Es casi
imposible evitar la esperanza.
Al abrir
nuestros ojos cada mañana lo primero que nos viene a la mente es una
esperanza: que algo se cumpla, que algo
salga bien, que algo suceda o que algo no suceda, que el dolor se vaya o que la
dicha llegue, que el negocio se realice o que cumplan su palabra, que me llegue
el amor o que desaparezca la tristeza.
En cada sorbo del pensamiento aparece un suspiro de esperanza.
Sigo
pensando que la esperanza es lo único que puede salvar a Las Terrenas, porque
la verdad es que en los últimos años nuestro pueblo vive de drama en drama y de
crisis en crisis. Y, por qué no decirlo,
de tragedia en tragedia. El vertedero
con su humo, el río que se desborda, heces fecales en las calles, la erosión en
las playas, la muerte de los corales, la reducción de la pesca, el tránsito
vehicular, el ruido, la desaparición de la seguridad peatonal, vedas que no se
respetan (langostas, cangrejos, lambí), el pez león acabando, el narco tráfico,
el alcoholismo rampante, la violencia de género, la explotación sexual de niños
y niñas, la creciente explotación sexual de jóvenes y señoritas, el mal estado
de las calles, promesas del gobierno incumplidas, un acueducto infuncional, la
basura en las calles, un costo del peaje insostenible e inmoral, abogaduchos
vergonzosos, accidentes de tránsito por doquier, muertes de jóvenes, robos por
aquí y por allá, la interminable multiplicación de bancas, el vacío creado por
un periodismo esclavizado a intereses particulares, uno que otro homicidio, pleitos
entre familias, falta de trabajo, “el peso que baja” (J.L.G.) y los turistas
que se nos van.
Están
igualmente los “escándalos”: un alcalde casi preso, una alcaldesa no reelegida, huelgas y marchas, el fin del monopolio
eléctrico, alcaldesa y regidores que dicen “no es nuestro problema”, elecciones
internas y locales casi a punto de pistola y con papeletas en mano, el
multi-drama del campo de golf, juicios de fondo, un hospital destruido, el
puente de Margarita, mil millones en promesas (y las que faltan).
La
constante letanía de dimes y diretes, la chismografía política, los tirijalas,
los desfalcos, los engaños y, ¡oh Dios!, hasta los terribles y lamentables
accidentes de tránsito que enlutecieron a tantos y tantas, nos hacen preguntar,
“¿y qué más nos puede pasar?
Que Las
Terrenas sobrevive es una señal evidente de que hay razón para tener
esperanza. Siguen las construcciones,
inversionistas van y vienen, se vende y se compra, se expanden negocios y
llegan otros nuevos, la calidad de vida mejora en algunos barrios, cada fin de
semana es un peregrinaje de gente que viene a gozar, todavía hay mucha gente
buena por aquí y por allá que siguen haciendo el bien a diestra y siniestra y
por eso seguimos abriendo nuestros ojos cada mañana haciéndole un giño coqueto
a la esperanza.
Yo, como
buen terrenero (aunque “importado”), le hago el amor a la esperanza como un
carajito de 17 años: ¡mañana, tarde y noche!
Por eso me atrevo a escupir tres ilusiones: primero, que aprendamos a hablarnos los unos
a los otros porque sin una buena comunicación nos seguiremos enlodando de
insultos y eso no lleva a parte; segundo, que nos provoquemos a crear espacios para
la acción orientada hacia el bien común, o sea, que por un momento dejemos de
pensar solamente en nuestros beneficios para enfocarnos en las cosas que nos
benefician a todos; y, tercero, que reduzcamos el flagelo de la política
paupérrima que nos rodea a través del compromiso cívico de demandar respeto,
acciones concretas y transparencia, las que sólo pueden ser resultado de
aprender a exigir lo que la ley prescribe y lo que nos merecemos.
Si no aprendemos
a dialogar, si no abandonamos el egoísmo para orientarnos hacia el bien común y
si no transformamos la politiquería en el ejercicio incansable del buen
gobierno entonces sí nos vamos a joder, de una vez por toda.
Yo apuesto
a la esperanza como amiga, novia, amante, esposa y excelente compañía. Espero que tú también te atrevas a echarle el
brazo, a bailar un tango con ella y invitarla a ver la luna salir en la esquinita
dulce y dorada de Punta Popy.
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