Mentimos constantemente.
Lo hacemos por no saber la verdad, o por temor a las consecuencias de
decir la verdad, o porque mentir es más fácil. Por encima de todo, mentimos por
la más democrática de las razones: somos
humanos y los humanos mienten, queriendo y sin querer queriendo.
La mayoría de los estudios sico-sociales revelan que detrás
del deseo de engañar o de mentir se encuentra una estima propia baja. Mentir es un mecanismo de defensa en contra
del ambiente de mentiras y desengaños que nos rodea. O sea, mentimos para defendernos de las mentiras
de los demás (y de las nuestras).
A pesar de las apariencias, mentir es complicado. Si yo digo “soy mentiroso”, ¿cuál es la
verdad, que soy de verdad mentiroso o que miento al decir que soy
mentiroso? Ay, esto dá dolor de cabeza.
Todos conocemos el dilema del vaso a medio llenar, el que algunos ven medio
lleno y otros medio vacío. Pero si
alguien te dice una media mentira, ¿es la otra mitad toda verdad? O si alguien te dice una media verdad, ¿es la
otra mitad toda mentira? Cualquiera sea
tu respuesta una cosa es cierta, nada sustituye tan bien a la verdad como una
mentira. Lo que sé es cierto es que
mentir tiene consecuencias muy penosas y autodestructivas. Un proverbio judío reza “con una mentira
suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver.” Es innegable que a los humanos nos escanta
irnos de paseo muy lejos.
En Dominicana somos maestros en el arte de la complicidad
con la mentira. Por ejemplo, sé de
muchos que no saben nada de plomería, ni de electricidad, ni de albañilería, ni
de pintura, pero si alguien les pregunta si pueden hacer uno de esos trabajos
en seguida responden “claro que sí”. Si
alguien les pregunta si son dueños de la tierra en venta dicen que sí aunque no
lo sean. Parecería que no nos gusta ni quedar
mal ni que el otro se sienta mal, por eso le decimos al otro lo que quiere
escuchar y nosotros sentimos gran satisfacción mintiendo porque esa mentira
hace que el otro se sienta mejor (y nosotros también nos sentimos mejor).
Nuestras mentiras más notorias posiblemente tienen que ver
con la política. El próximo 16 de agosto el recién electo presidente Lic.
Danilo Medina subirá su mano derecha para juramentarse como tal bajo la premisa
de que los dominicanos ejercimos el voto libre y soberano y lo elegimos democráticamente. Embuste, todo el mundo sabe cómo fue elegido,
pero convertimos ese gran teatro en una mentira colectiva que satisface nuestra
necesidad de vivir bajo la falsedad.
Pagar a otros, comprar cédulas, utilizar fondos públicos para hacer
campaña y hacer todas las marañas posibles para ganar es parte del gran teatro
de la mentira donde encontramos refugio y amparo, donde nos complace decirnos a
nosotros mismos “lo logramos, engañamos pero lo logramos.” Quisiera poder decir que eso sólo ocurrió en
estas elecciones y con este candidato, pero no, es sistémico, en todos los partidos
y en todas las elecciones, locales y nacionales.
El inglés Lord Chesterfield aseguró que “decir mentiras
constituye el único arte de la capacidad mediocre y el único refugio de los hombres
viles.” El mentiroso vil se “infla”, se
enamora de sus propias mentiras y tiende a ser un neurótico narcisista cuya
misión es convencerse a sí mismo de que su mentira siempre es verdad. En la sicoterapia se identifica el “patrón
narcisista” como aquel que manifiesta “sentimientos de importancia y
grandiosidad, fantasías de éxito, necesidad exhibicionista de atención y admiración,
explotación interpersonal.” El
narcisista crónico se masturba mentalmente con sus propias mentiras, se refugia
en el eterno vaivén de verdades a medias, convirtiéndolas en gigantes irrefutables
dentro de su mente, como los molinos de don Quijote.
“La verdad siempre triunfa por sí sola, la mentira necesita
siempre complicidad”, dijo Epicteto.
Entonces es posible que aquí vivamos en un pais de cómplices
compulsivos, compartiendo nuestras mentiras con nuestros compañeros de vida,
celebrando y disfrutando las mentiras de políticos, artistas y compañeros de
trabajo. Aunque vivamos en base a
mentiras, en el fondo sabemos qué es verdad, a menos que seamos bipolares y
confundamos una cosa con la otra hasta tal punto que a veces no sabemos si
estamos viviendo en el refugio de nuestras mentiras o en el teatro de nuestras
verdades.
Hay algo terriblemente hermoso y humano en nuestro mentir. El refugio de la mentira es encantador, su
ulular nos atrae como sirena voraz, su abrazo es una cadena en nuestros
cuellos. Por eso mentimos cuando amamos,
para liberarnos de la pasión que nos esclaviza.
Por eso mentimos cinco, diez, quince, veinte veces al día, porque vivir constantemente
en la verdad nos destruiría.
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