
No cualquier parte del mismo, sino ese punto ardiente
donde la línea final de tu pelo hace puente con el lunar rojizo en tu espalda.
Hay un puente y un abismo escondidos
entre esos dos puntos,
porque cuando lo tocan mis labios se me esconde la vida,
se me escapa el aliento y me ahogo en el eclipse de tu encuentro.
Cómo puedes tener un lugar así, tan escondido.
Tan deseado.
Tan volátil.
Tan frágil.
Tan poderoso.
Tan sutil.
Tan tuyo.
Me quedo pegado a él como luna al cielo,
como color en la piel, como vástago a su teta.
Explorando los recónditos más intensos de ese punto transversal
en que tantos universos aparecen y se escapan,
porque ese espacio sideral en tu cuello contiene todo el universo
de dulzura, pasión y amarguras.
Me siento hombre y niño mientras lo beso y allí,
en ese lugar escondido que sólo tú
(porque te lo he dicho)
y yo
(porque lo beso despierto y dormido)
lo conocemos, y en él se nace a la muerte y se desvanece la vida.
Quiero nunca tener que dejar de besar tu cuello,
en ese espacio escondido que primero encuentran mis dedos
y luego mis besos.
Después de eso me pierdo yo,
escondido en ese espacio total de mi embriaguez por ti,
revolcado en el perfume vital de un cuello imposible de olvidar
e imposible de fingir.
Primero ese espacio en tu cuello.
Después, nada más.
(Pintura de Mayabanex Vargas)
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