde se concentran,
lamentablemente, muchos médicos, sexólogos y terapeutas occidentals).
El orgasmo es bueno, justo y necesario, pero para llegar ahi y para llegar ahi
asiduamente hace falta una concepción diferente de la sexualidad, una en la que
tanto hombres como mujeres reaprenden ciertas cosas indispensables.
Mujeres, la próxima vez que su amante le pregunte "¿cómo estuve
querida?" Respóndale, "bueno, amor, ¿sabes que hay una islita en el
pacífico sur donde…?"