Hoy celebramos la pasión universal en todo ser humano de querer ser libres e independientes. La independencia dominicana es un breve destello dentro de ese relámpago universal y eterno.
A veces la búsqueda de esa libertad implica una lucha a muerte, otras veces implica un abandono total de todo lo que nos da seguridad y tranquilidad. En medio del siglo XIX miles de súbditos de Saint Domingue, bajo la conquista de la República de Haití, segunda colonia europea libre en América, habiendo salido del yugo esclavista de España y habiendo recibido de los haitianos la digna abolición de una esclavitud indigna, decidieron forjar su propio destino como patria independiente y la llamaron República Dominicana. La nación dominicana empieza entonces, no antes, los haitianos no invadieron a la República Dominicana sino a la colonia española bajo el manto francés y muchos de esos mismos haitianos lucharon junto a dominicanos para crear esa nueva nación.
Nuestra isla es bella, única, irremediablemente amante y amada, dueña de nuestras más profundas ilusiones y esclava de nuestros más profundos deseos. En medio de todas nuestras guerras y conflictos (y hemos tenido muchos) la naturaleza de esta isla bella permanece.
En este aniversario de ese deseo entrañable en todo ser humano, ojalá que pudiéramos igualmente liberarnos de los que verdaderamente nos oprimen hoy, reprimiento la justicia y dignidad para la mayoría de l@s dominican@s, por su egoísmo, por su explotación destructiva de nuestros recursos naturales, por la negación constante de justicia y por impedir que la mayor calidad de vida posible alcance a la mayor cantidad de personas posible. Falta mucho por andar, pero sigamos pensando en las bendiciones que esta patria de Luperón restaura cada día en nuestras vidas.
Si liberamos la naturaleza de nuestras propias opresiones, liberaremos nuestras almas de todas las demás esclavitudes, incluyendo nuestras creencias racistas deshumanizantes. Si abrazamos una humanidad compartida con todas las naciones, etnias y culturas es posible que aprendamos a vernos en un contexto universal que superará las pequeñeces en nuestro pensar y en nuestro amar.
A veces vivimos lejos de lo real, por eso necesitamos volver a lo que la madre tierra nos regala cada día, incluyendo nuestras simpatías y nuestras propias sonrisas, nuestros ríos, montañas, playas, cuevas, fauna y flora.
Nunca seremos totalmente libres hasta tanto liberemos la tierra, esa naturaleza que nos besa cada día, que nos ofrenda su amor en cada trino, en casa suspiro de los árboles, en cada rumor de las olas, en cada sonrisa fresca, altiva, coqueta, la que nos recuerda que, al fin de cuentas, somos más amando que odiando.
A veces la búsqueda de esa libertad implica una lucha a muerte, otras veces implica un abandono total de todo lo que nos da seguridad y tranquilidad. En medio del siglo XIX miles de súbditos de Saint Domingue, bajo la conquista de la República de Haití, segunda colonia europea libre en América, habiendo salido del yugo esclavista de España y habiendo recibido de los haitianos la digna abolición de una esclavitud indigna, decidieron forjar su propio destino como patria independiente y la llamaron República Dominicana. La nación dominicana empieza entonces, no antes, los haitianos no invadieron a la República Dominicana sino a la colonia española bajo el manto francés y muchos de esos mismos haitianos lucharon junto a dominicanos para crear esa nueva nación.
Nuestra isla es bella, única, irremediablemente amante y amada, dueña de nuestras más profundas ilusiones y esclava de nuestros más profundos deseos. En medio de todas nuestras guerras y conflictos (y hemos tenido muchos) la naturaleza de esta isla bella permanece.
En este aniversario de ese deseo entrañable en todo ser humano, ojalá que pudiéramos igualmente liberarnos de los que verdaderamente nos oprimen hoy, reprimiento la justicia y dignidad para la mayoría de l@s dominican@s, por su egoísmo, por su explotación destructiva de nuestros recursos naturales, por la negación constante de justicia y por impedir que la mayor calidad de vida posible alcance a la mayor cantidad de personas posible. Falta mucho por andar, pero sigamos pensando en las bendiciones que esta patria de Luperón restaura cada día en nuestras vidas.
Si liberamos la naturaleza de nuestras propias opresiones, liberaremos nuestras almas de todas las demás esclavitudes, incluyendo nuestras creencias racistas deshumanizantes. Si abrazamos una humanidad compartida con todas las naciones, etnias y culturas es posible que aprendamos a vernos en un contexto universal que superará las pequeñeces en nuestro pensar y en nuestro amar.
A veces vivimos lejos de lo real, por eso necesitamos volver a lo que la madre tierra nos regala cada día, incluyendo nuestras simpatías y nuestras propias sonrisas, nuestros ríos, montañas, playas, cuevas, fauna y flora.
Nunca seremos totalmente libres hasta tanto liberemos la tierra, esa naturaleza que nos besa cada día, que nos ofrenda su amor en cada trino, en casa suspiro de los árboles, en cada rumor de las olas, en cada sonrisa fresca, altiva, coqueta, la que nos recuerda que, al fin de cuentas, somos más amando que odiando.
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