Soliloquios—3
Por José R. Bourget Tactuk
Al doblar la esquina
casi le pisa la mano a Culeco, el limpiabotas más conocido del pueblo. Aunque ni siquiera le rozó el meñique, Culeco
le tiró una salvaje maldición “por si acaso”, “por distraída”, “por turuleca”
y, más que cualquier otra cosa, por el notable nalgatorio que la acompaña, o
como bien lo dijera Culeco, “pero muchacha’erdiantre, ¿de dónde saca’te esa’
aplanadora’”? Culeco es muy elocuente en
sus expresiones, como ya pudieron ver.
Culeco no tiene nada de
extraordinario, lo único es que mientras limpia los zapatos (la mejor limpieza
en toda la bolita del mundo) se pone a decir cuentos picantes que harían
sonrojar hasta a Pepito, por eso todo el mundo lo conoce por los cuentos y de ahí
viene su nombre “culeco” (como la gallina que culequea sus huevos).
“Cuántas cosas aguanta
uno en la vida!!” pensó la Chana, cuya cédula la identifica como Ana del
Rosario Ventura, pero nadie la conoce por ese nombre, sólo Chana. Hay dos cosas que tiene Chana que todo el
mundo le conoce. Primero, tiene un lunar
justo al lado del ojo derecho, opuesto a la nariz, pero no es cualquier lunar,
es tan rosadito y robusto que parece un clítoris facial y, por consiguiente, la
relajan con eso ofreciéndole todo tipo de “masajitos orales” para calmarle el
lunar. La segunda cosa es que Chana es un
solo pegote de 250 libras de belleza en 52 pulgadas de estatura. “La gorda más sexy del barrio”, según ella.
Sus 19 años son toda
una acumulación de insultos, burlas y cherchas por sus libritas de más. No tiene ni una sola memoria que no sea la de
palabras feas y denigrantes, de quejas y desaires, de sobrenombres, apodos y
piropos disfrazados de talibanes. Cada
vez que se ve en el espejo no se ve ella misma, sino la muchedumbre de
expresiones denigrantes y despectivas.
Ve sus rondas, sus pliegos, sus mulotes, sus brazotes, su cuellote, su
barrigota, sus manotas, sus dedazos y tantas otras cosas redondas, flojas,
grandes y pesadas. Era todo a lo que se
había acostumbrado a ver.
Hasta hoy.
Hoy conoció un amante,
alguien que la miró con otros ojos. Su
encuentro comenzó como tantas veces, preguntándose qué hacía ahí, por qué la
miraba, qué buscaba, si lo que quería era lo mismo que quieren todos, tocar y
retocar, molestar y joder, tan sólo por un placer en una única sola vía. Estaba harta de lo mismo, pero esta vez
estaba curiosa.
Este inesperado encuentro estaba lleno de sonrisas, de toquecitos, de cuentecitos, de miradas tiernas, de oídos atentos y luego vinieron los abrazitos y besitos coquetos hasta que llegó el ánimo inesperado de comenzar a retirar piezas de ropa y obstáculos afines, de tocar y retocar pero en otra dirección. Todos los encantos y sensaciones iban para ella. Y ella, TODA ella, no pudo resistir. Por primera vez vió los labios de otra persona en su barriga, en sus senos, en las sombrillas de sus brazos, llenándola de besos, de caricias. Vió cómo las manos no daban para agarrarla, para acariciarla. Vió levantar sus brazos, sus axilas, su cuello, sus mulazos y sus codazos y todos sus otes, otas, azos y ozas. Y en cada punto había alegría, deseo, sensaciones, temblores y placeres, muchos de los cuales nunca había sentido antes, ni sabía que existían.
Esa persona estaba encantada con sus pliegos y despliegos, con sus tembladeras y con sus redondeces. Esa persona no dijo nada ofensivo, ni injurioso, ni feo, ni sucio, ni denigrante. Lo que decía, lo que decía, no no no, lo que sentía era que ELLA era su fuente de placer, de gozo, de deseo, de alegría. Todas esas cosas de los que otros y otras se burlaban eran ahora la fuente de regocijo de esta otra persona.
Este inesperado encuentro estaba lleno de sonrisas, de toquecitos, de cuentecitos, de miradas tiernas, de oídos atentos y luego vinieron los abrazitos y besitos coquetos hasta que llegó el ánimo inesperado de comenzar a retirar piezas de ropa y obstáculos afines, de tocar y retocar pero en otra dirección. Todos los encantos y sensaciones iban para ella. Y ella, TODA ella, no pudo resistir. Por primera vez vió los labios de otra persona en su barriga, en sus senos, en las sombrillas de sus brazos, llenándola de besos, de caricias. Vió cómo las manos no daban para agarrarla, para acariciarla. Vió levantar sus brazos, sus axilas, su cuello, sus mulazos y sus codazos y todos sus otes, otas, azos y ozas. Y en cada punto había alegría, deseo, sensaciones, temblores y placeres, muchos de los cuales nunca había sentido antes, ni sabía que existían.
Esa persona estaba encantada con sus pliegos y despliegos, con sus tembladeras y con sus redondeces. Esa persona no dijo nada ofensivo, ni injurioso, ni feo, ni sucio, ni denigrante. Lo que decía, lo que decía, no no no, lo que sentía era que ELLA era su fuente de placer, de gozo, de deseo, de alegría. Todas esas cosas de los que otros y otras se burlaban eran ahora la fuente de regocijo de esta otra persona.
Volvió a nacer.
Salió del encuentro
hecha otra persona viendo al mundo con otros ojos, los que ahora palpitaban
repletos de besos, de caricias, de miradas, de súplicas, de poesía, de cantos,
de lágrimas, de gozo. Cubrió nuevamente sus
250 libras y 52 pulgadas de belleza interior y salió a la calle extasiada. No vió la mano de Culeco sobre la calzada y
cuando escuchó el insulto sobre su nalgatorio le sonó a un concierto
sinfónico. Su nalgatorio todavía ardía
de placer.
No sabía para dónde
iba ni por cuál razón. Andaba en el
espacio como andan los enamorados que acaban de descubrir la mezcla perfecta de
dulce y salado en el cuerpo de sus amantes.
Más que todo, andaba como un espíritu reconciliado con su cuerpo, la
innegable resurrección de valor, dignidad, alegría y certeza que sólo los locos
conocen como realidad.
No hay amor más grande
que el auto amor y Chana lo acababa de descubrir.
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